«La vida no nos ha dado hijos y esta perra ha llenado un vacío, nos ha dado responsabilidad e ilusión», cuentan
25 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Fran y Belén tienen 48 años, llevan 23 casados y prácticamente toda la vida juntos porque desde los 16 que empezaron a salir no se han separado. Sin embargo, los dos dicen que, aunque siempre han estado muy bien uno al lado del otro, les faltaba algo para completar su amor. Ese algo se llama Aris, su perrihija, como ellos la llaman, que desde hace nueve meses ha llegado a sus vidas para poner todo patas arriba. «No hemos tenido hijos, la vida no nos los dio y con casi 50 se nos había pasado el arroz, pero nosotros sentíamos que nos faltaba algo —explica Belén—, no teníamos cómo canalizar nuestro amor, ni teníamos una responsabilidad en común. Aris nos ha cambiado totalmente como pareja y desde que está en casa podemos decir que por fin hemos formado esa familia que tanto queríamos. Aris nos ha completado».
Fran asiente al lado de Belén, mientras ella se deshace en cariños hacia Aris. «¿A que sí? ¿A que quieres este coliño?», le pregunta a su perrihija sabiendo que la respuesta es siempre afirmativa porque si algo tiene Aris, cómo no, es que entiende a la perfección a sus dueños. Especialmente a su dueña, que no niega que su relación con ella «fue un flechazo». «Casi como el nuestro», bromea con Fran, mientras recuerda que Aris es una perra adoptada que llegó un día de casualidad. «En casa de los padres de Fran ya había habido un perro y yo siempre quise uno, pero mi madre me decía eso de: ‘Cando teñas a túa casa fai o que queiras, na miña non’. Pero no nos lo planteamos hasta que un día una amiga, que a veces nos dejaba a su perro cuando se iba de vacaciones, nos empezó a mandar fotos de unos que estaban en adopción», relata Belén. «Fue verla —dicen los dos al unísono— y ya saber que era ella». «Sí, sí —se emociona—, vi un montón de fotos de perritos, pero cuando llegó la suya, me enamoré y le dije a Fran: ‘La quiero, la quiero’». Desde entonces la vida de los dos ha dado un vuelco y sienten que son «mucho más felices».
«Ahora tenemos una ilusión en común —cuenta Fran—, me gusta llegar a casa y saber que Aris me espera, salir juntos los tres, llevarla al campo, ir los tres de vacaciones...». «Nosotros —continúa Belén— no sabíamos lo que era ir al parque, no habíamos experimentado cosas juntos que ahora sí hacemos gracias a que la tenemos a ella».
Los dos tienen claro que un perro no es un hijo y no quieren entrar en la comparación, pero reconocen que desde que Aris forma parte de su historia todo ha cambiado. «No puedes explicarlo porque hasta que te sucede no sabes cómo te vas a comportar. Yo también era de las que creía que nunca haría determinadas cosas con la perra y, sin embargo, las he hecho todas; como por ejemplo, que duerma con nosotros en la cama», relata Belén. «A los pocos días de llegar, Aris empezó a ponerse muy malita, le detectaron parvovirosis y nos dijeron que tenía un 30 % de posibilidades de sobrevivir. Al verla tan enferma la metimos en la cama, y desde entonces no se ha bajado», cuenta Belén, que fue la encargada de ponerle el nombre: «Siempre me había gustado. Lo tenía en la cabeza».
«Los gastos de un perro son asumibles, si no cuentas el médico, porque la nuestra estuvo delicada y ahora también ha perdido la visión de un ojo y tiene que hacerse revisiones todos los meses, pero no se puede comparar con un hijo —apunta Fran—, que como cualquier dueño con perrihijos se ha visto desplazado en casa por el amor a Aris. «Yo cuando llego a veces hasta me olvido de saludar a Fran, voy directa a la perra», dice Belén, que reconoce que su lenguaje puede dar lugar a equívocos: «Sí, soy de las que le pregunto a él: ‘¿Cómo está la niña?’ Y Fran puede contestarme: ‘Muy bien, hoy fuimos al parque con Apolo, con Byron, con Bimba y con África’», se ríen. «¡Es su canipandi!», aclara Belén, que se apura en darle un poco de helado a Aris para que se porte bien durante la sesión de fotos.
«¿Sabes eso de que los perros se parecen a sus dueños? Pues Aris es clavada a mí, es un poco toxo como yo —se define Belén—, y también es un poco aventurera, cabezona, cotilla, quiere saberlo todo, quién viene, quién no... y si está en el parque no quiere irse nunca para casa».
¿QUÉ PINTAN EN LAS TIENDAS?
«Ahora la estamos acostumbrando a los bares», se echa a reír Fran, que sí nota que cada vez más los perros están bien vistos por la sociedad, aunque es cierto que no pueden entrar en todos los restaurantes que quisieran. «Pero me parece normal», apunta Belén. «Es como llevar a los perros a los centros comerciales, ¿qué pintan allí? Yo no estoy de acuerdo con que entren en las tiendas, no me imagino probándome ropa con el perro conmigo», señala Belén, que no soporta a los dueños que no recogen las necesidades de sus perrihijos: «Aún hay mucho guarro, hemos aprendido un poco, pero yo aún veo a mucho guarro».
Para ella Aris ha llenado un vacío en su vida. «Yo lo recomiendo a todo el mundo, desde que tengo perro me ha ayudado psicológicamente, me ha mejorado la autoestima, y sobre todo nos ha motivado, tienes que levantarte para sacarla, nunca te sientes solo, te ayuda a moverte, a salir... Ella nos ha cambiado a mejor», se emociona Belén mientras, con humor, relata todo lo que les ha destrozado. «Cinco pares de zapatillas, tres camas, un cachito de alfombra, dos camisas de Fran con los 14 botones... ¿Qué más, Aris? ¿Qué más?». Belén es de las que habla a todas horas con su perrihija porque la entiende como nadie: «¿Verdad, cariño, a qué me entiendes? ¿Con quién vas a hablar si no? Ven a mi coliño, anda...» . Y Aris se le acerca y posa para la foto entre los dos como la reina que es. «No nos imaginamos la vida sin ella, es como una vaquiña suiza, mira sus manchas y su color», se deshace Belén mientras la achucha con todo el amor y le susurra: «Ahora ya somos una familia».