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La mamá gallega del superviviente africano: «El Señor nos trajo a Samuel de vuelta y yo le hice mi tortilla, que le encanta»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SOMOS MAR

Ramón Leiro

Cuando Ramona tuvo a su primer hijo le iba a llamar Samuel. Pero al final le puso Marcos. El destino hizo que acabase adoptando como suyo a un ghanés con ese nombre; ese es el tercer hombre vivo del Villa de Pitanxo

23 feb 2022 . Actualizado a las 20:58 h.

A Ramona Otero, de Marín, llevan una semana temblándole las manos. Y la voz. Probablemente también tenga el corazón más agitado de lo normal. Está nerviosa, más todavía de lo que ella es, desde que supo que el Villa de Pitanxo se había convertido en tragedia en el mar de Terranova. Sabía que a bordo iba el marinero Samuel Kwesi, natural de Ghana y su hijo del corazón. La historia de amor de Ramona y su familia hacia Samuel y hacia otros hombres que como él llegaron un día a Marín con lo puesto y con ilusión infinita por buscar una vida mejor, merecería ser contada sin naufragios por el medio. Pero las cosas no siempre son como deberían. Así que Ramona le pone voz ahora, en unos días en los que sus manos siguen temblando porque aún no se cree que, en medio de la tragedia del barco, Samuel haya sido «el tercer superviviente, un milagro del Señor». 

A Ramona le fallan las fechas. Pero ahí está su sobrina Marta para recordarle que fue hace más de diez años cuando conocieron a Samuel. Llegó de Ghana como tantos otros, con la necesidad en la frente y con Cáritas escuchando su grito de auxilio. Se acabó convirtiendo en uno más en casa de Ramona, porque, como dice ella, «siempre fuimos así, porque hay que ayudar». Samuel tardó poco en sentirla como su madre: «Me llama mamá casi desde el principio, siempre fui como un ídolo para él», cuenta. El hombre tenía en aquel entonces tres hijos en Ghana, a los que la familia gallega comenzó a sentir también como suyos: «Samuel siempre nos enseña las fotos y los vamos viendo crecer, porque ellos siguen en Ghana con Emilia, su mujer». 

Cuando nació el cuarto crío de Samuel, la relación con su familia marinense era ya tan intensa que decidió ponerle de nombre Marcos, como uno de los hijos de Ramona. Se completaba así un círculo. Porque lo cierto es que Ramona, cuyo marido se llamaba Samuel, iba a ponerle este nombre a su primer hijo natural. «Pero como eran ya muchos Samueles en casa, porque mi marido se llama así y otros familiares también, al final fue Marcos, y mira tú que ahora tengo a un Samuel que me siente como su mamá», dice. 

Cuando el zarpazo del naufragio se coló en su casa, Ramona reconoce que vivió horas agónicas. No podía comer, ni dormir. Religiosa y muy apegada a la comunidad evangélica, su temor no era por el propio Samuel: «Yo sabía que si Samuel moría iba a ir a su sitio mejor, a un lugar de descanso junto al Señor. Pero era terrible pensar en la situación en la que quedaban en Ghana sus cinco hijos y su mujer. Por eso sufrimos tanto», cuenta. 

Ramona dice que no llegaron a contarle a Emilia, la esposa de Samuel, lo que estaba pasando en Canadá. La noticia del naufragio le llegó a la aldea de Ghana donde vive cuando fue el propio superviviente el que pudo llamarle: «Así fue mucho mejor, porque ella ya no vivió las horas de angustia. El propio Samuel le contó lo que había pasado y le dijo que estaba bien». 

A Ramona le costó hacerse a la idea de que Samuel había sobrevivido. «Pensar en que estaba muerto y que de repente estuviese vivo es fuerte, es difícil de creer». Se empezó a dar cuenta de su fortuna conforme él empezó a comunicarse desde Terranova. Y sobre todo vio que Samuel era el mismo de siempre cuando, desde allí, le reclamó su tortilla de patatas: «Come de todo, pero lo de la tortilla es mucho, le encanta. Dice que como la tortilla de mamá no hay ninguna. Por supuesto que ya se la hice para que la comiese, solo faltaría, una con cebolla y otra sin ella. No está en mi casa, pero le mandé dos al sitio donde está para que no le faltasen. El Señor nos trajo a Samuel de vuelta y yo hice la tortilla que él quería», explica entre risas que no son tal porque Ramona no deja de pensar en las familias que no pudieron reencontrarse. Luego, habla de las Nochebuenas compartidas con él y con otros ghaneses a los que también sienten como familia. O de cómo Samuel siempre está para ayudar. Se pone seria y se reafirma en sus creencias: «Es un hijo obediente y el Señor le ayudó para que sus cinco niños no lo perdiesen», sentencia ante la puerta de su hogar. 

Apoyada por su sobrina Marta y por su marido, que también se llama Samuel, Ramona cuenta que le costó desplazarse al aeropuerto de Santiago. Y que lo que vivió allí se le quedó grabado: «Ver los cinco ataúdes es muy difícil, muy terrible, pero peor todavía es lo de los desaparecidos. Por eso pedimos una y otra vez que los sigan buscando». Dice que Samuel la abrazó conforme la vio y que ni él ni ella lograron articular palabra. El superviviente les contó luego, en el viaje desde el aeropuerto a Marín, cosas del naufragio. Pero ahí Ramona ya no pudo escucharle: «Me derrumbé, me mareé, vomité... Estuve fuerte hasta verle y luego me derrumbé», confiesa.