Antonio de la Torre estrena película rodada en Galicia: «Siempre recordaré el bar de Pepe en San Simón»
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«Se actúa con el alma, lo que mejor he contado yo ha sido de una manera inconsciente», asegura el actor más nominado del cine español, que estrena este viernes «Tratamos demasiado bien a las mujeres», puro realismo trágico rodado en «el Pirineo gallego»
15 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Fue el hermano chungo de AzulOscuroCasiNegro, que le dio el primer Goya y una sólida amistad con Daniel Sánchez Arévalo. Fue el agente tartamudo de Que Dios nos perdone. El marido de Penélope Cruz en Volver. Y el toro salvaje que hizo dieta de engorde de 30 kilos para sostener Gordos. Es el tipo que entra en un bar y se ve abocado a un frenesí de venganza sin redención en Tarde para la ira. El figurón humano confinado en sí mismo en La trinchera infinita. Es el actor más nominado del cine español y vuelve en la resistencia antifranquista con Tratamos demasiado bien a las mujeres, rodada en Galicia. Antonio no olvidará San Simón da Costa. «Siempre recordaré a Pepe, que tenía un bar en San Simón con su mujer. Tenían una trastienda, el bar siempre estaba abierto y era como que vivían ahí... Eran adorables y maravillosos. Siempre recordaré San Simón», asegura.
Hablamos en 8 de marzo. «Al final, hay dos grandes luchas, la lucha de la mujer y la lucha de clases, que casi son la misma...», dice Antonio de la Torre (Málaga, 1968), un hombre que pone «la vida en el centro del tablero», que cada vez piensa más en su madre, que lleva al cole a sus hijos, que hace la comida. El reino del actor premiado por encarnar la podredumbre empoderada de la corrupción política en El reino, de Sorogoyen, es su día a día.
—Hay quien se resiste a ver juntos feminismo y poder, justo por eso que dices de la lucha de clases...
—Yo reflexiono mucho sobre eso, porque mi madre era una mujer pobre, analfabeta, y a las mujeres pobres las educaban para que cuidaran de los maridos; pero, en cambio, las ricas tenían otras posibilidades... Se veía en el aborto también, las mujeres ricas se iban a Suiza a abortar. Porque podían.
—Pero, al final, casi todos dependemos de una mujer, ¿no?
—Absolutamente, sí. Y esta es la revolución pendiente. Probablemente, la gran revolución democrática es el feminismo. Los hombres no hemos sido capaces, igual lo sois vosotras.
—¿Podemos vivir sin las estructuras del poder, sin ser mandados?
—Bueno... ¿Qué somos, lo que dice Hobbes o lo que dice Rousseau? ¿Somos lobos, o cándidos por naturaleza y es la sociedad la que nos corrompe?
—Pérez-Reverte nos dijo en una entrevista: «El ser humano es un animal que sobrevive, que caza, y las reglas sociales son las que lo hacen soportable». ¿Qué piensas tú?
—No lo sé, pero yo, en general, he practicado cierto candidismo en mi vida. Siempre he tomado la decisión de mirar a otro ser humano como un potencial amigo. Y me ha ido bien. He tenido excepciones, pero me ha ido muy bien. La gente me dice: ‘Es que tú eres muy ingenuo’. ¡Me lo siguen diciendo a mi edad! La bondad creo que es algo que cotiza mucho, algo que tiene mucho valor.
—Sí, pero hay mucha gente buena a la que no le va bien. ¿Qué es que te vaya bien, qué significa para ti?
—Ser feliz, tener unas condiciones dignas de vida y ser feliz. Y es así en un plano burgués, como podemos estar tú y yo en esta sociedad. Pero háblale de esto a un niño en Gaza...
—O a un niño que no es querido por sus padres, aquí o en cualquier lugar.
—Mira, me están dando ganas de hacer una foto a dos señores que están aquí, que estoy viendo yo, con un bebé. Parecen el padre y el abuelo, y no paran de hacerle cariños al niño. Es una imagen bastante entrañable.
