Carolina y Rubén, a Galicia por amor: «Yo creía que era familiar, hasta que conocí a la gran familia gallega»

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Rubén y Carolina con su hija Daniela, que nació el 1 del 1 del 2021 en Lugo.
Rubén y Carolina con su hija Daniela, que nació el 1 del 1 del 2021 en Lugo. ALBERTO LÓPEZ

«Vine de Lima a Santiago por seis meses, me enamoré y han pasado 14 años. Me siento gallega», cuenta Carolina. Estas parejas «millennials» y «mestizas» son parte de una generación que ha aprendido a vivir en la ola del cambio

18 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La pequeña Daniela nació el 1 de enero del 2021. Por horas no fue el primer bebé del año en Galicia. En Lugo, se quedó a un par de puestos de ser noticia de portada, pero «estuvo en el podio, fue la tercera», celebra su madre, Carolina (Lima, 1987), peruana, gallega de adopción con afición a las feiras, que en principio se vino a Compostela para una estancia de seis meses, y pasaron 14 años. Este idilio llegó a la adolescencia.

Enamorada del mar, Carolina aterrizó en el 2008 con un intercambio bilateral de su universidad en Perú y la de Santiago. En una fiesta conoció a Rubén (Lugo, 1988)... y sus billetes de vuelta quedaron en papel mojado. En vez de seis meses, se quedó un año, luego dos, terminó por convalidar sus estudios y acabó en Galicia la carrera de ADE, que completó con un Máster de Comercio Exterior. «Fue superfácil. Como no venía con mentalidad de quedarme, era diversión», cuenta. Sin raíces que tirasen á terriña, pero con el valor de la intuición, Carolina eligió Santiago frente a Salamanca (la otra opción en mente) por el mar: «Yo vivía en el distrito de Surco, en Lima, a una media hora del mar. Este mar era distinto al de mi Perú... Pero es parecido a cuando te sientes a gusto con tu familia política. Dices: ‘Vale, no se parece a mi familia, pero estoy a gusto’», considera.

«Nos conocimos en abril del 2008. Ella tenía los billetes comprados para volver a Lima en julio», recuerda Rubén, que empezó la relación con ese vértigo de un final, de saber que la chica tenía vuelo de vuelta. El «malo será» abrió mejores alternativas...

Carolina no tardó en descubrir los encantos de los paisajes, la comida y las feiras y fiestas de la tierra de su pareja y Rubén, al que siempre le gustó moverse, se convirtió en Caminante del Planeta (así se llama su bitácora de viajes) después de conocer a Carolina, que le dio la oportunidad de descubrir paraísos lejanos. Todos los años, Carolina viajaba a Perú a visitar a sus padres acompañada de Rubén. Sumaron kilómetros, vivencias. Machu Picchu es uno de los lugares que están en su top-10 como pareja. De Galicia, sienten debilidad por el paseo das Aceñas, en Sarria.

Habrá boda y bautizo a la vez...

Hoy, con «una hija romana-romana», a la que su madre ha querido dar una infancia como la del padre, echan raíces en Lugo. En el hospital público de la ciudad de la Muralla vino al mundo Daniela, hija del confinamiento («No sabes el amor que fueron conmigo las matronas», valora Carolina). Habían concebido la idea de ser padres antes del encierro. Sonaron campanas de boda para el 2020 en Perú, donde ya habían comprado los anillos, pero la pandemia rompió los planes. «Me quedé embarazada en abril de ese año, unos días después de mi cumpleaños», cuenta ella. Debido a las nuevas medidas por la epidemia, los abuelos de Perú se quedaron sin el regalo de asistir al nacimiento de su nieta. «No pudieron venir hasta que Daniela cumplió los siete meses», lamentan.

La hermana y los padres de Carolina no tardaron en familiarizarse con Galicia. «Vinieron varias veces a vernos y les mostramos esto como nuestra casa. Desde la primera que vinieron, quisieron repetir», resume Carolina. Su hermana siguió sus pasos, se vino a estudiar Bellas Artes y estudia restauración de bienes culturales en Pontevedra. Enamorada total de Compostela, la pareja se mudó a Lugo con el embarazo apuntando a parto. «Teníamos pisos turísticos en Lugo que no estaban generando dinero, así que nos mudamos a uno. En pandemia vivimos mil cambios a la vez. Ni la mudanza se pudo hacer con normalidad», recuerdan quienes han establecido en Lugo su hogar y el epicentro de su negocio de alquiler turístico, que pusieron en marcha basándose en el modelo de Airbnb en Europa.

