Mario Traba, patrón y armador jubilado: «Quedei colgado pola borda e menos mal que había alguén comigo»

SOMOS MAR

Lobos de mar | «Durante vinte anos fun o único xeiteiro de Fisterra e a sardiña ía para Vigo», explica. Vendió su barco a un joven, uno de los integrantes del relevo generacional
08 feb 2025 . Actualizado a las 04:45 h.Mario Traba Castreje no ha vuelto a pisar el pantalán. «Eu non me pensaba xubilar, nunca me pasou pola cabeza. Desde os nove anos facía o que me gustaba e ganaba cartos», dice. Pero eso, hace poco, se acabó. A la falta de un tripulante adecuado se unió el control de las Administraciones. «Nos últimos días de mar tiven cinco inspeccións. Cinco días vindo a bordo xa é acoso», explica. Aunque dice que no lo multaron sintió la presión de la Xunta, el Gobierno central y la Unión Europea en la nuca y puso el barco a la venta. El día de la quinta inspección ya dijo a los guardacostas que dejaba el mar, que tenía suficiente. No valió de nada que intentaran quitarle hierro a la situación. Se aburrió y plantó la que había sido su vida hasta el momento. El enamorado del mar ni siquiera piensa en sacarse el permiso para la pesca deportiva. Terminó harto.
Relevo generacional
El Halifax lo compró el pasado septiembre Damián Silva, que este mismo mes cumplirá 20 años. Forma parte del grupo de relevo generacional de Fisterra, junto con Iker, el hijo de Mario. El chico estuvo una temporada faenando con su padre, pero se rompió la clavícula jugando al fútbol y después probó suerte en la construcción. Para cuando quiso volver, su padre ya se había jubilado y ahora trabaja con Damián García Romero, otro veinteañero, el patrón de la Camarnoti.
El primer barco en el que fue Mario Traba era el San Julián. Con su padre iba al xeito, las betas, las nasas, los trasmallos. Quería ser su propio patrón, hacer las cosas a su manera y no a la de otros y compró una pequeña embarcación, pero aplicó los conocimientos que había ido adquiriendo desde niño. «Durante vinte anos fun o único xeiteiro de Fisterra e a sardiña ía para Vigo», explica. «Non podías competir cos cerqueiros, non había saída para o peixe e mandeino á Coruña, pero non levaba prezo», dice. Fue entonces cuando se planteó el otro mercado, tan lejano que cada partida de transporte le costaba 150 euros de hace 15 años. A pesar de eso era muy rentable porque mientras en el Muro le pagaban la caja a 4 o 5 euros en el Berbés pasaba de los 40.

El xeito es un arte muy selectiva, explica Mario, y muy respetuosa con el pescado. Cada sardina atrapada se depositaba en su caja como un pieza de plata. Al principio solo iban 8 o 9 kilos, pero pronto los compradores pidieron más y a veces las llenaba hasta los 15 o los 16. Mario recuerda que salía de la escuela ya se calzaba las botas de agua para embarcar y que se las quitaba para coger los libros. Entonces también eran laborables los fines de semana y en un solo día podían cambiar tres o cuatro veces de arte, en función de como fueran las cosas.
Sin más salida
A Mario le encantaba el sector del mar y por eso se dedicó a ello, pero lo cierto es que no había otra cosa que hacer. «Non tiñamos máis saída. Había quen lle gustaba e quen ía forzado», rememora aquellos tiempos en los que la vida venía marcada.
Con 21 años se compró su propia lancha y fue entonces cuando se alegró de llevar un compañero. «Sustos hainos tódolos días», advierte. Un aparejo que se engancha en el fondo, el corte de la manguera que va al motor, un golpe de mar... O un pulpo volador. Por atrapar uno que salió por encima de las nasas se quedó colgado por la borda. Si no fuera por el tripulante, no lo cuenta. «Menos mal que había alguén comigo», reconoce.
Cuando encargó el Halifax lo hizo pensando que daría de comer a cuatro familias. Así fue al principio, pero después fueron solo tres y acabaron dos. Cuando se quedó solo decidió tirar la toalla. Quizá se acordó de aquella vez en que la diferencia entre la vida y la muerte era solo un tripulante de confianza. No lo encontró.

Un carpintero de ribera en medio de la playa de Langosteira
El Halifax fue construido en 1991. Mario Traba se lo encargó a Isidro Nemiña Insua, que había aprendido el oficio de carpintero de ribera de su padre y trabajaba en el arenal de Langosteira. Allí se construyó ese pesquero y en ese mismo lugar casi se fue pique. Fue el primer día que se hacia a la mar. «Levantouse un mar de fondo como un mundo e case o perdo na praia. Menos mal que veu un barco», cuenta.
En realidad, quien eligió el nombre del pesquero fue Capitanía Marítima de Corcubión. Le pidieron, como siempre, tres nombres al propietario. El primero era Halcón, pero debía haber muchos con esa denominación y eligieron el segundo. A Mario le había sonado bien en la tele, cuando escuchó de un rescate con un helicóptero en Canadá. El tercero era Tsunami.
También es de los que se quejan de los topes, de las capturas que han tenido que tirar al mar para asombro de los tripulantes africanos, pero también de sus intentos, en la cofradía, para que Administración y pescadores entendieran la importancia de las vedas. En ese sentido recuerda la época del Prestige como una de las mejores para la recuperación de los caladeros. También reconoce que aquellas fueron sus únicas vacaciones.
«Todo o que estea no mar está producindo. A xente sábeo, pero ten un formiguiño e non son capaces de aguantar», dice para explicar lo que cuesta mantener las vedas y tampoco una huelga para conseguir sus propósitos. No cree que haya demasiada esperanza porque dice que los jóvenes no van en este sentido, tienen urgencia por conseguir establecerse lo antes posible, comprarse un piso y un coche. Algo, por otra parte, natural. Al final, dice, las vedas las hace realmente el invierno.