Daniel Souto: «El surf es una vía de escape y una terapia. A mí me ayudó a salir adelante»

Marta Otero Torres
marta otero LA VOZ

SOCIEDAD

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El deportista superó un melanoma coroideo y perdió la visión de un ojo. Ahora promueve actividades de surf adaptado para personas con minusvalía o capacidades distintas.

26 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«He visto a gente con discapacidad disfrutando del surf muchísimo más que otras personas que lo practican solamente porque está de moda. No son ‘pobrecitos', para mí son verdaderos lobos de mar». Así describe Daniel Souto (Ourense, 1973) solo una pincelada de la suerte de poder compartir su gran pasión y «crear un lugar para las personas que tienen algún tipo de minusvalía física o capacidades distintas». Para él son «muy capacitados», y así bautizó la iniciativa que empezó en A Coruña y pretende extender por todas las localidades gallegas de costa.

La historia de Daniel fue la de un niño ourensano que se enamoró del mar en sus veranos familiares en A Coruña. Con nueve años se mudó a la ciudad de su soñada playa de Riazor y en el 86 estrenó su primera tabla de body board. «Luego, en los noventa, me pasé a la tabla y en el bum del surf gallego fui de la generación que participó en los primeros circuitos autonómicos, nacionales y algún europeo».

Después, como él resume, «pasó la vida: familia, niños, trabajo..», y desde el 2000 dejó la competición, aunque no el mar. Pero en 2019 su vida dio un vuelco. «Trabajando se me desprendió la retina, y al ir a urgencias encontraron que tenía un melanoma coroideo dentro del globo ocular». Tuvo, dice, «la grandísima suerte» de que el centro de tumores oculares está en Santiago «y no en Murcia o en Barcelona»; y entre el Chuac y el Chus se coordinaron para operarle en tiempo récord y darle un tratamiento de radioterapia que «a día de hoy —dice, y toca madera —me salvó de las metástasis que de las venas del ojo van al páncreas o al hígado». Aunque el nervio óptico quedó dañado y perdió la visión en un ojo, han pasado cuatro años y los rastreos van bien, por eso quiere recordar que se lo debe «todo al equipo de la doctora blanco en el provincial de Santiago».

A partir de ahí su vida se reinició. «Te das cuenta —explica— de que a corto plazo tienes que aprovechar lo que pasa por delante de ti, porque cualquier día te aparece en un rastreo que las células se han activado y mi nueva normalidad en ese momento es que soy un paciente de cáncer de páncreas o de hígado».

Hubo momentos durísimos, pero él mantuvo como pudo la actitud positiva. «Estuve un año en cama en reposo absoluto y otro en reposo relativo por el riesgo de que se me vaciase el ojo ante cualquier esfuerzo —recuerda—. En el ojo me han hecho tratamientos con un punzón, y con láser verde superdoloroso para cauterizar sangrados. Me tuvieron dos años entre algodones, me cuidaron muy bien; pero yo ni siquiera podía levantar del suelo a mi hijo de un año cuando se caía».

Su mujer, sus hijos, su familia y sus amigos lo mantuvieron a flote hasta que llegó el día en que comenzaron a dejarle hacer esfuerzos. Entonces se dedicó a caminar diez kilómetros al día, hasta que, tres años después, le permitieron volver al mar. «El reencuentro fue muy duro —narra— porque después de 35 años surfeando no tenía ni el fondo físico ni la capacidad de ver distancias, ángulos... Colocarte en el mar en los sitios donde tienes que estar de manera segura es complicado. Me llevé muchos revolcones, fue muy duro, pero al final es un proceso de adaptación».

¿Y cómo se logra? «Ante cualquier movimiento te acostumbras a hacer una proporción para situarte en la posición. Tienes que recalcular ese error visual que te coloca mal. Con el tiempo fui cogiendo fondo físico y empecé a volver a surfear otra vez».

Otra vez sobre las olas, y de ahí a los campeonatos y a la selección española de surf adaptado. «Estar con los compañeros de la selección es una terapia en grupo, allí nadie habla de los problemas que podemos tener». Esta misma semana uno de esos compañeros que estaba de paso por Galicia se acercó a visitarle a A Coruña y comieron juntos. «A él le faltan dos piernas y tiene dos prótesis, y nos metimos en el Orzán».

Daniel sabe ahora lo importante que puede ser tener un deporte al que aferrarse. «En el día a día bastante complicado es ya todo. Aquí tenemos una vía de escape y una terapia que a mí me ayudó a salir adelante con una actitud positiva». La misma que ahora transmite allá por dónde va.

«Quiero demostrar que las personas con discapacidad podemos tener un rinconcito en nuestras playas»

Cuando Daniel Souto retomó las competiciones descubrió el surf adaptado y vio «la maravilla que nos estábamos perdiendo en nuestra propia ciudad». Entonces ya no paró hasta crear el evento que había visualizado. «Desde el principio ya pensé que el proyecto tendría que llamarse Muy Capacitados, porque el hecho de que tengas unas limitaciones no quiere decir que estés incapacitado. Quise dar un golpe en la mesa y mostrar que en nuestras playas podemos tener un rinconcito para que el surf pueda llegar a todos. Porque la realidad es que personas con una discapacidad severa, o relativa, o leve estamos en todas partes».

En A Coruña la experiencia fue un rotundo éxito. Todavía recuerda cuando presentó el proyecto en Aspronaga y Lamastelle. «Pensaban que el surf era peligroso, decían que las olas son muy grandes, los golpes son muy gordos... Yo les expliqué que el surf se puede hacer de todas las maneras posibles, hasta sin olas». Se apuntaron 23 chicos, a los que se sumaron amputados, parapléjicos, ciegos totales y parciales. «Llegaron a la playa del Orzán con cara de tensión y en cuanto se pusieron los trajes empezaron a iluminárseles las caras. Cuando llegamos a la orilla les daba igual el agua fría. Los gritos de felicidad se oían desde el paseo marítimo. Es una terapia, porque solo estar en el mar te da una fortaleza y una alegría que te dura semanas».

Ahora sueñan con repetir el evento en cada localidad de la costa —Malpica, Oleiros, Arteixo...— «para mostrar el surf, no como un deporte de riesgo, sino como una manera de disfrutar de la vida».