—¡Mándamela!... «Tratamos demasiado bien a las mujeres», debut como directora de Clara Bilbao, os trajo a Galicia. La película se rodó en San Simón da Costa. Qué sorpresa.
—Claro, es que, supuestamente, es el Valle de Arán. ¡Pero no, rodamos en San Simón, donde los quesos!
—¿Qué tal en el «Pirineo gallego»?
—Muy bien. En el rodaje estuvimos en una casa donde nos trataron muy bien. Y comíamos en el bar de Pepe, con su mujer. Abrían a todas horas. Estábamos en Vilalba, donde Fraga.
—¿Admitimos «Tratamos demasiado bien a las mujeres» como realismo trágico?
—Jaja, fíjate... Tres actores de la película, dos y yo, creamos un grupo al que llamamos realismo mágico, tirando del tema de la peli, que es como un cruce entre Cuerda y Álex de la Iglesia. Pero sí, es realismo trágico, como trágica fue la guerra.
—¿Cómo llegó a ti Doce, ese maquis que es el hermano número 12?
—Es una historia sencilla. Clara Bilbao estaba dirigiendo un corto, yo era miembro del jurado de un festival de Córdoba. El caso es que vi un corto suyo, Prohibido arrojar cadáveres a la basura. Me flipó, porque tenía esa especie de surrealismo trágico. Plantea un mundo distópico donde no se sabe qué hacer con los cadáveres. Recuerdo que le dije: «Si algún día haces una peli, llámame». Y ella me lo recordó: «Me dijiste que te llamara cuando hiciera una peli, pues ya te estoy llamando». Vale. Me puse muy pesado en el rodaje. La pobre me sufrió mucho y las productoras también, Mamen Quintas y Mamen Casal. Les di una brasa importante. Y defendimos el universo de la película a muerte.
—Hay películas que abordan esta temática, pero el punto de vista y el tono de «Tratamos demasiado bien a las mujeres» es audaz. ¿Una comedia negra para abordar la resistencia al franquismo en la guerra civil? ¿Estamos preparados?
—Es muy audaz, sí, y no te esperas que la dirija una mujer. Me pareció que Clara intentaba con esta peli defenderse de etiquetas. Clara es una tía lúcida, honesta y valiente. Las Mamen y Clara son un trío poderoso. Tienen un poderío y una capacidad de trabajo...
—¿Notas la diferencia de currar dirigido y producido por mujeres?
—Mucho. Mira, hay una cosa que se dice en los rodajes, que es: «Una película tiene el ambiente del carácter del director». Y me parece que es así. Lo digo pensando en Clara y en Los destellos, la siguiente peli que he hecho, con Pilar Palomero. Últimamente me acuerdo mucho de mi madre, yo qué sé, será que me hago mayor. No paro de hablar de mi madre.
—¿En qué es referente, sobre todo, para ti?
—En bondad. Mi madre pensaba bien de todo el mundo, me enseñó el valor de la bondad. Hacía el mundo bonito, le daba ternura a la vida. La muerte de mi madre fue el momento más duro que he vivido.
—Cuando te entrevistamos por «Que Dios nos perdone» hablabas ya de tu madre. Te pedí que cerraras los ojos y pensases en un momento para guardar, y te veías yendo con ella a la playa del Rincón.
—Yendo con mi madre a la playa, sí. Y sigo viéndome así. Proust la clavó con el olor de la magdalena. El recuerdo tiene olores. Mira, hace un rato hablaba con otra periodista de una película de Marlon Brando en la que no abre la boca, en la que solo suelta la lágrima. Lo que más cuenta no se dice con palabras. Mirarnos, olernos, tocarnos, sentirnos... ¡Joder! Tenemos cinco o seis sentidos, usémoslos.
—En muchos de tus trabajos dice mucho la mirada, esa mirada que mete miedo, la expresión corporal.
—Se actúa con el alma. Lo que mejor he contado yo ha sido de una manera inconsciente. La información más importante no la dice la palabra, la dicen otras cosas.
—¿Le das más valor a la intuición que al pensamiento racional?
