Carmen sufrió maltrato durante 11 años: «Estuve ocho años pensando en cómo escapar»

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CEDIDA

Empezó la relación con la que entonces era su pareja sin saber lo que era la violencia machista, sin embargo, desde que se identificó como víctima solo tenía un deseo en mente: salir de esa relación

25 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«No se olvida, pero deja de doler, dejas de tener miedo, empiezas a hacer tu vida...», dice Carmen Benito, superviviente de la violencia machista, que, después de vivir un auténtico calvario, decidió darle la vuelta a su historia ayudando a otras mujeres a salir de ese infierno. Creó la asociación MUM (Mujeres Unidas contra el Maltrato), donde se pone a disposición de otras víctimas de la violencia machista. Analizan cada caso a nivel particular, y les ofrecen lo que necesiten: asesoramiento jurídico, psicológico, apoyo en temas de inserción laboral o vivienda. En definitiva, lo que ella no tuvo en su día, cuando decidió dejar a su pareja que llevaba 11 años maltratándola. No tuvo acceso a ninguna ayuda porque no denunció, y asegura que no se arrepiente. «Yo no lo hice por miedo, y de hecho, desde la asociación no siempre recomendamos hacerlo. Cuando crees que puede peligrar tu vida, y el mal va a ser mayor, no lo hagas, a no ser que haya niños y necesites unas medidas cautelares. Si piensas que tu vida puede estar en juego, no merece la pena. Yo estoy a favor de denunciar, pero hay que ver cada caso. Lo primero es contarlo, a quien sea: familia, amigos, una asociación, una vecina... Es fundamental, y a partir de ahí todo va a ser más fácil», dice Carmen.

 Cuando a finales de los noventa, saltó el caso de Ana Orantes en televisión, ella pensaba: ‘Qué pena de mujer, el juez los ha dejado juntos en casa, pero cómo no se va. Cuando no sabes lo que es la violencia, dices: ‘Por qué no se va, le da palizas... Obviamente, porque no puedes», señala Carmen. Habla en primera persona.

Hace más de 20 años, después de separarse del padre de sus hijos, empezó a salir con su segunda pareja sin saber lo que era la violencia machista. Los tres primeros años no sabía lo que le estaba pasando. «Empiezo a notar que me dice cómo me tengo que vestir, y yo, que no tenía ni idea, lo interpretaba como que me quería muchísimo. ‘No te pongas esa blusa, no te queda bien, ponte otra’. Al principio, accedes, pero luego te la vuelves a poner, y te dice: ‘Que te he dicho que no me gusta, te da igual, mira que eres’. Cuando esto pasa siete veces, piensas: ‘Es que me la voy a poner porque me la ha regalado mi madre, y me gusta’. Ahí es cuando viene un castigo o una bofetada, una agresión física o una psicológica porque te has puesto esa camisa y te lo ha dicho 20 veces. E inconscientemente dices: ‘Voy a tener yo la culpa. Es verdad, me lo ha dicho 20 veces’. Ahora se sabe mucho más, pero antes... Al principio son de manera sutil. Piensas: ‘No quiere que me mire nadie, cuánto me quiere’. Te enamoras y todo lo justificas». «Hasta que un día —señala Carmen— te da un empujón que no reconoces como violencia física, porque no te ha dado en la cara, por lo menos en mi caso, un puñetazo, una patada, te tira de los pelos». Acciones que ella no reconocía como violencia física, sobre todo, porque en la televisión solamente «salían las mujeres que iban al hospital, porque les daban una paliza brutal, o que eran asesinadas». Su línea roja era que le diera en la cara, y eso no sucedía. 

LO PEOR NO FUE LO FÍSICO

Pero la violencia iba a más. «Me ponía castigos, me alejó de la familia, por supuesto, me quedé sin amigas, bueno, las seguía teniendo, pero no me podía comunicar con ellas. No podía ir al cine, a ningún lado, solo a la calle comercial que tenía al lado de mi casa, donde había banco, comercios y farmacia. Desde el primer día ya me fue cercando para que fuera con él a todas partes. Cada vez tenía menos tiempo para la gente, cuando nos fuimos a vivir juntos ya solo podía salir de casa con él, controlada... Hasta tenía una grabadora en el teléfono, con lo cual no podía hablar con nadie sin que él escuchara». «Las agresiones físicas no fueron lo peor que viví a su lado —reflexiona—. La violencia psicológica deja más huella, el pensar que te puede matar en cualquier momento. Simplemente el miedo con el que te levantas y te acuestas... Esa tensión diaria te genera tal crispación, que yo pensé que en algún momento me iba a salir una enfermedad grave. Era estar constantemente pendiente de que no me pasara nada».

Durante esos tres primeros años de relación Carmen se fue siete veces de casa, y las siete volvió. ¿Por qué? «Al principio, por miedo. A qué pasaría, a que me pegara, a que le hiciera algo a mis hijos, a mi expareja... Era muy celoso. Si me iba de casa, iba detrás. Acababa dando conmigo. Eso fue así las primeras cinco veces, las últimas dos volví por enganche emocional. Pensaba que me iba a ver sola, que los problemas que tenía eran porque me había ido de casa», relata.