La boda quedó en suspenso. ¿Pa’ cuando? «Nos gustaría hacer algo los tres, aprovechar para celebrar nuestra boda y el bautizo de Daniela». Al evento vendrían la parte peruana y navarra de la familia. Este vínculo se refuerza a la gallega. «Aquí la familia te acoge mucho, todos te invitan a sus comilonas y a sus fiestas, a la matanza y a la prueba de chorizos —valora Carolina—... Me parece muy bonito. Mira, yo pensaba que era familiar, hasta que vi cómo es una gran familia gallega. Aquí se celebran hasta los santos, en Perú no. Yo, cuando me hablaban de santos, pensaba que eran cumpleaños. Este sentimiento familiar fuerte que hay en Galicia me gustó mucho».

LA SOBREMESA INFINITA DE LA ALDEA

«Me sentí muy acogida desde el principio. Y lo mismo sintieron mis padres cuando se conocieron con los papás de Rubén. Hicieron una comilona, invitaron a toda la familia que vivía en Sarria. Los que no podían venir a comer venían al café... ¡Nos quedábamos todo el día, hasta la cena!», enumera Carolina. A Rubén, de hecho, le chocó lo pronto que acaban las comidas familiares en Perú, «acostumbrado a ir a comer y pasar todo el día en la aldea. Allí se comía, se hablaba un poco y adiós». Ahora, cuando la pareja va a Perú «hay fiesta gallega». Comida, partido de fútbol, leria familiar para todo el día.

Y los padres de Carolina lo celebran. «Mi papá está tan afanado que cuando vienen de Perú dice: ‘Eu son galego!’. Acaba de averiguar que Cuadros, su apellido, es de origen gallego», relata. Dos veces al año vienen sus padres a verlos: «Ya tienen una propiedad en Lugo, ya escrituraron. Están haciendo lo posible para echar raíces aquí».

Cuando están en Perú, Rubén siente enseguida la morriña. Lleva mejor la suya por su tierra Carolina. «Galicia es ya mi casa, aquí están mi marido y mi hija, mi hogar. Me acostumbré a los veranos de las fiestas gallegas».

El paisaje es muy diferente en sus dos tierras. «Si yo quisiera ver el verde de Galicia en Perú, no lo encuentro en Lima, me tengo que ir a la selva», asegura Carolina. «La sierra de Perú sí recuerda algo a Galicia, allí la gente se parece a los tíos de la aldea, te lo quieren dar todo», matiza Rubén. En cuanto a comidas, tienen sus diferencias, pero los dos ceden: él probó allá el cuy y ella aquí la oreja de cerdo.

Su hija concilia el sabor de las dos culturas. «Tener a nuestra hija aquí es duro, pero es bonito. Digo que es duro porque es dura la maternidad... Pero la calidad de la infancia y de vida que tenemos aquí es, en muchos sentidos, impagable en Perú», concluye Carolina, que ya es más riquiña que zalamera.

Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia.
Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia. ÁNGEL MANSO

Ibán y Estelle, cinco mudanzas en nueve años: «La calidad de vida que tenemos en Galicia se parece a la del paraíso de Nueva Caledonia»

ELLOS EMPEZARON DE CERO no una, hasta cinco veces. Esta pareja «mestiza» es parte de la generación que aprendió a vivir en la ola del cambio y han apostado por Galicia para emprender en plena pandemia

Ana Abelenda

Su vuelta a Galicia es un mundo y lleva en la maleta un mundo de cambios y cinco mudanzas. «Con la pandemia, empezamos de cero otra vez», comienza avanzando en el relato Ibán (Monforte, 1987), gallego que encontró en París un trampolín profesional. «Me fui en el 2008, tras acabar la carrera», cuenta. El primer gran salto lo dio desde Pontevedra. «Iban a ser seis meses en Francia, pero me fui quedando», resume. Le costó el primer año, el hacerse a costumbres como la de comer a las 12.00 y a las largas noches de invierno. Había elegido Francia por su fama como destino profesional: «En fisioterapia, tienes oportunidades, está integrada en el sistema público. Allí, vas al fisio y la Seguridad Social te reembolsa las sesiones. Hay trabajo y los fisios estamos más reconocidos en el sistema médico», explica. Recién licenciado, Ibán disfrutaba una vida «confortable» en el país, como funcionario; «la estabilidad económica allí es fácil».

Estelle (Montauban, 1989), de un pueblecito cercano a Toulouse, llevaba unos años en París cuando conoció a Ibán. Entre Toulouse y Estrasburgo sacó la carrera de Ingeniería Ambiental y encontró empleo en París. Su carrera despegó en una empresa de obras públicas en la capital del amor, donde conoció a Ibán. Coincidieron en un bar en el 2013 «por casualidad». «¡Yo fisios no conocía y españoles tampoco!», confiesa ella. La ayudaron unas prácticas en Costa Rica, que le dieron algo de soltura en español y ganas de más. «La noche que nos conocimos, ella quiso hablar español y hablamos español», sonríe Ibán. Se fueron conociendo... y al cabo de solo nueve meses se fueron de París «a la otra punta del mundo». A Estelle le surgió una oferta de trabajo por seis meses en Nueva Caledonia y se lanzaron los dos. «Sin miedo al cambio» podría ser su lema de pareja, que antes de irse al paraíso vivió tres meses en Montpellier.

