Clara Sanz, la florista que triunfa desde la España vacía: «Al abrir me dijeron: '¿Pero qué vas a vender si aquí no hay gente?'»

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Geóloga de formación, Clara dejó una buena vida en Madrid para sembrar, con su pareja y sus tres hijos, una vida buena en el huerto de su abuelo. Y la suerte, finalmente, floreció. «El norte tiene otro tipo de cultura floral, más resiliente y menos folklórica, más robusta», afirma el alma de La Moderna Rural Shop
21 abr 2025 . Actualizado a las 09:42 h.Todas las flores que olvidamos, que no conocemos y que no sabríamos cómo cuidar con destreza o combinar en un ramo, una corona o un centro florecen en un pequeño lugar de la España vacía que no se esconde en Soria no porque la aldea sea conocida, sino porque hoy no hay quien se esconda del ojo de Instagram. Ese que convirtió a Clara Sanz en la influyente Moderna Rural Shop, la florista «mitad numantina y mitad baturra» que le sacó, de modo inesperado, a la maleza de la memoria el arte de cultivar y combinar flores originales y duraderas. Esta es la historia de novela de la emprendedora que dejó una vida estable en Madrid para tomar el camino de regreso al pueblo donde hoy cultiva su raíz, sembrando cada vez más seguidores y clientes, que por los pétalos virtuales en TikTok hoy van camino a Soria muchos a por una obrita de arte en flor.
«Lo que corre por mis venas es resistencia y cabezonería. Eso, y que soy culo de mal asiento, han hecho que dé las vueltas necesarias hasta sentir que todo está en su sitio y que funciona como debe», se presenta Clara, geóloga de formación y florista de vocación, que aprovecha todo lo que le brinda la naturaleza. Hace ya diez años que vive en Arcos de Jalón plantando flores en Somaén, en Soria, en una de las zonas más despobladas de todo el país. Pero hay vida. «Desde este rincón veo pasar la vida junto a mi familia, donde no hay dos días iguales y no existe el aburrimiento», asegura.
¿Sabes que el Lilium es eterno, y todas las flores que se pueden preservar?, ¿cuál es la flor cortada que más dura de todas? o ¿qué hacer para que te duren más? Son algunas de las preguntas que responde en redes la florista rural que ve crecer su primera novela, Todas las flores que olvidamos, tras sembrar la valentía para dar un gran salto vital.
«A las flores hay que perderles el miedo. Son muy accesibles, fáciles, y es fácil que nos alegren —cuenta Clara Sanz—. Las vemos como algo de lujo o puntual, ¡pero lo que alegran y dan de sí!».
La resiliencia es una palabra que vemos plantada hoy por todas partes y que Clara ha aplicado con imaginación al mundo de la flor. Gracias a ella sabemos que hay «flores resilientes». «Es que sobrevivir en Soria tiene mucho de eso, de ser resiliente», explica quien escribe la historia de Bella en la novela como quien pone un espejo ante la propia. ¿Cuál es la primera semilla de esta aventura, que lo pone todo patas arriba en la vida de Clara y la de su alter ego, Bella? «Yo vivía en Madrid cuando tuve a mi primer hijo y no me parecía el mejor lugar para criar a un niño. Entonces, empecé a hacer lo imposible por ver de qué manera podía volver al pueblo. La protagonista del libro va obligada de Barcelona al pueblo. Es lo contrario a mí en ese sentido, pero supongo que también mis miedos se reflejan un poco en esa resistencia de Bella en volver al pueblo. Lo que más quieres es también lo que más pánico te da. Dudas de todo y te hacen dudar. Cuando dije que me venía al pueblo, que fue unos años antes del covid, los demás me veían como una loca. Quitando mi familia y esos amigos que me conocían lo suficiente para saber que eso era lo que yo necesitaba, la gente nos tomaba por locos. Pocos entendían que dejásemos los trabajos y la vida montada en Madrid para irnos a un pueblo sin gente», dice Clara.
Cuando llegó a Arcos de Jalón, plop, una flor de pregunta: «Lo primero que me preguntaron fue: ‘Oye, ¿qué edad tiene tu hijo’?, para ver si se hacían una clase para los de su edad, si había los suficientes...». Los niños, muy contados. Los abuelos, tampoco muchos, dominaban el campo del lugar. En realidad, parte de la culpa o, mejor dicho, el coraje de la decisión que cambió la vida de Clara y su familia la tuvo su abuelo, que siempre solía decirle a su nieta que pensaba que cuando él muriese temía que su huerto se lo comiese la maleza.
«Y es lo que le pasa en la novela al huerto del abuelo de Bella porque nadie le ha hecho caso. Recuerdo que cuando mi abuelo estaba muy mal, le prometí volver a cuidar su huerto. Y durante un tiempo veníamos los fines de semana de Madrid, pero no es lo mismo que venir aquí a vivir todo el año y hacerse cargo del huerto cada día».
