Quim Gutiérrez, «El cuerpo en llamas»: «Úrsula Corberó y yo llegamos a un acuerdo sobre qué pasó exactamente aquella noche»

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El actor Quim Gutiérrez triunfa con la serie «El cuerpo en llamas».
El actor Quim Gutiérrez triunfa con la serie «El cuerpo en llamas».

Arde la pantalla con «El cuerpo en llamas», la serie basada en el crimen de la Guardia Urbana, pero Quim es «el cuerpo en calma». Acaba de casarse, pelea por conciliar como padre. Y triunfa en Netflix con un Albert «que hace un pacto con el destino» que sale mal. «Yo no soy consciente de mi magnetismo, soy peculiar, y eso puede gustar mucho, ¡pero a poca gente!», dice

07 oct 2023 . Actualizado a las 13:43 h.

Cada vez quedan más lejos sus primeros trabajos como actor, a los 14, esa adolescencia en la que nada le decía que para ser intérprete, además de chispa, había que saber esperar y saber elegir... ¡y pasar frío! «Cuando me contaron lo de ser actor, en ningún momento nadie me dijo que mi tolerancia al frío debía ser mayor. ¡Yo tolero muy mal el frío!», revela Quim Gutiérrez (Barcelona, 27 de marzo de 1981), Goya revelación por Azuloscurocasinegro, un clásico del taquillazo de la comedia española que acaba de presentar en el Festival de San Sebastián La isla roja. Quim, recién casado y padre dedicado que pelea por conciliar, cada vez más reservado con su vida privada, no se considera parte de una generación. «Mi trayectoria está hecha muy a la contra, con sangre y sudores, me resulta difícil pensar que puede valer para alguien más», dice. Quimyo en redes, el actor catalán triunfa esta temporada en Netflix con El cuerpo en llamas, ficción basada en el crimen de la Guardia Urbana, que también abordan, de otra manera, los documentales Crims y Las cintas de Rosa Peral.

—«El cuerpo en llamas», y los espectadores, en llamas también. ¿Cómo te pilla el éxito de público de esta ficción basada en uno de los casos más mediáticos de la crónica negra reciente?

—El público lo pasa bien, disfruta con la complejidad de las historias y los comentarios que hace son en esa línea del gozo, más que en otro sentido... El enganche que la gente manifiesta en vérsela en un día tiene que ver con que se lo pasa bien, con que disfrutan más allá del morbo que genera la historia.

—¿Esperabas esta acogida?

—A estas alturas de mi vida, me coge por sorpresa, porque he aprendido a ser cauto con las expectativas. Nunca espero nada. La experiencia me ha demostrado que esas veces en que algo parece que sí al final es que no, o al revés. Es muy tentador cuando crees que tienes buenas variables ser optimista, pero te llevas grandes chascos. Hay que entender hasta dónde alcanza tu poder de decisión. Una vez que acabo y hago el doblaje, ya está, no me cargo ya de más responsabilidad. No me toca. Y si va bien, fantástico, y si no, también. Para mí lo importante es, sobre todo, la experiencia del rodaje.

—¿Cómo ha sido la experiencia de rodar «El cuerpo en llamas»?

—Intensa, con un desarrollo de personajes complejo que daba mucho juego. Con elementos reales que transformamos en ficción. Si ese curro que haces tú en la intimidad es compartido, si ese gozo es compartido, es fantástico.

—Tienes en esto «el punto zen» de Meryl Streep, uno de tus referentes. ¿Solo te preocupa aquello que está bajo tu control?

—Sí, todo va en la misma dirección. Participar en proyectos imaginando el resultado, involucrarte más por el cálculo del resultado que por el proceso, es mala estrategia. Si me lo voy a pasar muy mal, pero tiene visos de petarlo, está complicado para que me meta. Porque el acierto es impredecible. Hay que poner la energía donde se puede notar la diferencia. Durante los seis meses que estuvimos rodando esta historia en Barcelona, yo puse la energía en los madrugones, en ir con el texto aprendido, con motivación, tolerando bien el frío...

—¿Pasaste frío rodando «El cuerpo en llamas»?

