Amalia supo a los 4 años que era adoptada: «Es muy raro mirar a los ojos a tu madre biológica, a la que te pareces en gestos y forma de ser, aunque no hayas pasado un segundo de tu vida con ella»

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Sin embargo, pero no fue hasta la década de sus 30 cuando por fin se decidió a buscar a su madre biológica e intentó contactarla

11 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mi identidad ha sido un terreno inestable desde el día en el que supe que era adoptada». Con estas palabras comienza el relato de Amalia Andrade. De cara al mundo, su identidad es un conjunto organizado de oficios en los que es, sin lugar a dudas, exitosa. Como escritora e ilustradora, ha publicado cuatro libros, entre ellos, el superventas Uno siempre cambia al amor de su vida. (Por otro amor o por otra vida), del 2015, que fue traducido al inglés. Como influencer, acumula cerca de 400.000 seguidores en Instagram y ha trabajado con marcas mundialmente reconocidas como New Balance o Spotify. 

 Pero detrás de esa energía productiva se escondía el impulso por construir una identidad hacia afuera para compensar el caos que reinaba dentro. Así lo confiesa en las páginas de su nuevo libro, No sé cómo mostrar dónde me duele (Planeta), un ensayo en el que explora por fin esta faceta de sí misma que más le ha costado enfrentar, porque era, hasta hace poco, un misterio. «No sé cómo se ve una vida sin un hueco en la parte en la que uno entiende quién es uno. Solo sé que cada vez que alguien dice que se parece a sus padres, a mí me duele la cara», escribe. Todo esto cambió cuando, ya adulta, se decidió a buscar a su madre biológica.

Amalia supo a los 4 años durante un almuerzo familiar de domingo que había sido adoptada. Había visto una película sobre una niña adoptada y lo contó en la mesa: «Ella estaba con su papá, pero él en realidad no era su papá porque la niña era adoptada. Pobre niña». Su tía respondió: «No hay nada de malo en ser adoptada. Tú eres adoptada». Para Amalia, el tiempo se detuvo en ese instante que tiñó su vida de confusión. Le explicaron que había nacido del amor de su madre adoptiva, «pero del cuerpo de otra mujer, que no es mala, que lo hizo como un acto de amor porque quería lo mejor para mí y no estaba en posición de dármelo».

De esa escena, lo que más recuerda es el remolino de dudas e ideas que desató en su cabeza. «Sentí un vacío en el estómago que no se iba y la sensación de que algo pesado caía sobre mí, como unas nubes opacas que me arrancaban todo lo que yo sabía mío. Pensé: “Pase lo que pase, no llores, porque si no, tu mamá y tu tía van a creer que tú piensas que ellas no son tu mamá y tu tía y no quieres jamás causarles dolor”. Así que me tragué ese dolor», cuenta. Guardó esas dudas en un lugar muy profundo y no volvió a entrar en contacto con ellas hasta décadas más tarde. 

COINCIDENCIAS DE LA VIDA

El contacto comenzó de forma casi trivial, con un mensaje de texto. Amalia había conseguido el teléfono de su madre «por coincidencias de la vida» y llevaba meses dilatando el momento de marcar los números y pulsar el botón de llamada. «No recuerdo qué día fue. Sé que era el final de la tarde; yo estaba sola en el apartamento y tenía frío. Estaba acostada en el sofá, perdiendo el tiempo en el móvil, mirando foto tras foto, hasta que se alumbró la pantalla con una de mi madre biológica. Me tomó por sorpresa. Era extraño verla ahí. Ella no sabía que yo podía verla. No sabía que yo era yo. Creo que no tenía ni siquiera manera de saber que yo existía», cuenta. Recuerda que, sin pensarlo mucho, se lanzó a redactar el mensaje que le enviaría, condensando su vida entera en dos párrafos. «No le conté a nadie. No pedí el consejo de nadie. Simplemente me lancé como si no tuviera nada que perder», confiesa. Pulsó sobre el avión icono de «Enviar».

Tras emitir el mensaje, la invadió una avalancha de emociones. «Cosas que no sabía que tenía escondidas se revelaron de manera atropellada. Comenzó el temblor», describe, en lo que llegó a calificar: «La noche oscura de mi alma». «Fue un antes y un después muy grande en mi vida. Durante muchos años sentí que me estaba preparando para ese momento y al final de nada me sirvió, creo que no estaba preparada y escribirle y encontrarme con ella abrió un universo paralelo en mi vida. Al mismo tiempo, sentí cosas hermosas que nunca me había imaginado sentir y fue un encuentro muy bonito, muy poderoso y muy doloroso también», cuenta Amalia.

