Carlos Suárez-Mira, el juez que instruyó hace 12 años el asesinato y violación de Elisa Abruñedo en Cabanas: «Se cumplió mi intuición, encontraron al asesino y no la conocía»

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ANGEL MANSO

«No lo pueden condenar con la prisión permanente revisable, quiero desmentirlo», advierte Suárez-Mira, que asumió el caso durante el primer año de una investigación que duró doce y que, al fin, pronto juzgará la Audiencia de A Coruña

16 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlos Suárez-Mira es el juez que levantó el cadáver de Elisa Abruñedo la noche del 1 de septiembre del 2013 en Cabanas. Por aquel entonces, era el titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Ferrol, que además asumía los asuntos de violencia de género. También asumió este, que instruyó durante un año antes de irse a la Audiencia Provincial de A Coruña en comisión de servicio y de ocupar posteriormente su plaza como juez del Juzgado de lo Penal número 3 de A Coruña, donde continúa en la actualidad. A lo largo de su dilatada trayectoria, de sus 25 años de carrera judicial, el de Elisa es uno de los dos crímenes con más coste personal para un juez con una sensibilidad especial. El otro fue el de Iria García, degollada a los 28 años por su expareja en Narón tres días después de que la víctima acudiese a denunciarlo, y de que él dictara una orden de protección para mantenerla a salvo.

Quién pudo abordar, golpear y violar en una zona no visible a Elisa Abruñedo para después apuñalarla y abandonar el cuerpo a escasos metros de su casa fue una incógnita hasta finales del 2023, cuando la Guardia Civil detuvo a Roger Serafín Rodríguez, autor confeso de los hechos y la encarnación de las sospechas que se olió desde el principio Suárez-Mira.

—¿Cómo te sentiste cuando, doce años después, supiste que al fin se cerraba la investigación?

—Lo que sentí fue una gran satisfacción de pensar que se resolvía un crimen horrendo. A nadie le gusta pensar que algo así queda impune.

—Desde el principio y a lo largo de todos estos años, siempre confiaste en que lo iban a encontrar.

—Sí. Yo sabía de la labor de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil, que hizo un trabajo muy bueno. Con muy poquitas pistas y muy inconexas, lograron tirar del hilo y encajarlas todas tras una investigación muy exhaustiva y de muchas horas.

—Fuiste el instructor de este caso durante poco tiempo, pero te tocó lo peor.

—Sí, el delito se cometió el 1 de septiembre del 2013, y yo en el 2014 ya subí al Penal 2 de Ferrol. Sería un año de instrucción, la fase inicial. Yo fui el que levantó el cadáver en Lavandeira. Recuerdo que me llamó la Guardia Civil y me iba a acostar, eran como las doce y pico de la noche o la una de la madrugada, y me comentaron lo que había. Me fui para allá y estuvimos en el monte hasta las 5 de la mañana. Vino el forense, la secretaria judicial y, al día siguiente, al volver al juzgado, porque fue un domingo, seguimos con el trabajo. Ya entonces, la Guardia Civil me habló de las dificultades que tenía el caso, y empezamos con la fase judicial.

—A día de hoy, ¿los casos de Elisa Abruñedo y de Iria García siguen siendo los que más te impactaron?

—Sí, porque fueron muy dramáticos por distintos motivos. Una chica joven fue asesinada salvajemente por su expareja, y esta mujer por un desconocido.

—Siempre defendiste que era un desconocido, ajeno al entorno de Elisa.

—En realidad era una intuición, tampoco tenía muchos datos para afirmar eso. Se investigó, además de a todo su entorno, a agresores sexuales que ya habían cumplido condena y que se sabía que andaban por la zona. Mucha gente se fue descartando, claro. En una investigación de este tipo, con tan pocas pruebas, vas investigando aquí y allá, y vas descartando por distintos motivos.

—¿Alguna vez estuvisteis cerca de él?

—Al menos durante la fase inicial en la que yo estuve allí, no. De hecho, fue una sorpresa. Me enteré por vosotros, por los medios. Lógicamente, cuando dejo la instrucción a mí no me dan cuenta, es natural, ya lo hacen al nuevo juez de instrucción.

—El hecho de que no sea alguien cercano a ella hace que no se encuadrara técnicamente dentro de lo que es violencia de género.

—Claro. Es un asesinato y una agresión sexual, porque también hubo pruebas de ADN que lo determinaban. Me imagino que el abogado querrá llevarlo por homicidio y no por asesinato, porque lógicamente tiene una pena menor. Y eso que se cuenta de que le puede caer la prisión permanente revisable no es verdad. Lo quiero desmentir, porque la introducción de esa pena fue en el año 2015, mientras que los hechos son del 2013. Entonces, no se puede aplicar retroactivamente una pena más grave, que va en perjuicio del reo.

—El asesino cazaba asiduamente por la zona en que abordó a Elisa y lo siguió haciendo después del crimen. Eso abre la posibilidad de que la estuviese esperando, porque ella solía ir acompañada, pero ese día salió sola porque su marido acudió a un entierro. ¿Es posible que tuviese estudiados sus movimientos?

