Alba Cardalda, psicóloga: «No se deberían hacer más de tres favores seguidos a alguien»

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«Cómo mandar a la mierda de forma educada» es uno de los libros que están arrasando y que más gratificaciones está causando tanto a los lectores como a su autora, Alba Cardalda, que enseña a poner límites y a expresar de manera asertiva para que las relaciones sean equilibradas

11 ene 2025 . Actualizado a las 17:58 h.

Alba Cardalda es neuropsicóloga y psicóloga clínica, y además una autora de éxito. Ahora triunfa con Cómo mandar a la mierda de forma educada, un libro en el que expone con ejemplos y de manera clara cómo debemos actuar para que no nos tomen el pelo, tanto en situaciones laborales como personales. «Nos han enseñado en casa que lo mejor era aguantar, hemos aprendido mal y creemos que somos unos egoístas o malas personas si no cedemos», señala.

  

—Debe de haber mucha gente con ganas de mandar a la mierda, porque tu libro está agotado...

—Ha habido una explosión increíble. Precisamente de eso estaba hablando con el editor. Estamos intentando redistribuir algunos libros y mantener que haya ejemplares en todas las librerías.

—¿Estamos muy cansados y tenemos ganas de despachar a la gente?

—Sí, yo creo que estamos cansados de muchas cosas. Vivimos en una época muy convulsa, en que siempre nos falta el tiempo, hay mucho estrés, mucho trabajo, es una época en la que no ponemos esos límites para preservar nuestra vida personal y la laboral. Se entremezcla todo y esto nos pasa factura.

—Tú enseñas en el libro a cómo ir poniendo esos límites y explicas que es importante entender que el límite no es negativo, no es un muro.

—Poner límites nos permite precisamente tener relaciones más sanas y más profundas, para que todas las personas tengan claro qué es lo que a la otra le puede molestar o lo que le duele o qué es lo que necesita. Apostar por esta transparencia a la hora de hablar o de comunicarnos, siempre desde una asertividad, es lo que nos permite construir mejores relaciones y sentirnos mucho más cómodos en ellas, para que el otro, sin querer, no nos haga daño o que nosotros mismos no estemos haciendo algún mal al otro.

—¿Hemos aprendido de nuestros padres que lo mejor era aguantar?

—Exacto, en general, en casa nos han enseñado mucho más a aguantar o a priorizar lo que quieren los demás, aunque esto implique ir en contra de lo que queremos. Esto se va acumulando a nivel emocional hasta que llega un punto en que explotamos, y explotamos de la peor manera. Entonces, lo que por un lado habíamos intentado evitar, porque tenemos la concepción de que es de mala persona o de ser egoísta establecer esos límites, lo hemos ido tragando, y al final lo que resulta es que explotamos o bien con el otro, y acabamos diciendo las cosas de muy malos modos, o bien con uno mismo. Esto último trae como

consecuencia la ansiedad, el agobio, un malestar emocional, fruto de haber estado aguantando situaciones o faltas de respeto que no hemos sabido gestionar en el momento adecuado de una forma asertiva.

« Los silencios y las miradas dicen mucho más que las palabras»

—No se trata de ser borde.

—Exacto. Es un proceso de aprendizaje, y como la mayoría de cosas, se aprenden empezando a hacerlas. Las primeras veces no nos va a salir tan bien como nos gustaría, pero a medida que vamos entrenando esta habilidad de poder decir que no, de marcar límites, perfeccionamos la técnica.

—Dices que es parecido a aprender a conducir.

—Al principio quien no sabe utilizar una comunicación asertiva tiene que lidiar con emociones como la vergüenza, pero a medida que lo vas repitiendo, vas automatizando este proceso y poco a poco te va saliendo de forma más natural, casi sin pensarlo, que es como nos pasa a la hora de aprender a conducir o a tocar un instrumento.

—Pones ejemplos de personalidades para que nos demos cuenta de la gente de la que estamos rodeados. Porque hay quien enseguida nos toma por el pito del sereno, por decirlo claramente.

—Sí, son relaciones o personas en las que se dan traspasos de límites sin querer, que esto nos puede pasar a todos. Y también para poder darnos cuenta de que estamos haciendo algo que a lo mejor a nosotros no nos molestaría, pero sí le molesta a otra persona. Pero a veces, además, estos traspasos se hacen con alevosía. Ahí la técnica o la forma de marcar esos límites tiene que cambiar también, porque hay que tener en cuenta cuál es la intención. Y pongo el ejemplo: no es lo mismo si alguien nos da un pisotón sin querer que si alguien nos da un pisotón de forma premeditada. Obviamente, vamos a reaccionar de forma muy distinta.

—Pones el ejemplo del trabajo. Cuando alguien constantemente te pide un favor, luego ya parece que forma parte de tu rutina laboral.