—Sí. La intuición, que parece algo así como muy poco serio, en realidad es un mecanismo complejo. Tenemos mucha capacidad de percepción de la realidad y de la vida. La intuición no es algo que sale de las tripas, es algo profundo y complejo.
—Desconfías de las palabras, pero no es lo mismo una novela de Proust que un mitin político...
—Absolutamente.
—Periodista antes que actor. En Canal Sur hiciste tus pinitos como periodista deportivo. No te conocimos en aquellos tiempos en los que querías ser José María García, «Butanito». ¿Has cambiado mucho desde entonces, con el tiempo, con las películas, con los hijos?
—Sí, supongo que sí, claro que sí. Con la vida, con las cosas que me han pasado, con las pérdidas. Me voy haciendo viejo y el amor ya no lo entrego como ayer. Pero bueno... He vivido otros momentos en los que he estado más angustiado, ¿sabes? Ahora soy más consciente de mi responsabilidad de cuidar, soy menos dependiente de opiniones ajenas y, por suerte, me llevo bien con mi oficio.
—¿Cómo lo ves ahora, cómo te enfrentas a un papel, a la acogida que puede tener en la gente o en la crítica un trabajo tuyo? ¿Es muy diferente al vértigo de las primeras veces?
—Voy con menos miedo. El miedo a sobrevivir era un miedo atávico cuando tenía veintitantos... Cuando murieron mis padres, pensé: «¿Podré con la vida?, ¿saldré adelante?». Esto ahora lo sé. He salido adelante. Ahora el planteamiento es otro: cuánto me queda de vida y cómo lo voy a vivir. Estoy en ese punto en el que pongo la vida en el centro del tablero. Y bien. Estoy bien. Y oye, más o menos me mantengo en forma. Soy consciente de que tengo cierta edad, pero, como diría Sabina, ni tan joven ni tan viejo. Sabina es el hombre que yo siempre quise ser. No sé si sabes que su hija es productora de cine, Carmela Martínez Oliart. Es un nombre que hay que poner sobre la mesa, una gran productora de cine. Ella produjo la película de Cuerda Tiempo después. Es muy valiosa.
—Ya que hablas de estar en forma, hablemos de las medallas que les cuelgas a los goyas. Además de actuar, corres maratones. ¿Cómo llevas lo de ser un corredor de fondo?
—Bueno... ¡maté a un ghato y me llamaron mataghatos! Corrí tres maratones en Sevilla, que además es todo llano. No es lo mismo correr en Castro Urdiales...
—O en la montaña lucense o por los montes de Pena Trevinca...
—¿Te imaginas un maratón ahí? ¡De carallo!
—Los Maquis algo de eso sabían...
—Cómo lo llegaron a pasar de mal en aquella época. Me acuerdo mucho de eso que decía mi madre: «Que Dios no me mande todas las tragedias que soy capaz de soportar». Y mira los de La sociedad de la nieve. Estuvieron 72 días. 72 días en un lugar sin vida. Donde no hay ni una planta.
—¿Sobrevivieron porque eran una sociedad?
—Por eso hemos llegado tan lejos como especie. Así sobrevive el ser humano.
—¿Ves el cine como un duro maratón, te ha desgastado mucho?
—No, no. Lo veo un chollo. Dura es la vida. La vida de otros. La vida en Gaza. Mi vida es fácil. Tengo una vida bastante privilegiada. En otros momentos lloré, me sentí desgraciado, lamentándome: «Ay qué pena de mí... ». Ahora no, ahora que soy más consciente de cómo son otras vidas, me siento un hombre muy afortunado. Podría morirme ahora mismo y pensar: «Qué suerte he tenido». Blanquito, rubio, con ojos azules, en la mejor etapa de la historia de la humanidad, no he conocido la guerra; mis padres sí, pero yo solo por su relato. No he pasado hambre. Fui perdiendo a gente querida, claro. Pero la vida es así. Ahora lo sé. Me esforcé mucho, pero me gustaba tanto lo que hacía que ni siquiera era consciente de lo que me estaba esforzando. ¡Parece que estoy escribiendo mi obituario!