—Puede ser, pero en principio eso no añade nada desde el punto de vista penal, porque, aunque es verdad que, en tiempos, había la circunstancia de premeditación, ahora eso ya no existe en el código penal, con lo cual es un poco irrelevante que conociese que iba a ir por ahí o no. Sí se puede pensar en otro tipo de agravantes; por ejemplo, el agravante de despoblado del lugar del hecho, que es un lugar apartado, al borde de una carretera, pero oculto de ella, o sea, en una zona de monte, y esa soledad favorece la comisión del delito.

—¿Sabías cuál era ese hilo del que tiró la Guardia Civil todo este tiempo?

—Sí, ya se había iniciado cuando estaba yo. Primero, que alguien había visto un Citroën ZX, y luego, también tenían el rastro de ADN que había en el cuerpo de la víctima. El problema es que tienes que poder compararlo con algo, y resulta que en las bases de datos policiales no había un ADN como ese. Se sabía o se sospechaba que se trataba de una persona que probablemente careciese de antecedentes penales o, si los tenía, no era de los que habían dejado su muestra de ADN para contrastarlo. Entonces, ahí hay que partir de otro tipo de cuestiones, de hacer lo que hizo la Guardia Civil, que es ir con personas que voluntariamente donaban una muestra de su ADN para poder hacer comparaciones y buscar vínculos familiares. Fue un trabajo exhaustivo, tremendo. [Se identificó a una serie de varones que cedieron su ADN de forma voluntaria. Entre ellos había alguno pelirrojo cuyo cromosoma Y se asemejaba al del asesino. No era idéntico, pero sí similar. Se empezó a estudiar a esa familia y se logró reconstruir todo el árbol genealógico hasta dar con él].

—El hecho de que fuera pelirrojo facilitó las cosas.

—Sí, ahí sí que hubo esa particularidad. Es un tanto por ciento de la población mucho menor que la que tiene el pelo negro. A partir de ahí, fueron al Archivo Histórico Diocesano de Mondoñedo [que puso sus diez mil libros parroquiales a disposición de los investigadores, que hicieron un viaje de 500 años hasta encontrar a Roger Serafín Rodríguez]. Luego, la clave está en obtener una muestra indubitada suya, que puede ser que la haya arrojado espontáneamente, un escupitajo, o lo que sea. Entonces ya, teniendo esa muestra y contrastándola con la que tenían del lugar de los hechos, si ves que el perfil coincide en el 99,999%, ya se sabe que sí, que estás ante el autor del crimen.

—Pero luego vuelven al coche. ¿Por qué crees que no se deshizo de él?

—Lo del coche creo que fue también para limitar un poco. Es decir, ¿quién de ese perfil genético, de esas líneas familiares, tenía además un vehículo Citroën ZX? A lo mejor uno, con un exceso de confianza piensa: «Bueno, nadie me ha visto, yo vengo por aquí como puede venir cualquier otro, ¿por qué voy a ser yo? ¿Por qué me voy a deshacer del coche?».

—No contaba con tener en frente a la Guardia Civil de A Coruña y a la UCO, una alianza que ya investigó los crímenes de Asunta y de Diana Quer.

—Sí, los tres crímenes fueron investigados por la misma unidad, la de A Coruña.

—Durante tu etapa como instructor no salió el nombre de este hombre, ¿pero ningún testigo vio su coche?

—Alguien había visto un modelo así por allí cerca, un coche que habían dejado en un camino cercano al lugar del crimen. Y luego también estaba la pista del arma con la que la acuchilló, que era propia de un cazador, por el tipo de herida que causaba. Eso reducía un poco la cuestión a gente del mundo de la caza, que manejaba ese tipo de navajas.

—¿Qué perfil de asesino es este? ¿Un clásico depredador sexual?

—Yo no me atrevería a calificarlo, porque no soy especialista. El perfil de asesino es más bien propio de la psicología criminal y yo solo soy un jurista. Desde luego, no parece una persona muy metódica. Y por otra parte parece un crimen, no sé, un tanto absurdo, ¿no? No le encuentro una explicación.

—O impulsivo.

—Sí, quizás impulsivo. Es una cosa que se produjo de repente sin saber muy bien por qué, resulta sorprendente. Bueno, quizás todos los crímenes lo sean. Hay algunos que tienen una intrahistoria detrás, un móvil que más o menos puedes localizar; pero aquí, ¿por qué? Ese por qué se lo ha preguntado la familia de Elisa un millón de veces.

—Roger Serafín Rodríguez se derrumbó y confesó en su segunda noche en el calabozo. Dijo: «La vi caminando y sentí el impulso de forzarla». ¿Es habitual que confiesen este tipo de crímenes?

—Todo depende del carácter que tenga cada cual, de su capacidad de resistencia y de las pruebas que le pongan delante de las narices. Hay gente que a lo mejor se derrumba y confiesa. Naturalmente, ya sabemos que desde el punto de vista judicial esa confesión tiene un valor relativo, hay que jugar con las otras pruebas. La confesión no equivale a ninguna condena. Pero es significativa, claro.

