El Dépor apaga las hogueras

TORRE DE MARATHÓN

Marcos Míguez

Se vio gente grande llorar, niños consolados por sus padres y padres sin consuelo. Lo dicho, nadie pensaba que lo que ocurrió, ocurriría.

24 jun 2019 . Actualizado a las 13:41 h.

Fue como tirar un cubo de agua fría encima de las hogueras. Fue como suspender una boda cinco minutos antes de la ceremonia. La que iba a ser la noche más bonita de todos los tiempos se quedó en una noche extraña de San Juan en una ciudad en la que se vive esta fiesta como si fuera la última.

A Coruña se quedó triste. Las hogueras se encendieron, las playas se llenaron igualmente, pero no fue lo mismo. La cosa ya no era si las sardinas salieron quemadas o la hoguera quedó torcida. La cosa es que el Dépor debió haber sido más ambicioso, si el árbitro estuvo mal o si es lo que nos merecemos. Decir lo contrario, contar que el San Juan se celebró como siempre, sería una mentira de las gordas.

Todo pintaba muy bien antes del partido. Nadie pensaba en que lo que pasó podría pasar. El día era perfecto en A Coruña. Sin lluvia, temperatura agradable y todos con la completa seguridad de que sobre las 3 de la madrugada, cuando el fuego de las hogueras llegara al cielo, el equipo iba a recorrer el paseo marítimo celebrando el ascenso en una estampa jamas vista. A las 11 de la noche todo se fue al traste. Los planes eran los de Un San Juan con el Dépor en Primera y todo quedó en un San Juan de lamentos. Con el Dépor de nuevo en Segunda. Cómo para sacar las sardinas y los criollos de la parrilla y echarse uno encima. Fueron muchos los coruñeses que se fueron para casa sin oler ni una costilla.

Fue inédito y hasta muy bonito ver a los chavales abandonar las playas una o dos horas antes del partido, buscando un hueco imposible en los bares. Hubo gente que del partido no vio más que el banderín de córner. A la hostelería coruñesa les salía la gente por fuera. Hubo gente que del partido no vio más que el banderín de córner. Era como si los bares estuvieran embarazados, hombres y mujeres de puntillas para oír más que ver desde la acera. Las sardinas se enfriaban y las cervezas se calentaban. Fue un partido de infarto. Se pidieron penaltis, goles que no subieron al marcador. En todas partes, en todos los rincones.

Antes del partido, todo era distinto. La gente estaba perfectamente organizada. Mientras unos, a los que no les gustaba el fútbol, se quedaban cuidando la hoguera y la parcela reservada en las playas desde la madrugada, el resto de la pandilla buscando un hueco en los bares para ver el partido. Entonces, todo el mundo era feliz. Los que vigilaban el fuego y los que vigilaban que a Quique González no le fallara la puntería. Los primeros lo lograron, los segundos no.

El ambiente en aquellos momentos era único. La alegría era inmensa y las ganas de fiesta era algo por lo que solo había que esperar un par de horas. Pero fueron dos horas horrorosas. De las que será difícil olvidar. «Somos una pandilla de 18. La mitad se quedó cuidando nuestra zona de la playa y la otra mitad nos venimos a ver el partido», decían unos adolescentes convencidos de que iba a ser una noche mágica.

En Cuatro Caminos, en cuya fuente se festejan las victorias del Deportivo, había tanta gente en los bares como en los de los alrededores de las playas. Muchos querían ser los primeros en bañarse, en mojarse con los chorros de colores. Pero la fuente quedó vacía. Como si fuera una noche cualquiera, como si fuera un 12 de febrero sin nada que celebrar.

Se vio gente grande llorar, niños consolados por sus padres y padres sin consuelo. Lo dicho, nadie pensaba que lo que ocurrió, ocurriría.