—¡Muchísimo! Yo soy de Barcelona, pero ese fue uno de los inviernos más fríos que pasamos allí. Y de manera sorpresiva, porque sucedió a un otoño calurosísimo. No es un frío como el de Burgos, pero estar rodando fuera hasta las tres de la mañana como si fuera agosto es dificilísimo. Y yo es algo que llevo cada vez peor... Cuando me contaron lo de ser actor, en ningún momento nadie me dijo que mi tolerancia al frío debía ser mayor. Lo tolero muy mal. Cuando trabajas en esto, el criterio no va a ser que tengas frío o no, va a ser el artístico y punto. Se tiende a pensar: «Qué blandengue». «Pues hazlo tú». Jamás he considerado que mi talento como actor se basase en mi tolerancia al frío. Cuando estrenamos y funciona, les digo: «Hagamos el esfuerzo de acordarnos de esas noches, de esas 500 capas térmicas bajo el vestuario, los resfriados... y todo lo que hoy se disipa bajo el disfrute de la gente que ve la serie».

—Difícil soportar el frío, ¿y las inclemencias de este caso, de Albert, del personaje que tú interpretas?

—Es que la parte más divertida de mi trabajo es esta. Reconozco que hace años ya, por hacer un contrapeso a personajes de comedia que interpreto y tienen conflictos más livianos, me atraen muchísimo los personajes que caen mal, por cómo siguen adelante pese al juicio social que afrontan por las cosas que hacen. Esta es una ficción con material real. Cogimos todo el material real que teníamos y lo llenamos de aquello que nos faltaba para llegar a hacer lo que los personajes llegan a hacer.

—¿Conocías el crimen de la Guardia Urbana?

—No, no conocía mucho del caso. Yo no soy dado a las historias morbosas. La síntesis de lo que yo sabía era algo así como «han encontrado un muerto y hay dos policías implicados». Hay un triángulo amoroso, y resulta que los dos se acusan mutuamente... Me sorprendió ese toma y daca, no saber qué había ocurrido finalmente.

—¿Tú, pese a los flecos sueltos, juzgas personalmente, tienes tu teoría de qué pasó?

—Cien por cien. No sobre el caso real, sino sobre nuestra ficción. Aquí hay dos personas reales acusadas, los abogados, la familia de la persona que murió... Hay un montón de líneas rojas que no puedes cruzar. Hay cosas sobre el caso a las que Netflix nos ha mantenido ajenos, lo cual agradezco. Nosotros hemos trabajado con libertad, y prácticamente ha sido nula la censura en lo que podíamos expresar, pero la serie tenía limitaciones. Dicho eso, aunque la serie no cuente más que lo que la verdad judicial cuenta, yo necesito saber lo que ocurrió. Tengo que saber qué hizo mi personaje y hasta dónde lo hizo. Hay muchas especulaciones sobre si hay un hacha... Úrsula y yo tuvimos que ponernos de acuerdo en qué ocurrió exactamente la noche de autos, y con la mayor concreción posible, paso a paso. Luego la historia lo enseña o no lo enseña, pero, en cuanto a mi reacción, necesito tener memoria sensorial, imaginada al detalle, de lo que pasó. Si hay manchas de sangre, saber por dónde salieron, a qué huele, cómo se movió el cuerpo con los hachazos, quién lo hizo... Porque la implicación personal durante el juicio posterior es muy distinta si uno sabe bien lo que hizo el otro.

—Para saber qué pasó, ¿os documentáis de pe a pa sobre el caso?

—Yo sí. Cuando tienes una historia, la «biblia» es lo que te pasa el director o el guionista. Tú lo amplías, lo cargas de material, te empapas de contexto histórico... En fin, intentas generar un universo lo más complejo y rico posible para contar la historia. En este caso, había muchísimo material. Puedes conocer muchos detalles sobre ellos, sobre el juicio. Lo difícil fue encontrar el equilibrio entre la información que tienes y lo que te falta. La información que tienes es veraz, hay vídeos. ¿Pero qué haces cuando no tienes un material tan detallado de otros aspectos de su vida, de su infancia? Yo lo leí todo, y construí mi ficción a partir de ahí. Pero ni entrevistándome con la persona real [Albert] habría conseguido saber todo, así que hay un punto donde te das licencias creativas.

