Hombres, mujeres y Bridget Jones

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Dos visiones de una misma película. Una redactora y un redactor de La Voz analizan, respectivamente, la evolución de esta antiheroína con faja y los dos hombres de su vida

03 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Bridget Jones, loca por él lleva desde el día de San Valentín en los cines. La cuarta entrega de esta saga romántica está dividiendo a los fans. Para algunos es la más fiel al espíritu de la primera, aquella que sentó un precedente en el género; para otros, el argumento se ha quedado anticuado. Una redactora y un redactor de La Voz analizan, respectivamente, la evolución de esta antiheroína con faja y los dos hombres de su vida.

Esta mujer también tiene «sustancia»

Por Laura G. del Valle

Cigarros poscoitales: cero. Bridget Jones lleva cuatro años sin abrir su diario para apuntar los pitillos que fuma después del sexo. Tampoco los vinos de más que se echa cada noche, ni los kilos que le ensanchan las caderas. En el 2025 la británica ha decidido que no hay tiempo para frivolidades —tener vicios, amar incluso—, que viuda y con dos hijos la vida es otra cosa, una más parecida a simplemente existir.

Bajo esta premisa, que mira más al drama que a la comedia, arranca la última película protagonizada por Renée Zellweger, la cuarta ya que explora las vicisitudes de aquella eterna solterona que acabó comiendo perdices cuando esta era la meta del cuento. ¿Pero qué pasa si ella sigue creyendo que este es el único final feliz?

Bridget Jones: loca por él va de cara. Y esto es un gesto de valentía y de coherencia que productos similares como Sexo en Nueva Yorken su vigente y peor versión, And Just Like That— no se han atrevido a mantener. Hace ya veinticuatro años que vio la luz el primer filme de esta saga. Entonces triunfó por la encantadora torpeza de Bridget, una antiheroína con faja que soltaba tacos y mostraba sin ambages su deseo sexual. Fueron muchas las que se sintieron atraídas por un personaje que anhelaba lo mismo que ellas: un hombre que las quisiera. Bridget tuvo a Colin Firth y Hugh Grant derritiéndose por sus huesos; esto quizás es algo ambicioso, pero el caso es que el hecho de que no fuera un perfil normativo cambió el paradigma.

El feminismo se hizo con Bridget Jones un hueco en el cine mainstream. Un feminismo blanco y mullido que consistía en ser esa chica loquita que no sabía cocinar y demostraba serios problemas con el maquillaje. Hija de su tiempo, la productora de televisión ha evolucionado hacia el lugar al que su contexto la ha arrastrado, y eso no debería ser motivo de reproche.

Hay público decepcionado con esta película porque la mujer sigue quejándose de los desmanes de la soltería. Con su habitual sarcasmo lamenta que nadie pueda bajarle la cremallera de la espalda, y rechaza el mercado de las citas porque a su edad, ¿quién va a querer acostarse con ella?

Como Bridget Jones sigue siendo una comedia romántica de corte noventero en la forma, pero actual en el fondo, el galán aparece: aunque salga de Tinder. Y desaparece: aunque ahora le planta un ghosting. Esa «crueldad despreocupada», como ella llama al «bajó a por tabaco» de la era tecnológica, asoma la patita en terrenos vulnerables que se escapan del puro romance. Está en esas madres del colegio condescendientes incapaces de callarse un consejo. También en un duelo enquistado, y en la impostada necesidad de aparentar que tiene 35 años.

Leo Woodall y Renée Zellweger, en «Bridget Jones: Loca por él».
Leo Woodall y Renée Zellweger, en «Bridget Jones: Loca por él».

La sustancia de Demi Moore es la cara más extrema y gore de una realidad que tiene en Bridget Jones su reverso. De forma naíf, amable y divertida, en una sala de maquillaje de una televisión de Londres, Bridget Jones sucumbe, aterrorizada ante el panorama desolador que la devuelve a un plan de manta y Netflix en solitario, a las mieles de un producto milagroso «y que es legal, al menos en Venezuela».

Los paralelismos entre Zellweger y la candidata a llevarse el Óscar como mejor actriz no terminan aquí. Las dos han sido durante años perseguidas por la prensa más carroñera a cuenta de un paso del tiempo que nadie puede evitar. Ni siquiera las estrellas de Hollywood.

