Vicente Varela, buceador: «Aos 65 anos non se pode estar traballando disto»
			SOMOS MAR
	
											Buscó tesoros en Rande, instaló tuberías y chequeó el fondo de las Illas Atlánticas
29 ene 2022 . Actualizado a las 21:22 h.Su abuelo estuvo en un submarino durante la guerra y quizás aquello haya influido para que Vicente Varela acabase trabajando en el fondo del mar. Estudió Biología en Santiago y un curso que hizo en 1988 le llevó a reenganchar un año después en la Escuela de Buceo Científico que entonces había en Vigo. Lo de moverse como pez en el agua acabó convirtiéndose en su modo de vida y tocó todos los palos.
Vicente trabajó en la empresa privada haciendo obra civil, en la que tan pronto hay que construir una rampa en un muelle como colocar un emisario submarino. Son los albañiles del mar, un oficio «penoso», cuenta, porque llega a ser monótono, duro y requiere muchas horas de inmersión. Llegó a montar su propia empresa, pero sus derroteros profesionales cogieron otro camino. La ciencia le tiraba y recaló en el acuario de A Coruña, donde trabajó durante once años. Entonces surgió la oportunidad de dar clase como instructor en el Instituto Galego de Formación en Acuicultura (Igafa) y lo que iban a ser cinco años acabaron convirtiéndose en diez.
Este hombre nacido en la abrupta costa de Cariño se siente cómodo en la plácida Ría de Arousa, y ahí espera seguir hasta que se jubile. Con la ley en la mano todavía tendrá que esperar ocho años para alcanzar el retiro dorado, a no ser que los políticos se avengan a cambiar la norma de manera que, como ocurre en otras profesiones ligadas al mar, se apliquen los coeficientes reductores que permitan retirarse antes de los 65 años. «Aos 65 non se pode traballar disto»
Es una lucha que hay que librar en los despachos. Entre tanto, a Vicente todavía le queda mucho que lidiar con los igafas —así se conoce a los alumnos del instituto con sede en A Illa— en la piscina y a la intemperie. Pese a su larga experiencia como formador, sigue aplicándose a rajatabla aquello de que al mar nunca hay que perderle el respeto, y buceando, además, nunca perder de vista al compañero. «O peor é o estrés de perder de vista a un alumno, de poñerse a contalos e que che falte un», relata.
Un despiste o la turbidez de las aguas de la ría lo han puesto en esta tesitura en más de una ocasión, pero, al cabo de unos segundos, el alumno siempre acaba apareciendo. Solo una vez la angustia duró lo indecible. Uno de sus pupilos se quedó sin aire allí abajo y hasta que salió a flote y tomó una bocanada de aire, Vicente tampoco pudo respirar. Gajes del oficio que sirven de lección: nunca se debe descuidar la seguridad, lo peor que hay son los excesos de confianza. En el abecé de un buceador debe estar velar porque el equipo esté en condiciones e ir siempre acompañado, si no en la inmersión, sí al menos en superficie. Lamentablemente, estos principios básicos no siempre se cumplen, señalan Vicente y su compañero, técnico de prevención en riesgos laborales, Óscar Figueiro. «O máis frustrante é ensinarlles o manexo dos equipos e ver que logo non o aplican».
	
				Apenas mujeres
Del Igafa salen las promociones de buceadores más preparadas de España para trabajar, bien recolectando erizos y algas en la ría de Arousa, bien ejecutando una obra hidráulica en Australia o Arabia Saudí. El centro tiene su propia bolsa de trabajo y eso facilita la inserción laboral de los alumnos. En este sector hay poco paro y también hay muy pocas mujeres. En sus diez años como docente, Vicente solo tuvo tres alumnas, Marta, Patri y Carla, «que foron do mellor», y una de sus grandes satisfacciones es mantener el contacto con ellas. Es la ventaja de trabajar con ratios de lujo, doce alumnos por curso; otra es poder impartir una enseñanza personalizada y de calidad. «Aquí reproducimos todas as situacións coas que se poden atopar. Unha das cousas máis importantes en ensinar a axudar para que te axuden», comenta el instructor.
La clase de este jueves tocó en la piscina, donde se despliegan cascos, botellas, trajes de neopreno y demás parafernalia que requiere una inmersión. Cada buceador llega a soportar hasta 40 kilos de peso que, aunque en el agua se hacen más livianos, son duros de llevar. En todo caso, las condiciones han mejorado mucho respecto a hace treinta años, cuando Vicente Varela empezó en este mundillo. Ya quisiera él disponer de los medios actuales cuando andaba por Santander, Barcelona o Marsella haciendo obras. Después vendrían trabajos más gratificantes, como el de chequear los fondos de todo el parque de Illas Atlánticas para un estudio sobre la flora y fauna de este espacio natural o cuando iba a la caza de tesoros en los pecios de Rande. En una ocasión, el detector de metales empezó a pitar de tal modo que parecía que en aquel galeón iba a encontrar algo grande; resultaron ser unas simples balas de cañón, pero la esperanza nunca se pierde. «Sempre vas soñando».
La fotografía submarina, otra de sus pasiones, ha quedado atrás porque Vicente no acabó de adaptarse al salto a la tecnología digital, confiesa, pero la ilusión de explorar nuevos y exóticos mares sigue viva. En el Caribe ya buceó, le queda la espinita del mar Rojo.