Pilar Eyre: «He visto cosas muy mezquinas en gente riquísima»

YES

Pilar Eyre, en Santiago en el 2016.
Pilar Eyre, en Santiago en el 2016. Álvaro Ballesteros

«He tenido varios hombres de mi vida», revela la periodista y escritora que en «Señoras bien» vuelve a afilar su humor para novelar un estilo de vida que retrata a una clase tan alta como chusca. Los ricos también lloran, pero entre champán y Picassos algo menos, por falsos que estos sean...

25 abr 2025 . Actualizado a las 17:27 h.

El sexo en la «City» también está servido, divertida y amistosamente además, pasados los 70 años, cuando se lucen con coquetería gafotas de pasta para la vista cansada, pero se esconden cual piojos o hemorroides los audífonos. Eso muestra novelando Pilar Eyre (Barcelona, 1951), periodista, escritora y youtuber de las que traen bata de cola de seguidores en redes. Estudiante en tiempos de Filosofía y Letras, a Pilar las letras la han hecho perfilar una filosofía de vida en la que lo cortés nunca quita lo valiente. Su sentido del humor es negro con motas de morado, verde, rosa fucsia. Muy de Barcelona, Galicia le viene de padre, nacido en tierra de Lemos, algo que se le nota en la ternura que pone el acento final de sus frases, que parece que se mueren solas sin pesar. En el 2014, fue la finalista al Planeta por Mi color favorito es verte, la historia de un romance ardiente y efímero en el que Pilar no omite el recuerdo del hombre con el que se casó dos veces. Con él tuvo a su hijo, se separaron y él, antes de morir, le pidió a ella que se volvieran a casar. Le daban solo 15 meses de vida, y hubo «sí, quiero» ante la cama del hospital.

Hay también tragedia y drama en la nueva novela de esta cronista cáustica y elegante de «la otra historia de España». Señoras bien de Barcelona son el cuarteto que protagoniza esta historia con portada de Jordi Labanda.

—¿Es esto una especie de «Sexo en Nueva York» en Barcelona?

—Me parece buena comparación. ¡Me halagas! La portada es de Jordi Labanda, que leyó el libro y trazó un perfil psicológico de cada personaje. Es una historia ambientada en Barcelona.

—La novela empieza con Andrea, arquitecta, en pleno ataque de ansiedad llamando a su amante. ¿Qué pinceladas dibujan a esa Andrea del inicio?

—Andrea, la protagonista, está arreglándose para salir con su amante. Como arquitecta, tiene un despacho que fundó hace años con su amiga Nieves. Y llegó un momento en que, como dicen los hijos, «a estas alturas de la vida, ya te podrías pegar la gran vida, ¿para qué madrugar?»... Pero esa «gran vida» ella no la ve grande, ni muchísimo menos...

—Andrea y Nieves son dos grandes amigas en esta historia. Hay un guiño a «Telma y Louise», junto a muchos otros, que acentúan el humor y la alegría que, pese a la tragedia, pone tu mirada sobre las cosas. Pero lo que se cuece es sobre todo drama, ¿no?

—Todo el mundo me dice: «¡Qué libro tan divertido!». Creo que ese trasfondo que comentas poca gente lo ha notado. Una de las primeras personas que lo leyó me dijo: «No sé si es optimista o melancólico». Creo que hay momentos para reírse, yo lo hacía mientras escribía, pero la vida tiene de todo.

—¿Por qué te fuiste a la arquitectura y cómo nació el «thriller»?

—Mi nuera es arquitecta. Un día le pregunté cuál era el miedo más grande de los arquitectos. Me dijo: «Tener un accidente mortal y que no haya permiso de obras. Pensé que ahí tenía el nudo de la historia, una catástrofe que obligase a Andrea a salir de su retiro dorado, tomar las riendas del estudio y encontrar el amor. La novela es un canto también a la amistad entre mujeres, que tiene mala fama...

—Depende...

—A ver, si estamos tres o cuatro amigas en un café y una se levanta y se va al lavabo las otras algo vamos a decir, ¿no? «Mira, se ha puesto bótox y no ha contado nada». Pero cuando hay una tragedia, una enfermedad o una muerte estamos ahí, cumpliendo. La amistad entre mujeres es la sal de la vida, ¿no?

—Hay una radicalidad emocional. Es cierto que alguna (sucede en la novela) se acuesta con el novio de otra, pero su amistad sobrevive a los amantes...

—Siempre hay cierta rivalidad entre amigas. «Prefirió a fulana antes que a mí». «¡Me tengo que enterar de todo por segundas!». En ese pique entre amigas lo que hay de fondo es sentirse profundamente acompañado por esas personas.

—¿La amistad entre mujeres es distinta que con los hombres?