A Moore se la machacó por sufrir anorexia, mientras a Zellweger se le afeó, precisamente, que intentase ser más bella tirando de bisturí. Hoy las dos se redimen, aunque la industria vuelva a darles a algunas como Jones —o Nicole Kidman, o Anne Hathaway— un papel protagonista gracias a la jovencísima mirada de un varón.

 Un snob paliducho y un canalla con fondo

Por Carlos Portolés

Evidentemente no es casual que el personaje de Colin Firth se apellide Darcy. El hombre es, de principio a fin (hay que reconocerlo) un poco pelma. Un snob de alta alcurnia inglesa, de los de club de campo y nociones avanzadas de esquí, hípica y toda la larga sucesión de pasatiempos pequeñoburgueses. Un calco moderno, vamos, del personaje creado por Jane Austen en Orgullo y prejuicio. También Bridget, como la joven Bennet, comienza sintiendo por el estirado muchacho una inquina gutural. Un antagonismo que frisa en la repulsión. Es precisamente este inicio a pie cambiado el germen de una atracción posterior, más fuerte que ninguno de los dos. Lo que ya tiene poco que ver con Austen, y es quizás una vuelta de tuerca más cercana a los modelos de pareja contemporáneos, es que uno y otro se pasan la saga separándose y reconciliándose.

La primera acaba en beso triunfal. Llega la segunda. Ni veinte minutos duran. Pero entonces hay giros y enredos, acuerdos y desacuerdos y, sorpresa, otra vez beso triunfal. Llega la tercera. De nuevo cada uno por su lado. Otra vez giros y otra vez enredos y otra vez acuerdos y desacuerdos. Y de nuevo arrejuntados. Pero esta vez un poco más sólidamente —atención espóiler—. Esta vez hay boda. Y cuando por fin parece que han conseguido superar sus diferencias más enconadas, llega la cuarta y va Colin Firth y se nos muere. La de Bridget y Darcy es una historia que, de contarse con otro tono, sería cercana a la tragedia. Al aroma taciturno de un drama de tacitas.

Mucho más interesante —no es por desmerecer los talentos del gran Colin Firth— es el papel de Hugh Grant a lo largo de las cuatro películas (aunque él solo sale en tres). Interesante, sobre todo, por el rol inesperado y en realidad no demasiado central para el desarrollo de la trama que adopta en la última entrega. Después de haber sido el incontestable villano, el canalla nacido sola y exclusivamente para ser odiado por el público entero, se produce una improbable y, en realidad, bastante tierna redención. El ya maduro Grant, habiendo abrazado la noción de que sus indomables instintos de golfo hacen imposible una vida tranquila y asentada (con Bridget Jones o con quien sea), decide convertirse en el confidente, en el amigo más cercano de la que fue su amante traicionada.

Daniel Cleaver es en el cuarto episodio de esta historia un tío para los dos hijos de Bridget y el fenecido Darcy. Un apoyo para una mujer que está sola, triste y confusa y a la que un día, a su manera, quiso sinceramente. Sin dejar de lado su cultivo de la promiscuidad, encuentra un pequeño punto muerto para devolver con acciones desinteresadas parte del mal que ha causado. Precisamente, esta evolución o, más bien, esta salvación del personaje, es interesante porque no es una conmutación total de sus faltas. No ha tenido una epifanía moral. No se ha convertido en un santo arrepentido hasta la flagelación de sus millones de pecados.

Simplemente se ha hecho mayor y, aceptando una contradicción fundamental en su carácter, ha abrazado una forma de cariño y de amor hacia Bridget y su familia que era hasta entonces desconocida para él. El afecto fraternal. El altruismo. Se revela con este arco curvado como el personaje más interesante, más profundamente humano, de todos los que desfilan por la vida de Jones. Uno espera todo el rato desde la butaca, porque viene prevenido por experiencias anteriores, que Cleaver se saque de la manga en cualquier momento alguna jugarreta. Alguna canallada imperdonable. Pero avanza la película y la jugarreta no llega.

Y no solo eso, sino que además hasta empieza el personal a tomarle cariño por mucho que se resista. No es la suya la historia del malhechor convertido en fraile. Es la de alguien capaz de escenificar lo mejor y lo peor de la especie. A veces incluso al mismo tiempo. Los seres con tres o cuatro dimensiones, aun siendo pequeños diablillos, son siempre más interesantes que los snobs de tez paliducha.