—Cada espectador hace un juicio y se monta una película sobre el caso real condicionado por esta ficción. En mi cabeza sale mejor parado Quim-Albert que Úrsula-Rosa. ¿Cómo crees que puede influir «El cuerpo en llamas» en la visión del caso real?

—En el feedback en redes, recibimos cosas diferentes. Y de esto se trata... Esto me recuerda lo abierto que está alguien ante una obra artística. Hay gente que ve a Albert, en la línea de lo que dices, como un pelele en manos de Rosa, pero hay otros que consideran que él hizo lo que le dio la gana y dio rienda suelta a su violencia, a ejecutar lo que sus propios demonios le dictaron.

—¿Piensas, como dicen, que esta sociedad confunde el pecado con el delito?

—Sí, muchísimo. Y podemos verlo en un detalle con la guionista. Ella decía algo así como que el hecho de que Rosa sea culpable del crimen es compatible con que sea inocente en el caso de la pornovenganza, en el que fue víctima de abuso de poder. Es difícil, como sociedad, no hacer un juicio que se lo lleve todo por delante. Entender que Rosa puede ser culpable de un crimen y víctima de una pornovenganza me parece una reflexión interesante, sobre todo en este momento de juicio fácil a golpe de tuit.

—¿Las redes sociales nos confunden?

—Con el paso de las décadas, nos daremos cuenta de cómo se nos ha ido de las manos el mundo de las redes. Lo veo por ese feedback que recibimos: hay gente que ha decidido sustituir su vida real por la vida de otros, ¡y no es consciente! Este es el problema. Las redes dan cauce a obsesiones tremendamente insanas. El imbécil del bar, el que iba al bar a desahogarse y volvía a casa contento porque seis parroquianos le habían dado la razón, y así se sentía reconfortado, ahora tiene una plaza infinita. Eso son las redes. Parece que si tienes una repercusión pública, debes manifestarte en toda causa. No, la agenda de las causas sociales la tiene que escoger uno, no las redes. Si no, vivimos pendientes de una agenda que no decidimos nosotros. Hay que abandonar el puñetero teléfono durante horas al día y utilizarlo para lo que es. ¡Toma monólogo!

—¿Cómo entender qué llevó a Rosa y a Albert a cometer ese crimen?

—Los actores, por deformación profesional, estamos muy acostumbrados a hacer un ejercicio de empatía constante. Yo no puedo interpretar a alguien si no me apiado de mi personaje de ficción, y apiadarme significa pensar que es víctima de unas circunstancias. No puedo interpretar a alguien si considero que lo que hace está mal. La escala de valores de mi personaje era la última salida, por eso lo hizo... Leí cosas de criminalística, porque este no es un crimen en caliente, como sabemos por las llamadas telefónicas. Hubo premeditación y eso es lo que lo cambia todo, teniendo en cuenta que hablamos de personas que no son psicópatas, según los análisis de los psicólogos. En estos casos, hay una especie de reparación moral; el que ejecuta cree que se ha hecho un daño irreparable y solo la muerte del otro puede devolverle algo de su vida anterior. Es aplicable a la violencia de género. En la mayoría de los casos, piensan que el agravio es tal que solo la muerte restaura ese orden moral.

—¿Cómo influye el contexto policial?

—Es un contexto el de los cuerpos policiales donde la testosterona está desatada, a la orden del día. Son entornos pequeños, donde la gente coincide en los mismos gimnasios, en los sitios de artes marciales... Todo el mundo sabe quién está en qué comisaría. Al final, la percepción de los demás sobre quién eres, la imagen que generas, es muy importante, y eso se puede ir al traste. Y pasas de ser el que se llevó a una de las chicas más deseadas de la comisaría a ser el segundo de a bordo. Esa imagen de triunfador que tenía se va al traste, y la mancha le va a perseguir siempre, eso de «yo, que había sido el único en estar cuatro años con esta mujer, de pronto soy uno más en su lista de ex». Esto él no lo puede soportar.

—¿El personaje de Albert se entiende desde su contexto familiar?