—Sí, yo lo he bautizado como la regla de las tres veces. Es decir, cuando decimos que sí tres veces a un favor es el número que nuestro cerebro necesita para consolidarlo como una dinámica. Cuando se da por hecho, como normal. ¿Qué pasa? Que entonces a la hora de querer tirar para atrás o decir que no, nuestro cerebro lo percibe como algo injusto. Entonces es mucho mejor decir desde un primer momento: «Pues mira, sí te puedo hacer hoy este favor». Pero si se da una segunda vez, ahí hay que dejar muy claro: «Mira, hoy no puedo, porque tengo cosas que hacer», o responder: «Venga, lo puedo hacer, pero ten en cuenta que esto a mí me supone reorganizar cosas». Es superimportante para que no se establezca esta normalidad, esta dinámica de yo te pido esto y tú lo haces, porque, si no, se establece como lo normal y luego va a ser mucho más difícil cambiar esta forma de actuar. Por eso digo que no podemos hacer más de tres favores a alguien.

—¿Qué pasa cuando estos límites los transgredimos con nosotros mismos? Cuando uno mismo es el que se exige una perfección imposible o se culpa continuamente o cuando se habla de forma negativa.

—Esa es una forma de autosabotearse, es decir, cuando uno ve que le están tratando mal o que le está faltando al respeto y no sale de ahí, a lo mejor hay un problema de autoestima. De no quererse lo suficiente como para, primero, darse cuenta de cuáles son esas faltas de respeto que se le están haciendo continuamente y, segundo, de darse el valor para salir de esa situación. De decir: «Bueno, hasta aquí».

—Tampoco se trata de que todos digan que no y no se avance...

—No, claro, se trata de llegar a una negociación. A veces tenemos que ceder nosotros y otras veces tienen que ceder los demás. Tiene que haber una reciprocidad o un equilibrio, pero tiene que haber voluntad por parte de las dos personas. Si no hay voluntad por parte de las dos, es muy difícil que se dé esa negociación en la que ambas estén satisfechas. Entonces, si siempre es uno el que dice que no y el otro es el que tiene que ceder, ahí hay poco que hacer. Es bueno pararnos a replantearnos cómo son nuestras relaciones, hasta qué punto somos nosotros siempre los que cedemos o, al contrario, si nosotros cedemos poco y tenemos que valorar que a las otras personas no les estamos dando lo necesario para que esa relación esté equilibrada.

—En esa comunicación importa la comunicación verbal.

—Sí, porque, además, comunicamos mucho más con lo que transmitimos con el lenguaje corporal y gestual que con palabras. Muchas veces nos damos cuenta, por ejemplo, cuando le preguntamos a un amigo cómo estás y nos dice: «Bien». Pero este bien, por el tono, es muy poco convincente. No nos lo creemos. De hecho, el 80% de lo que transmitimos lo hacemos a nivel de comunicación no verbal. Por eso es importante a la hora de establecer límites, de comunicarnos de forma asertiva, saber cómo acompañar esa comunicación con un lenguaje corporal coherente.

—Y luego pones ejemplos del uso de imperativos. ¿Cuándo hay que usarlos?

—El uso de imperativos, que ya no sería una comunicación tan asertiva, son necesarios en momentos donde el traspaso de límites es reiterado. Cuando nos faltan al respeto o cuando sentimos que estamos recibiendo algún tipo de agresión verbal. Ahí tiene que haber un límite supermarcado e inmediato y recomiendo utilizar imperativos. Pero solamente en estas situaciones. Como, por ejemplo: «No vuelvas a hablarme en este tono o no vuelvas a insinuar eso de que estoy loca». O «no me insultes o me grites».

—Para mandar a la mierda de manera educada ¿cómo debería ser nuestro lenguaje?

—Pues acorde a lo que queremos decir y, además, eso que queremos decir cumplirlo. Por ejemplo, si tenemos que mandar a la mierda porque ya hemos intentado hacer todo lo posible de una forma, pues tiene que transmitirse firmeza y seguridad y a partir de ahí darnos media vuelta e irnos. O si no podemos irnos, le retiramos el contacto visual.

—¿Y el «¡A la mierda!» de Fernando Fernán Gómez? ¿No tiene cabida?

—No es necesario llegar a ese extremo siempre. Y hay diferentes formas de mandar a la mierda, no solamente diciendo estas palabras de forma literal. Hay formas diversas, algunas más sutiles, otras más explícitas. Existe una gran variedad.

—¿Cuál es tu favorita?

—Yo creo que los silencios y las miradas muchas veces dicen mucho más que las palabras. Yo soy de las que con una mirada lo digo todo. Y si es necesario levantarme y retirarme, pues lo acompaño con esa acción.

—Al final del libro pones un vocabulario para ampliar nuestro lenguaje: charrán, cernícalo, cenutrio...

—Sí, para que no nos falten recursos a la hora de ser originales, gracias a la amplia variedad que tiene la lengua española creo que podemos encontrar formas muy divertidas: melón, chupasangre...

—Me estoy acordando ahora de Paquita la del Barrio: «Rata de dos patas, animal rastrero»...

—Sí, sí. Eso de «rata de dos patas» es buenísimo. Hay muchísimas formas de hacerlo, ja, ja, ja.