Guille y Dani practican escalada pese a todo: «Otros les cerraron las puertas por ser ciego y autista»

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MARCOS MÍGUEZ

Estos niños escalan mucho más alto de lo que lo son sus barreras en el club AMI de A Coruña, donde no tienen personal especializado, pero sí muchas ganas de acoger a todo el que quiera ascender por la roca. «Antes era impensable que pudieran hacer esto», dicen sus madres

13 may 2025 . Actualizado a las 10:56 h.

Ejemplos de cómo el deporte puede mejorar la calidad de vida de personas con todo tipo de patologías y condición hay muchos. Pero de clubes que, sin recursos ni personal especializado, se atrevan a abrir sus puertas a la diversidad, menos. La Agrupación de Montañeros Independientes (AMI) de A Coruña es exactamente lo que hace: ofrecer la escalada a todo aquel que quiera practicarla, independientemente de cualquier otra cosa que no sea el deseo de hacerlo.

Guille, a la izquierda de la imagen que ilustra estas páginas, es ciego, pero también un trepador nato.

—Sobre todo, me encanta colgarme en las barras tipo murciélago. Un día estaba en el gimnasio, había un pasamanos, y pensé: «Si me cuelgo así, ¿qué pasa?».

—¿Y no tienes miedo?

—No, no veo.

Lo dice con ironía y con sorna, porque si algo tiene Guille es sentido del humor y ganas de hablar. Lo cierto es que le gustan muchas cosas más, y casi todas temerarias. «Es un kamikaze, anda en bicicleta sin ruedines, en patinete, y en todo lo que se le ponga por delante», cuenta María García, su madre, que cuando era más pequeño y todavía usaba los ruedines, «iba de copiloto. Como el de Sainz, pues yo igual. Le decía: “A la izquierda, a la derecha, árbol, persona, frena...”. Y cuando a los 5 años se soltó sin ruedines, lo llevamos a una plaza grande, como un patio interior. Al principio tenías que dirigirle, pero ahora ya tiene controlado el espacio y no se choca», asegura. Su hijo, que también va a yudo, a música y sueña con ser inventor y piloto de moto y de coche de fórmula 1, nació con una ceguera congénita bilateral total que le diagnosticaron en el Instituto Gómez Ulla, en Santiago, confirmando las sospechas de su madre.

«Era mi segundo hijo, y veía que cuando le estaba dando el pecho, ni siquiera giraba la cara hacia mí. Sordo ya vi que no era, entonces pensé: “O no ve o tiene un autismo muy bestia"», indica la madre, que asegura que no fue capaz de esperar a la revisión pediátrica de los dos meses: «No me aguanté, fui antes, y me dijeron que todavía era muy pequeño y que no fijaba, pero yo veía algo que no me acababa de convencer». Hasta que llegó el diagnóstico a los cuatro meses de edad de Guille, al que le vieron una alteración en un gen que comparte su madre, pero aseguran que para presentar la amaurosis congénita de Leber hay que tener dos. «Es un gen bastante nuevo y dicen que es probable que las técnicas de hoy en día no alcancen a detectar una segunda variante, por eso nos han diagnosticado a los dos como portadores, a pesar de que Guille tiene todos los síntomas».

El niño lleva escalando con AMI desde poco antes de cumplir los 6 años. «Fuimos a comentarles que el niño tiene ceguera y a preguntarles si podría probar. Nos dijeron que por supuesto, y la verdad es que se le dio bien. En competición necesita un guía que le vaya dando indicaciones, pero es un deporte en el que también estás contigo mismo intentando mejorar, y creo que eso se puede aplicar después a muchas otras cosas, el aprender a pelear de esa manera», dice María, que asegura que su hijo sabía que los compañeros de clase iban a fútbol o a otros deportes, y ella tuvo que llamar a varias puertas para que pudiera practicar alguno, «porque también hubo sitios en las que no se las abrieron por su autismo, por miedo y desconocimiento». Hoy Guille incluso va a escalar en roca fuera, y le encantaron los campamentos en el campo. También relacionarse con otros niños, entre los que está Dani, el otro protagonista de este reportaje.

A Dani le diagnosticaron a los 5 años un autismo severo. No hablaba prácticamente nada, su comprensión era casi nula y Patricia, su madre, pensaba que jamás podría llevarlo a una actividad en grupo, «porque no se iba a enterar de nada, y además se escapaba y tenía conductas bastante disruptivas, ya que no sabía cómo comunicarse, y muchas veces lo hacía de una forma que no era la adecuada».

