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López-Sors: «Me negué a bombardear el Prestige»

SOMOS MAR

José Luis López-Sors, en su casa de Madrid
José Luis López-Sors, en su casa de Madrid BENITO ORDOÑEZ

El ferrolano que dio la orden de alejar el petrolero como director de la Marina Mercante vive su retiro dedicado a sus cinco hijos y trece nietos, a la lectura y al estudio de accidentes marítimos

25 jun 2021 . Actualizado a las 08:30 h.

El bisabuelo de José Luis López-Sors (Ferrol, 1941) era gobernador de una isla perdida de Filipinas. Tan perdida, que no se enteró que había dejado de ser española hasta que tiempo después llegaron los americanos y se lo comunicaron. Ingeniero naval y exdirector de la Marina Mercante, tuvo que gestionar la emergencia del Prestige entre críticas, pasar una década imputado con amenaza de embargo de sus bienes y respirar aliviado con una sentencia que lo absolvió, «y que salvó al Estado de tener que pagar la factura de la marea negra», recuerda. «Con el Prestige lo hicimos bien», asegura, aunque después matiza y admite que, en aquel momento, «hicimos lo que pudimos», pues ni siquiera tenía remolcadores que obedecieran sus órdenes. «La gestión fue muy difícil, y es muy fácil juzgarla a posteriori», añade. «Comparemos lo que hicimos nosotros con lo que se hizo con el Cason, por ejemplo».

Ahora vive la etapa de la relajación, del retiro profesional y la búsqueda del refugio en una familia con grandes números. Sus padres tuvieron 10 hijos, él y su mujer trajeron cinco al mundo y tiene 13 nietos. A una familia grande hay que dedicarle tiempo. «Echo una mano con los nietos, pero dedico mucho tiempo a estudiar accidentes marítimos, analizando el papel de las autoridades», comenta. También se dedica a la lectura, y acude a los actos de la Real Academia de la Mar, de la que es miembro.

De aquellos días de marea negra recuerda cuando el entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, le dijo que había dos F-18 preparados para bombardear el Prestige, para acabar con el problema a la tremenda. «Le dije que si se hacía eso era bajo su responsabilidad, yo no iba a dar esa orden. Me negué. Le convencí diciéndole que si bombardeaba el petrolero sería él el responsable de la hecatombe». La carga del Prestige, además, era fuel pesado, y no crudo ligero que podía volatilizarse al quemarse, como sucedió cuando la fuerza aérea británica bombardeó con napalm el petrolero Torrey Canyon, en 1967.

Después dio la orden de alejar el Prestige, con la que no estaban de acuerdo muchos funcionarios marítimos que le rodeaban. «Pensamos en el puerto de A Coruña, pero el calado del petrolero lo impedía», aclara. Cuando evacuaron al capitán Mangouras del barco, López-Sors quiso ir al aeropuerto de Alvedro, donde aterrizaba el helicóptero que traía a los tres únicos miembros de la tripulación que se habían quedado a bordo. «Quería verle la cara. Pensaba que viendo su expresión podría entender mejor lo que había pasado. Me dio mucha pena el capitán, aunque no hubiese colaborado con el remolque». Después convivieron durante casi diez meses en las larguísimas jornadas del juicio en A Coruña, pero la distancia de sus posiciones en el caso fue un obstáculo insalvable para fraguar una amistad. «Nos saludábamos amablemente, poco más».

El año que viene se cumplirán veinte años del accidente del Prestige. López-Sors quiere implicar a las administraciones en una idea: celebrar un congreso sobre seguridad marítima en el Parador de Muxía, construido como compensación por la marea negra.