MORRIÑA EN EL PARAÍSO

Nueva Caledonia «fue un cambio grande». Estelle iba con trabajo como consultora ambiental, e Ibán, sin empleo, que no tardó mucho en encontrar. «Hubo que pedir un permiso de trabajo de seis meses, prorrogables, y enfrentarse al papeleo, «latoso». «Fue empezar otra vez de cero. Encontré trabajo de fisio relativamente pronto en una clínica por la mañana y en otra por la tarde», comparte Ibán. Los seis meses previstos se convirtieron en año y medio en «el paraíso». «Es un paraíso. La vida al lado del mar, un entorno natural increíble... Encuentras mucha gente, con motivación, haces amigos rápido y, como estábamos aislados, al otro lado del mundo, enseguida formamos una pequeña familia de amigos», explica Estelle. «Podías ir a bucear a la barrera de coral por la mañana antes de irte a trabajar. Los fines de semana, a los islotes que están enfrente de la isla grande», se recrea Ibán.

Además de una vida de lujo y amistad, el paraíso les dio morriña. «Tras mi primer contrato, surgió otro en una mina. ¡Nunca me había planteado trabajar en una mina!», confiesa Estelle. Estaban a 24 horas de viaje de su hogar, de sus familias, «y te pierdes un montón de momentos». Ibán se perdió, por ejemplo, el nacimiento de su ahijado. Así que el deseo de afianzar el vínculo con su vida de antes los movió.

Estelle, con 27 años, e Ibán, con 29, hicieron, por tercera vez juntos, la maleta de vuelta. Volaron a Toulouse. A Estelle le costó encontrar allí trabajo de lo suyo, se empleó en lo que fue surgiendo (fue dependienta en un súper) y volvieron a París (cuarta mudanza), de nuevo por lo que suponía en oferta laboral. Esa segunda experiencia parisina la vivieron como un déjà vu. Esa desazón les quitó el miedo a cambiar una vez más. La pandemia fue la oportunidad.

En Galicia estrenaron el 2021. La quinta mudanza en nueve años les acabó instalando en A Coruña. Ibán buscó un local para una clínica de fisioterapia —así nació el negocio que lleva con su hermano, Físico—, y Estelle se vino por amor, pero entregada también a una vocación que le dio un gran giro a su carrera. Tras emplearse en París en un instituto dependiente del ministerio de Medio Ambiente francés, le dio bola a su pasión por la restauración de muebles antiguos, quizá una herencia de su padre, que es ebanista. Estelle quería trabajar «con las manos», probó la tapicería y, tras formarse, se prendó del oficio.

En el 2021, Estelle estrenó en Galicia su primera experiencia como autónoma, con el taller Atelier Estelle B, acogiéndose a una ayuda autonómica para mujeres emprendedoras. «Tener un taller de tapicería no solo es tapizar, es llevar la empresa, hacer la contabilidad, atender a los clientes, dar clases de tapicería... [sus alumnas son todas mujeres]. Pero me gusta esto de descubrir cada día algo nuevo. Porque no hay nada seguro, cada mes es una sorpresa», detalla esta artesana a la que ha sorprendido el volumen de trabajo al poco de emprender. El despegue en A Coruña ha superado sus expectativas, dicen los dos. «El cambio ha sido mejor de lo esperado», valora la pareja. «Yo no imaginaba —señala Estelle— que la cosa en lo profesional fuera a ir tan rápido». Era más optimista Ibán como fisioterapeuta, quizá también por «jugar en casa». ¿Mejor que en Nueva Caledonia? «Esto se parece a Nueva Caledonia en la calidad de vida. Vemos el océano todos los días, vivimos en un piso que no nos podríamos permitir en París, podemos ir en bici el trabajo...», resume Ibán. «Aquí se puede hacer todo andando o en bici —añade Estelle, que en Galicia da cancha también a su afición por la vela—. En París es todo lejos, todo debes planearlo con tiempo, no es muy viable improvisar. Aquí es todo más fácil... y se come muy bien». En esta valoración cuentan los huevos caseros que se traen de la aldea...

A la familia de Estelle la ven menos de lo que ella desea, pero la morriña se va llevando con fiestas y ferias gallegas. «Me encantan», admite. «A Estelle solo le falta vivir el momento de la matanza del cerdo para tener el carné de gallega», bromea Ibán.

Siempre les quedará París, pero ellos se quedan aquí... de momento.