—Yo usé elementos de la vida del personaje real para construir una idea mía, que puede ser equivocada. La idea es que este chico nace en la Llagosta en los 80, donde había un alto índice de trapicheo con heroína y una población alta de etnia gitana. Salir de allí es lo que convierte a mi Albert en un héroe ante sí mismo. Es un tío más listo de lo que aparenta, lo que consigue a nivel académico es muy difícil para alguien que viene de un entorno desestructurado. Cuando me encuentro con personajes de historias complejas, con idas y venidas, recurro a la mitología griega. A mí me funcionaba en esta historia: se trata de alguien que no quiere seguir lo que el destino le prepara. Hace un pacto con el destino en el cual se prometen lo siguiente: el destino le ofrece la posibilidad de salir de su entorno y conseguir el éxito. Lo que el destino le cobra es no tener un amor de verdad; debe renunciar al amor pasional.

Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez en «El cuerpo en llamas».
Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez en «El cuerpo en llamas». Netlix

—¿Qué fue más duro, la transformación física o meterte en la piel de ese personaje, conciliarlo con tu vida?

—A mí me divierte el proceso, no lo veo como algo desagradable o que comprometa mi identidad. Vivo para momentos como estos, de transformación profunda. Tienes tus recursos para entrar y salir de ese universo. Lo del cuerpo es lo más fácil... A ver, fue duro en términos de salud, porque, normalmente, no como para ganar ocho kilos más de masa muscular, así que hay secuelas, pero lo hice bien asesorado y en cinco meses recuperas... Mi práctica de gimnasio también es distinta. Pero eso tiene que ver también con la preparación psicológica del personaje. Cuando generas mucho rato ese universo paralelo de otro, llega un momento en que es cómodo estar ahí. Me flipa esa sensación. A mí no me produce un trauma. Es verdad que este personaje es oscuro, por momentos es muy difícil no juzgar.

—Permíteme que te pregunte por tu boda. ¿Te viste eclipsado por la novia?

—¡No, no, no! Tienes derecho a preguntar, pero no voy a contestar nada.

—«Lo que más me cuesta es conciliar», nos dijiste en una entrevista reciente.

—Sí, y sigue ahí la declaración. Como hombre, resulta difícil encontrar ejemplos de otros hombres que manifiesten este tipo de conflictos. Pero, mira, si alguien dice: «Este tío es actor, ha tenido un hijo y le está costando», bien. Pero al tiempo me debato con mi tendencia a ser reservado. No quiero compartir nada de mi vida personal. Y, cuanta más repercusión tiene lo que hago, menos.

—¿Cómo es para ti un día perfecto?

—Tiene muchas cosas de mi vida. Un día de vacaciones perfecto es aquel en que tienes tiempo para levantarte pronto, hacer deporte, tener un momento para leer y sí, como todos los que tienen niños pequeños sabrán, tiempo para esa parcela que no es profesional en la que estás tú solo, o tú solo con tu pareja. ¡El día perfecto no existe!

—¿Te sientes partes de una generación de actores?

—No. Mi trayectoria la siento tan particular, tan a la contra... Soy ambicioso, no he hecho lo que la inercia me llevaba a hacer, y eso requiere sacrificio. Lo cómodo sería hacer lo que te ofrecen y ganar mucho más dinero. Pero eso no va conmigo. Cuando tienes una trayectoria tan hecha a tu medida con sangre y con sudores, es muy difícil pensar que pueda valer para alguien más.

—Tienes algo de aquel Imanol Arias de «Anillos de oro», una forma de interpretar, un atractivo más sensible que rotundo. ¿Te ves en él?

—Yo conocí a Imanol rodando Anacleto. ¡Conocí a Imanol cuando ya era Imanol! Me resulta difícil pensar en él como el referente que fue para mi madre o para mi padre. Y el atractivo de uno es algo tan endeble, es tan frágil... Si ahora recibo un feedback muy agradable en Instagram en este sentido me lo tomo con reservas. Hay que disfrutar de todo lo bueno que recibes, relativizar lo negativo y seguir adelante con tu vida. El atractivo no tiene nada que ver con lo que me da seguridad.

—¿Pero manejas ese magnetismo, como puede hacerlo Úrsula Corberó?

—Creo que Úrsula lo maneja mejor que yo. Yo no soy consciente de ese magnetismo... Soy poco mainstream en ese sentido. Mi atractivo no es muy mainstream. Yo soy peculiar, tengo mis rarezas, y esto es cierto que puede gustar muchísimo a alguna gente, ¡pero a muy poca! [risas].yo del 2017.