—Hombre, sí, nuestra educación sentimental ha sido distinta. Esta cosa que tenemos nosotras de contárnoslo todo no la tienen ellos. El otro día estaba con todo mi grupo de amigas cenando, y una diciéndole a otra que estaba mirando el móvil: «¡Oye, no lo llames, eh!». Y la otra: «¿Cómo le voy a llamar? Que me llame él...». «Bueno, dale una perdida y luego, cuando te llame, le dices que ni idea». Ahí todas como chiquillas, a ver si el susodicho contestaba o no. A él, por supuesto, le importa un pito. Es lo que he querido reflejar en el libro. Además, la vida cultural de este país la sostienen las mujeres. Somos las que leemos, vamos a conferencias, a exposiciones... Sin embargo, las mujeres de mi generación estamos muy poco representadas como protagonistas en los libros. Podemos ser una abuela, una tía, pero no las protagonistas de una novela porque somos divertidas, ágiles y tenemos vivencias para compartir. Yo no he hecho la novela con ningún propósito, pero he pensado al escribirla en las personas que ya no son jóvenes en el carné de identidad, pero sí jóvenes de corazón.

—¿Eres una joven de 73 años?

—Me siento joven de corazón. Pero tampoco es eso de que ahora ya lo sé todo y me pilla todo de vuelta. Qué va. Yo sigo cometiendo los mismos errores y tropezando con la misma piedra. Para mí en las novelas, y en todo, es siempre como la primera vez.

—¿Hay cosas que siempre suceden por primera vez: un amante, un hijo, una amistad, un libro?

—Sí, sí, sí. Cuando hablamos, por ejemplo, de «el hombre de mi vida»... ¡Con la cantidad de años que vivimos ahora! En cada etapa de mi vida, he tenido un hombre. He tenido varios hombres de mi vida, mis amigas también. Cuando dices: «Eres el hombre de mi vida», es un sentimiento real. En ese momento, en esa vida, lo es. Todos tenemos muchos momentos, varias vidas. Yo espero que me llegue el hombre de mi vida de ahora, porque no tengo ninguno...

—El amor no es cuestión de tiempo...

—Hay algo que solo puede darte el enamoramiento. El amor te hace sentir joven, bella y poderosa. Si estuviera superenamorada, estaría dirigiendo La Voz de Galicia, El Corte Inglés, Apple... ¡y todo!

—En el principio, frase para marcar: «Los amantes no deberían pronunciar nunca la palabra ‘intestino’»...

—¡Jamás, por favor! Hablar de esa cosa retorcida, ¡qué horror!

—Las señoras bien son diferentes de las demás, de las «langranas»?

—Las señoras bien son una clase que todos sabemos quiénes son. En Barcelona, Madrid, Lugo, Zamora, París... Las señoras bien antes eran mujeres florero y ahora son cultivadas. No tienen problemas económicos y tienen unos códigos, llevan una ropa y tienen sus dramas, porque los ricos también lloran. Marsé ha escrito una Barcelona maravillosa. Yo retrato otra Barcelona, que quiero convertir también en literaria. Y en todas mis novelas sale un gallego; en esta, el padre de Nieves, que era de Sobrado do Bispo y se fue a construir a Barcelona con el bum del ladrillo... Hay una cosa ahí que he copiado de un amigo, que dice: «No sé hacer otra cosa que hacerme rico».

—¿La gente bien regala Picassos falsos?

—Sí, y joyas. Como decía Umbral: «Los catalanes son fanfarrones, pero al revés». No hace ostentación de lo que tiene, al revés. Es un poco gallego. El catalán te dirá: «Voy a buscarte con la barca por la tarde». Te lo imaginas en la barquita de remo ¡y aparece con un yate! Y su «casita» es un palacio en Pedralbes. El rico madrileño es un poco más ostentoso... Pero gente bien la hay en todas partes. Yo he visto a ricos-ricos-ricos, millonarios, en reuniones de cremas peleándose por unas muestras. Hay cierta mezquindad para la cosa pequeña y luego no dudar en gastarse mucho dinero en las grandes.

—¿Es la novela una parodia de ese rico estilo de vida?

—No creas. Todo lo que cuento lo he visto, lo he vivido o me lo han contado. Y ahora tengo miedo de encontrarme a la gente que me ha contado algunas de la anécdotas, a ver si me van a partir la cara.

—¿Los amantes son pasajeros y los amigos eternos?

—Parece que los amigos solo pueden ser los que han ido al colegio contigo. Tengo amigos de hace dos o tres años en los que tengo muchísima confianza. Con la gente con la que haces un equipo de televisión también os hacéis un tiempo amigos a muerte. Pero cuando el programa se deshace, igual os separáis y no os volvéis a ver. La amistad evoluciona con los años.

—¡Nos sorprendes con una boutique de audífonos!

—Nadie tiene reparo en llevar gafas, pero no hay nadie que confiese que oye mal. Las actrices van con gafas a la alfombra roja, pero nadie presume de audífonos...

—¿Hay en la gente bien mucho «quiero y no puedo»?

—Yo he visto cosas muy mezquinas en gente que es riquísima. Gente que igual ahorra en el tinte y se compra el último Mercedes. En casa no es que fuéramos ricos, pero no éramos pobres. ¡Y mi propia madre pedía rebaja en El Corte Inglés! Lo veía naturalísimo...