Reflexiona sobre la pregunta que más quería hacerle a su madre biológica: «Más que por qué, quería saber qué somos. Es muy raro mirarse a los ojos con una persona que es tu madre, a la que tú te pareces en gestos y en formas de ser, aunque no hayas pasado un segundo de tu vida con esa persona. Entonces, te preguntas: ‘¿Qué somos?’». Explica que, también, quería proteger a la familia que la crio, por lo que se sentía reticente a llamar «mamá» a la mujer que la había gestado.

«La verdad, creo que siempre supe, en el fondo, que quería conocer a mi madre biológica, pero durante mucho tiempo me sentí muy escéptica sobre la necesidad de contactarla. Creo que para las personas adoptadas, o en mi caso personal, era una situación que me generaba muchísima ambivalencia, porque de alguna manera sentía que mi familia me había dado todo y que no era necesario conocerla a ella, porque ya los tenía a ellos. Me tomó muchos años entender que no se trataba de si era o no necesario, sino que era mi origen», confiesa.

En este proceso volvieron a aflorar algunas de las sensaciones que se habían materializado en la mente de Amalia durante aquel almuerzo familiar de su infancia en el que descubrió que era adoptada. Entre ellos, la culpa. Recuerda haber pensado que, como alguien que tiene dos figuras maternas en su vida, su madre y su tía, exigir más era, prácticamente, un acto de egoísmo. «Como persona adoptada estaba profundamente atravesada por la culpa. Sentía que tenía una responsabilidad con respecto a mi familia y que buscar a mi madre biológica era una suerte de traición. No porque nadie me lo hubiera dicho, sino porque hay una conexión inconsciente de pensar que estas personas que tanto me dieron y por las cuales yo me siento tan agradecida puedan sentir que no son suficientes si busco a esa otra familia. Obviamente, estas creencias no son verdaderas, pero me llevó muchos años liberarme de esa culpa y apropiarme de ese derecho a conocer mi historia», cuenta. 

«HAY MUCHO DOLOR»

Descubrir la historia de su madre biológica significó también remover heridas profundas en esa mujer desconocida. «Hay mucho dolor en mi historia y en muchas otras historias de adopción y acercarse a ver ese dolor desde las dos partes y revivir ese abandono no es fácil», asegura. Dice que no habría sido posible atravesarlo sin ayuda del humor. «Sin duda, ha sido una herramienta fundamental para mí, para lidiar con mi mundo y con mis dificultades, pero también para entender el mundo en general. Yo creo que la comedia es una herramienta maravillosa para integrar cosas muy dolorosas porque las rompe, subvierte el orden y hace que sean un poquito más digeribles», señala.

Consciente de que las realidades de la adopción son múltiples, al pensar en un mensaje para otras personas que se estén preguntando por su identidad, Amalia las anima a emprender esa búsqueda. «Yo creo que todos los procesos de adopción son únicos, aunque hay cosas que nos atraviesan a todos, sin duda. A cualquier persona que esté intentando reconectar con su familia, le diría que se haga un grupo de apoyo, porque es una experiencia que, si bien, como en mi caso, puede ser hermosa, te mueve muchas cosas, entonces tener personas a tu alrededor que acompañen el proceso es importante. Y si hay alguien que tiene la curiosidad de buscar a su familia biológica y teme hacerlo, le diría que siga su instinto y que busque su verdad. Es el derecho que creo que todos tenemos», recomienda.

Hoy, Amalia tiene una relación «muy bonita» con su madre biológica, que ha nutrido esas partes de su identidad que estaban vacías. El proceso le ha resultado inspirador y se encuentra actualmente preparando su próximo libro, en el que profundizará en este nuevo vínculo con la persona que la gestó y la trajo al mundo. «Es una relación muy bonita, pero rara para ambas, atravesada por mucho dolor. Nos esforzamos mucho por sacarla adelante. Se abrieron múltiples heridas, pero también reconecté con partes esenciales de mí y fue una experiencia muy gratificante. Suena muy cursi, pero fue un viaje interior fascinante», concluye.

Es muy raro mirarse a los ojos con una persona que es tu madre, a la que tú te pareces en gestos y en formas de ser, aunque no hayas pasado un segundo de tu vida con esa persona”