"Las agresiones físicas no fueron lo más fuerte que viví a su lado, pensar que te puede matar en cualquier momento es peor”

La última vez se fue pensando que no iba a volver «ni de broma», pero lo hizo. Volvió y decidió quedarse hasta que no lo tuviera claro de verdad. «Esos ocho años restantes los dediqué a pensar en mi salida. No sabía si iba a tardar ocho, 20, 30 o no iba a salir nunca. Había momentos de luna de miel, pero yo no era feliz y sabía que en algún momento me tenía que ir». Lo sabía, entre otras cosas, por el telediario. «Vi otros casos y lo identifiqué. Dijeron: ‘Si te aísla de tu familia, no te deja salir a la calle, si te rompe objetos...’. Estas cosas que no son violencia física, pero que pasan en el día a día. Me di cuenta de que todo esto me estaba pasando a mí, y de que en algún momento tendría que escapar». Y su vida empezó a transcurrir con un deseo siempre en el horizonte: salir de ahí. Los ocho años que duró la relación estuvo trabajando para él sin cobrar y sin seguro. Era otra forma de castigo. Aguantó lo que pudo, hasta que sus hijos le dieron la fuerza suficiente para cortar la relación

LLEGÓ EL DÍA DE IRSE

Carmen llevaba años preparando su salida, y sabía que tenía que ser inteligente. No bastaba con huir, porque tenía la experiencia de que él iría detrás. Así que se plantó y le dio la razón. «Le dije que no le merecía, que era la mala de la película, y que era mejor que buscara a otra persona mejor que yo. Darle la razón era la única manera de salir, por lo menos en mi cabeza, era la forma de irme más tranquila». Aun así, no fue tan sencillo. Él le dijo que la niña se podía ir, pero que ella se tenía que quedar dos meses a terminar su trabajo. «Me fui, pero me localizó, y estuve otro año intentando, de alguna manera, hacer ese despegue para no volver, porque me llamaba... Hasta que un día le planté cara por teléfono. Le dije que no quería saber nada de él». De esto hace más de 15 años.

La terapia fue clave para Carmen. Siguió los consejos de su psicóloga al pie de la letra cuando le dijo que no le hablara nunca más, que cruzara de acera si lo veía por la calle... A partir de ese día se lo encontró dos veces, una desde el coche y otra por la calle. «Y jamás volví a hablar con él», apunta. Él lo intentó por todos los medios, incluso le mandaba regalos a una dirección que conocía, pero ella se mantuvo firme en su decisión. Así empezó su nueva vida, en la que contactó de nuevo con sus amistades para recuperar la relación, y para tener un sostén al que agarrarse y no volver a caer. «Tuve que sentarme, con mi hija, y contarles, porque no sabían nada. Con todo lo que yo había pasado... Sabían que estaba con una persona que era muy celosa, y que tenía un carácter difícil, pero no llegaron nunca a saber lo que había pasado hasta que se lo contamos. Es que, además, son personas que engañan. Puede ser encantadora, un amigo maravilloso, pero cómo engaña para que no se sepa nada de lo que pasa de puertas para dentro».

Sabe que se tenía que haber ido mucho antes, pero confiesa que no pudo. «Si hubiera tenido información y todo lo necesario....», lamenta Carmen refiriéndose al apoyo, acogimiento o respaldo que no tuvo cuando le plantó cara a su expareja. En cuanto salió de aquella casa, lo primero que hizo fue acercarse al Ayuntamiento de su localidad para pedir ayuda como víctima de violencia. «Me dijeron que si no tenía denuncia, si no era víctima reconocida de violencia, no tenía derecho a nada... Ni apoyo psicológico. Ahora, por suerte, hay más aunque no lo seas».

No le quedó otra que buscarse la vida. Se había ido de casa sin nada. Con su hija y algo de ropa, «menos mal que tenía algo de dinero para la fianza y el primer mes de alquiler», pero sin saber lo que iba a pasar al siguiente. La vida, de alguna manera, se le puso a favor. Encontró rápido un trabajo, y gracias a una amiga empezó a ir a la terapia que ofrecían de manera gratuita en el máster de psicología de la Universidad Complutense. Le comentó a su terapeuta lo que le había ayudado, y su necesidad de hacer lo mismo con otras mujeres. Esta le dijo que esperara a terminar la terapia, pero que fuera preparando los papeles. Cuando a los dos años le dieron el alta, ya tenía toda la burocracia al día, y ella, junto con una amiga y su psicóloga empezaron de cero. Crearon la Asociación MUM, donde ayudan a otras mujeres a salir del pozo lo más rápido posible.

Ahora con la experiencia y formación que tiene en la materia, asegura que hay «mucha información, pero poca concienciación y formación». «La gente no sabe lo que es la violencia, si no, no preguntaría por qué no te vas. Todo el mundo sabe que existe, que le pasa al de al lado, pero si me pasa a mí, no sé detectarlo, con lo cual no sirve de nada esa información. Las mujeres no somos tontas, no estamos ahí porque no tengamos dinero para salir, ni porque nos estén manteniendo, o la cantidad de burradas que se dicen, como ‘habrá hecho algo...’. No, las mujeres no salimos porque hay un enganche, hay un miedo, un impedimento psicológico que no te deja salir, como el que es adicto a las drogas», señala Carmen, que incide en las señales de peligro para poder detectar el maltrato. «Si empieza a tener celos o empiezas a sentir que algo no va bien, simplemente, si te lo preguntas, la respuesta es sí: eres víctima de violencia. Una persona que está en una relación de pareja normal no se lo pregunta jamás».