El alemán Micha Zielke se va de Vigo agobiado por el turismo: «No lo aguanto más»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

El histórico vecino del Casco Vello, que llevaba cuarenta años viviendo en la ciudad, acaba de terminar la mudanza

04 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que ver a Micha Zielke fuera del Casco Vello de Vigo era tan desconcertante como avistar un jabalí en la Gran Vía. El alemán de Hannover, que llegó a la ciudad hace cuarenta años, cuando tenía 23, presumía de que no necesitaba prácticamente nada que no estuviera en aquel entorno. Tiendas, bares, amigos, vistas a la ría... Así ocurrió durante décadas, pero en los últimos tiempos todo aquello que tanto disfrutaba se fue transformando en algo que no le gustaba nada, un barrio auténtico tomado por el turismo. Desde entonces rumiaba la idea de marcharse. El alemán es bien conocido en el vecindario por su carácter gruñón, pero el nivel de amargura de su carácter empezaba a ser preocupante.

Una mala experiencia inmobiliaria ha sido lo que le ha dado el espaldarazo definitivo. Desde el 2005 residía en un piso de la calle Cesteiros: «Los propietarios llevan años haciéndome mobbing, la casa tiene problemas de humedades, entra lluvia y no arreglan nada para que me vaya», justifica. Micha estaba pagando un alquiler de renta antigua, 280 euros al mes, y a ese precio, obviamente, ni al triple, no encuentra nada. «Todo está plagado de pisos que trabajan con Airbnb. Me sería más fácil señalar aquellos que no lo son», asegura.

El alemán del Casco Vello hizo esta semana la mudanza. Su nuevo destino está en una población del área metropolitana con solo diez mil habitantes. Asegura que no se va con tristeza: «Lo estoy deseando», afirma un ciudadano que se considera vigués tras pasar más de un tercio de su vida en esta ciudad a la que llegó recién terminada la carrera de Ciencias Sociales, en 1987: «Puse el dedo al viento en la autopista y llegué a España, que no conocía aún. Primero estuve tres meses en Donostia, trabajando en una pensión. Conocí los estragos de la heroína en la juventud vasca y llegué a presenciar un atentado de ETA. Ante semejante panorama decidí seguir viajando por la costa y en agosto llegué a Vigo, donde conocí a Rosa, mi primera moza gallega, y decidí quedarme», relata.

Su primer hogar estuvo en la calle Real y se ganaba la vida sobreviviendo con trabajos como pinchadiscos en pubs como el Amordiscos, primero, y luego en el Rass, «poniendo sobre todo música punk inglesa y norteamericana, todavía bastante desconocida aquí», recuerda de aquella etapa en un viejo barrio marinero en el que aún no intuía el «abandono, gentrificación y especulación que iban con la mano con la desaparición de viejos comercios y típicos bares», denuncia. Un punto de inflexión para él fue la construcción del centro comercial A Laxe, «un mamotreto que nunca se debería haber hecho», opina el alemán vigués que llevaba veinte años en la calle Cesteiros y puerta con puerta con el último de estos artesanos. «Cada día el mismo panorama al abrir el portal de mi casa, innumerables turistas parados contemplando cómo trabaja Antonio el mimbre», cuenta.

Lo que para algunos es un simple detalle, para los habitantes de la zona se convierte a la larga en una molestia continuada. «No lo aguanto más. Hordas de cruceristas, incontrolado aumento de pisos turísticos (en mi calle ya hay más que vecinos) y las sucesivas fiestas desde Navidades, carnavales, Reconquista, etcétera, y la vía pública convertida en el meódromo oficial de las plazas de la Constitución y de la Concatedral, llegó a producirme semejante desasosiego y ansiedad que decidí poner fin a estos cuarenta años en el Casco Vello y mudarme a un pueblo más tranquilo», reconoce. Nunca se arrepintió de quedarse en España y nunca ha querido volver al país donde están su madre y su hermana.

Al principio valoró mudarse a una casa con huerta y jardín, pero lo descartó: «Es muy romántica, pero conozco a gente que vive en casas bajas y pasan frío, y en la huerta tienes que estar ahí todos los días fuchicando».