CADA VEZ MÁS FRUSTRACIÓN

A medida que iba creciendo, la frustración del niño aumentaba cada vez más. Con 2 años fue diagnosticado de Trastorno Específico del Lenguaje (TEL), pero a los 3 empezó el colegio y, como dice su madre, «empezó el declive. Se desataron esas conductas, porque entró en un colegio muy grande donde no entendía nada, y empecé a desconfiar de ese diagnóstico y a pensar que Dani era autista». Se lo confirmaron en Madrid.

Ya con cuatro años y medio empezó a desarrollar el lenguaje, aunque no la comunicación. El niño sabía decir muchas palabras, pero no conectarlas entre sí. «Nos parecía imposible que no hubiera más evolución, así que empezamos a buscar nuevos profesionales y dimos con la Fundación de Erik Lovaas, que tiene la sede en Madrid pero atiende a niños de toda España. Dani empezó a comunicarse porque empezaron a darle las herramientas y los apoyos individualizados que necesitaba. «Solamente en un año, Dani era otro niño. Y es muy importante que involucren a la familia, porque antes tú dejabas al niño una hora en un gabinete y listo, pero aquí hacen las terapias en casa y te enseñan cómo abordar las situaciones», describe Patricia, que asegura que en el club les dieron esa facilidad: «No tenían personas especialistas en niños con autismo, y creo que eso es lo mejor. Me dejan entrar con el niño y puede hacerlo también un terapeuta, quien queramos, para que no resulte algo negativo para él».

Empezó entrando ella, y seis meses después le dijeron en el club que consideraban que ya no era necesaria su presencia y que querían probar qué tal le iba a Dani sin compañía. Dicho y hecho. Su madre nunca más volvió a entrar. «La escalada le ayudó a mejorar mucho todo en general, especialmente las funciones ejecutivas, la resolución de problemas, la toma de decisiones y la planificación. Es capaz de seguir las instrucciones, de escalar solo por las presas de un color... Y hace casi un año que va enganchando él solo la cuerda al rocódromo. Era impensable que se adaptara bien a un grupo y que pudiera hacer todo esto, planificar sobre la marcha, tener esta autonomía, sociabilizar...», explica su madre, que agradece al club que luchase hasta conseguir la creación de la categoría de paraescalada, que no existía antes en Galicia. Quién diría que a Dani lo rechazaron antes en dos clubes de atletismo por el simple hecho de ser autista. «Eso te derrumba», añade Patricia, que un día a la semana lleva a su hijo a escalada y el resto a triatlón. «Y los fines de semana, lo hemos federado en ciclismo».

En medio de sus frenéticas agendas deportivas, Dani y Guille no coinciden en los entrenamientos, pero sí en las competiciones. «Ellos se entienden a su manera y encajan muy bien. Son niños que, a pesar de sus limitaciones, pueden comunicarse muchísimo mejor que otros que siempre están con niños iguales a ellos», indica María, la madre de Guille, que lo impulsa constantemente a adaptarse a otras condiciones y discapacidades: «Mi hijo, por ser ciego, no quiere decir que su entorno tenga que aprender cómo relacionarse con él y ya está. No, mi hijo es ciego, pero también se va a encontrar con niños como Dani, o en silla de ruedas, o con otra serie de diversidades, y también tiene que aprender a relacionarse con ellos. No solo el neurotípico tiene que aprender. Me parece genial que coincidan y ojalá coincidiesen aún con más niños».

Patricia, la madre de Guille, indica que las familias muchas veces tienen miedo al rechazo, en parte porque lo han vivido en sus carnes, y temen exponer a sus hijos. «Yo me acuerdo de las primeras competiciones a las que fue Dani, que yo iba con el corazón en un puño, pero creo que a veces tenemos que arriesgarnos para que pasen cosas buenas. Y me gusta que la gente vea que si Dani puede, otros pueden intentarlo».

En AMI tienen a dos niños con autismo y a Guille con ceguera, totalmente integrados en el club. También impulsaron un proyecto educativo de escalada en la escuela y otro proyecto social con una treintena de entidades relacionadas con el ámbito infantil, centrado en el colectivo de menores en situación de vulnerabilidad y en riesgo de exclusión social, así como en personas de cualquier edad que se encuentren en situación de discapacidad. «Aquí todos somos deportistas de élite», señalan desde el club.