—Ingresó en el mismo penal que El Chicle, en la cárcel de alta seguridad de Mansilla de las Mulas, en León. ¿A los acusados de crímenes tan mediáticos se les aleja de su lugar de origen?

—La verdad es que no sabría contestarte, porque eso es competencia de la Administración penitenciaria, que lo hace por muchos motivos, a veces razones de seguridad del propio interno. Y efectivamente, si uno está en una cárcel del mismo entorno donde sucedieron los hechos, cabe la posibilidad de que haya personas más próximas a esa aldea, a ese pueblo, y exista un mayor riesgo, a lo mejor, de ser agredido. Aparte, ya sabemos que en el mundo de la cárcel al agresor sexual no se le tiene demasiado cariño.

—Después del crimen tuvo una pareja que lo denunció por malos tratos psíquicos y agresión sexual tras su detención, pero no la creyeron por contradicciones en su declaración.

—Los jueces de instrucción actúan con diligencias de prueba a su alcance. No se practica un derecho penal de autor diciendo: «Bueno, como esta persona resulta que ahora fue ya detenida por la comisión de ese otro hecho y confesó, ahora hay que darle credibilidad a otra persona que dice: “Ah, a mí también me hizo esto”». 

—¿Pero eso no desanimaría para denunciar a muchas víctimas de maltrato psicológico y violación dentro de la pareja, si no va a tener recorrido judicial?

—Pero a veces hay otro tipo de cosas, puede haber testigos de referencia que hayan visto determinadas actitudes y comportamientos, determinadas ausencias, determinado estado psíquico de la mujer, alguna equimosis o hematoma un día, aunque se atribuya a una causa fortuita. Y al final, recapitulando, a lo mejor aquello que parecía ese día que la persona estaba muy afectada y que nos dijo que se dio con la puerta, pues en realidad era otra cosa... Entonces, a partir de todo eso, creas un escenario, junto con la declaración de la propia víctima que puede corroborar otros datos periféricos y se puede hacer una composición del lugar. Así, el órgano de enjuiciamiento puede dar veracidad a esa declaración y que por lo tanto sirva como prueba de cargo.

—¿Es más difícil ser juez de violencia de género o de lo penal?

—La violencia de género no es que sea difícil, porque básicamente siempre son los mismos delitos y jurídicamente no tiene gran dificultad. Lo difícil es la presión emocional. Todos somos humanos, y estar en contacto con personas que están mal psíquicamente, que sufren, que se preocupan por sus hijos y que están en una situación de violencia, quieras que no, te va calando. Es desagradable estar en contacto con ese dolor. En cambio, en un juzgado como este o en la Audiencia Provincial, el problema emocional ha quedado un poco más atrás, porque enjuicias los hechos pasados meses o años. En ese sentido, es más agradecido un órgano que está más alejado del dolor.

—¿Los casos más duros que has tenido en tu carrera siguen siendo los que instruiste en el Juzgado de Instrucción número 2 de Ferrol?

—Sí, son en los que tuve un coste personal más importante. Por eso admiro a los jueces y las juezas de violencia de género que pasan muchos años en su juzgado. Es un trabajo muy, muy duro.

—¿A qué crees que se debe el incesante aumento de la violencia de género a pesar de las políticas? ¿Se sienten más amenazados los agresores?

—Sí, puede ser. El feminismo ha tenido un desarrollo muy amplio en los últimos años, y parece como si a algunos los estuviese arrinconando y tuviesen la necesidad de expresar su oposición. Hay perfiles que no lo soportan y que se revelan cometiendo esta serie de hechos.

—¿Irás al juicio de Elisa?

—La verdad es que no lo sé. También depende de mis propios señalamientos. Desde luego, sí que seguiré con interés el desarrollo de las sesiones y el resultado final.

—Al final, tu intuición se cumplió.

—Sí, se cumplió. Lo detuvieron y era un desconocido. Es un pleno al quince.

—¿La intuición de un juez no choca con su margen de maniobra?

—Como juez, te puedes guiar internamente por ella. Puedes olerte, lo que se llama el olfato profesional, que un asunto es en un sentido o en el otro. Lo que no puedes es basar tu resolución en un pálpito, pero sí que muchas veces la intuición se confirma por las pruebas. Aunque la intuición se basa también en tu experiencia. Como decía Picasso, está muy bien la inspiración, pero que te coja trabajando.

—La familia de Elisa se movilizó para que se siguiera hablando del caso.

—Sí, pero lo cierto es que, contra lo que mucha gente pensaba, la Guardia Civil siguió trabajando calladamente, como suele hacerlo, con discreción. Algunos decían: «Es que ese crimen ya está olvidado, no se está haciendo nada». Los hechos han demostrado que sí se estaba haciendo, y mucho. A veces, a esta causa se la trató injustamente, diciendo que se habían desviado recursos hacia la investigación de otros delitos más mediáticos. Obviamente, no era verdad.