¿También volviste al pueblo con una deuda pendiente, como Bella? «Sí. Yo había hecho una promesa a mi abuelo, no porque él me hiciera prometerle nada, sino porque eso era lo que yo quería y lo que habíamos empezado a hacer los dos cuando él ya no podía cultivar la tierra. Empezamos a poner césped, a hacer el huerto accesible con menos cuidados —explica—. Cuando él pensaba que la maleza se comería aquello, lo decía porque pensaba que no íbamos a poder mantenerlo, por el trabajo que conllevaba».
Fue en el 2015 cuando Clara, su pareja y sus dos niños (ahora son tres, el pequeño nació en el pueblo) se volvieron al huerto. «Fue el destino. Los padres de mi pareja se jubilaron y se vinieron aquí a vivir. A su padre le diagnosticaron alzhéimer, y se hacía duro estar en Madrid y no poder estar con su familia. Los dos teníamos ese deseo de volver». Dos deseos y un destino.
Ella, geóloga; él, ingeniero de telecomunicaciones. ¿Costó? «Sí, pero era nuestro sueño. Los niños eran aún pequeños, tenían 4 y 6 años. Para el mayor fue un cambio a mejor totalmente. Se fue a vivir a la calle. Y la pequeña era feliz en cualquier lado», relata.
«Novatos en todo»
Lo que hoy cuenta ocupada y feliz esta florista novelista tuvo sus estaciones, unas duras, otras suaves. «Alquilamos un local para poner la floristería. Y llegó un hombre y dijo: ‘‘¿Pero qué vais a vender?, ¿flores? Pero si aquí no hay gente... Aquí no viven ya ni las profesoras”. Empecé a llorar, llorar y llorar. Mis amigos decían: ‘Siempre puedes volver, mientras no vendáis la casa de Madrid... ‘. Y yo pensaba: “¡Qué horror! “Si ahí no hay ni cine”, me decían otros. Pero yo para qué quería cine...». Cambió la película y redescubrió la libertad, el tiempo libre. «Es otro mundo», asegura.
Cuando la gente vio ya que Clara iba en serio, se volcó, «pero al principio estás muy perdido. Eres novato en todo. Nueva en el pueblo y en el negocio».
«Pero las mismas carreteras que les sirven a los de la ciudad para venirse al pueblo nos sirven a los de pueblo para ir a ciudad. Del mismo modo que los que vivís en la ciudad durante la semana venís al pueblo el fin de semana, nosotros podemos ir al cine en la ciudad el sábado si queremos. Solo que normalmente no queremos ir a la ciudad...»
Pueblo y ciudad son dos continentes. «Pero las mismas carreteras que les sirven a los de la ciudad para venirse al pueblo nos sirven a los de pueblo para ir a ciudad. Del mismo modo que los que vivís en la ciudad durante la semana venís al pueblo el fin de semana, nosotros podemos ir al cine en la ciudad el sábado si queremos. Solo que normalmente no queremos ir a la ciudad —confiesa—. ¡Si quieres salir del pueblo, puedes salir, eh! No hace falta que te quedes en él. ¿El mayor contraste? Ir a comprar. En vez de ir al Mercadona o donde sea y comprarlo todo, ¿que necesito fruta? Frutería, carne en la carnicería, esto otro en el ultramarinos... Y necesitas tres días para hacer la compra por el palique. Pero yo ahora voy a Mercadona y me agobio, con ese ritmo acelera’o, como que la gente que se va persiguiendo hasta la caja. Con el comercio, me quedo mil veces con el del pueblo aunque tengas que ir peregrinando de aquí allá», considera.
¿Se parece hacer una novela a hacer un ramo de flores? «Sí, porque lo sientes. No pienso un ramo y lo hago. No pienso la novela y la hago. Voy creando sobre la marcha. Cojo una flor y le busco la compañía. Con la novela me pasó un poco parecido», cuenta.
En las redes sociales tiene un público diferente al del pueblo. «Pero al final toda la gente del pueblo compra lo de las redes sociales... ¡Este año por San Valentín ramos convencionales no vendí ni uno, todos diferentes!», asegura.
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Recibe muchos encargos de Galicia, de Navarra, de Madrid, Castilla y León y el País Vasco. «El norte tiene otro tipo de cultura floral. Quizá más resiliente y menos folklórica. Un carácter más robusto», se moja quien revela que las flores más resilientes son siemprevivas, el Statice y el Limonium.
El jardín del edén de Clara Sanz, la Moderna Rural, crece con calma en un pueblo remoto de la España menos vacía desde que está floreciendo. «Me volvería a venir. Ves siempre a las mismas personas, todos los días, pero esto al final es calma, tranquilidad. No es gente, son personas, y al vivir entre ellas sientes que perteneces a un sitio. Cuando vienen los veraneantes, estamos deseando que se vayan...», confiesa la geóloga que vio que a veces más dura que la piedra es la flor resiliente.