
Este es el séptimo arte de un padrazo: la creatividad de Paco León en «Sin instrucciones», la sensibilidad de David Verdaguer en «Verano 1993» o la dedicación de Miki Esparbé en «Wolfgang» y de Santiago Segura en su saga «padre». «Hay un cambio en la forma de ser padre, una revisión de toda la masculinidad», apunta Máximo Peña, autor de «Paternidad aquí y ahora»
16 may 2025 . Actualizado a las 17:45 h.Padre hay más de uno. Lo demuestra una vez más, y ya van cinco, Santiago Segura con la taquillera saga familiar que nos ha dejado dormido el brazo tonto de la ley. El padre fantasma, el que no sabe a qué lobby maternal se enfrenta entra en el grupo del WhatsApp, el que cree que su mujer siempre lo exagera todo... y el que se da cuenta al verse solo (con los niños) durante unos días de qué es eso de la «carga mental».
Cuando acabe el curso, los niños empiecen a estar a monte y los adultos se dispongan a desactivar los grupos de madres de WhatsApp, en la gran pantalla saltará el bocadillo verde de un mensaje sobre campamentos de verano, los cumpleañeros pendientes o cuestiones que anticipen ya las actividades y los marrones del curso siguiente en la quinta entrega de las desventuras de Javier y Marisa con su familia numerosa y la extensa. Qué horroróscopo, Dios mío...
Padre no hay más que uno es una vuelta de tuerca millennial de La familia y uno más, la comedia del 65 en la que Carlos Alonso (Alberto Closas) debe hacerse cargo de su tropa porque las circunstancias obligan, que si no... Pocas veces se han lucido los hombres como buenos padres, como padres de amor y cuidados, en pantalla. Figuras autoritarias, duras, de un heroicismo fantástico o ausentes, convidados de piedra en el día a día, pocas luces ha dejado la historia del cine y la televisión en padres para vencer ese oscuro poder de Darth Vader.
«Ojo a la estrategia de la incompetencia programada,
el 'limpio fatal el baño' para que lo haga mi mujer...»
Pero los tiempos cambian y las películas y los padres también. Quizá la posibilidad de otro tipo de figura paternal empezó en el cine hace un ramito de décadas con Atticus Finch, el padre de valor y de valores que interpretó Gregory Peck en 1960 en Matar a un ruiseñor, basada en la novela de Harper Lee. Atticus Finch podría ser uno de esos padres que describe el periodista y psicólogo Máximo Peña en Paternidad aquí y ahora, ensayo sobre el papel de un padre desde la filosofía, la neurociencia y la psicología. Amable y cariñoso, Atticus enseña a su hija Scout que «uno no comprende a una persona hasta que no se pone en sus zapatos», él simboliza la honestidad, la sensibilidad y la justicia ante las miserias materiales y humanas de la Gran Depresión, que comenzó con el crac del 29 y siguió con enfermedades sociales como el racismo y la sumisión a la mayoría dominante. Atticus escucha a sus hijos, les lee cuentos, los tiene en cuenta como personas y previene los males de la sobreprotección mostrándoles la crudeza del mundo y de las personas. Es el padre opuesto al de Capitanes intrépidos (1937), en la que Harvey (Freddie Bartholomew) es un malcriado niño rico que se hace a la dura vida en alta mar gracias al amor de Manuel (Spencer Tracy), un marinero portugués que será su padre de corazón, el padre que le dará el tiempo, la dedicación constante y las nanas que su padre biológico, millonario, no le dio.
HOMBRES EN APUROS
La forma de ser padre ha cambiado. Es tema. Es asunto social y es tendencia de cine que está picando la curiosidad del público. ¿Qué es ser buen padre? «El arte se hace eco de lo que ocurre en la sociedad. Yo no sé si la sociedad impulsa al arte o es más al revés, pero cada vez hay más hombres implicados en la crianza y los cuidados diarios de sus hijos. En el cine esto también se está reflejando. Pero muchas de estas historias de padres se construyen sin madre, desde el punto de la madre que se muere, ha partido o rehúye el ocuparse del hijo. Y el reflejo de una mujer que se ocupe de sus hijos en el cine es impensable. No es tema. No hay trama, porque una madre que se ocupa de las tareas domésticas y la crianza es habitual, no un caso extraordinario», apunta el psicólogo y experto en familia e intervención psicoterapéutica Máximo Peña.
Atentos, en todo caso, «a esa estrategia de algunos hombres de la incompetencia programada, el ‘limpio fatal el baño para que se ocupe mi mujer’», señala Peña. Quizá es un poco la de Santiago Segura en la piel de Javier, cuando aterriza como puede en las aguas turbulentas del día a día de la paternidad numerosa, siempre creciente, de Padre no hay más que uno. A ese padre unen otros parecidos que triunfan uno en cines y otro en Netflix. Paco León lo está dando todo como Leo y arrasa siendo papá por sorpresa en Sin instrucciones. La madre (Silvia Alonso) se pira para vivir la vida loca y Leo se queda para él la posibilidad de aprenderlo todo desde el asombro y ese privilegio de acompañar a un hijo a descubrir el mundo en este remake de No se admiten devoluciones que lleva semanas encabezando el top de las películas más vistas en la plataforma en España. A este padrazo con una creatividad a la altura de Benigni como Guido en La vida es bella, amor de película de 1997, ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes y de tres Oscar (actor principal, música y mejor película de habla no inglesa).
Los buenos padres son variados, hacen de la vida un jardín de infancia, un cuento, una novela o la partitura de un Mozart. Que se lo digan al Miki Esparbé que repite rol sensible, cuidadoso, funcional, de esos que se paran a revelar la épica doméstica, radical en lo minúsculo, la plenitud y el desgaste de la crianza y la paternidad, en Wolfgang. Tras despertar como criatura cuarentona con una carga padre en Una vida no tan simple, Esparbé se mide, como Carles, a saber cuidar de Wolfgang, un genio de hijo del que, cuando nació, si te he visto ni me acuerdo, pero que, ante la inesperada pérdida de la madre, le hará a papá comerse el marrón por amor, pisarse el ego y enfrentarse a la decisión que pone en la encrucijada a tantas madres reales ante la realidad de la no conciliación: ¿crezco en mi profesión o soy el padre que mi hijo necesita?
La versatilidad es uno de los encantos de Viggo Mortensen, que a su inolvidable Alatriste suma dos maravillas de padres de cine. El de La carretera, basada en la novela de Cormac McCarthy en el que el amor del padre es el único refugio en un mundo apocalíptico, y el de Captain Fantastic, de un padre que cría a sus hijos en plena naturaleza, y se digna a aprender y a rectificar. «El núcleo es el padre que se implica en los cuidados, el que está en el día de sus hijos», señala Peña, que añade dos padres de referencia a este breve repaso de cine, Billy Elliot y el Robin Williams de Señora Doubtfire.
«En Billy Elliot el padre es una figura esencial. Él muestra el viaje que hace un hombre duro, de la minería, para aceptar que su hijo quiere ser un bailarín, y de danza clásica. En Señora Doubtfire, el personaje de Robin Williams se queda sin la custodia de los niños por su incapacidad material y se disfraza de mujer para poder cuidar a sus hijos. Luego fracasa en las labores domésticas, porque no tiene esas habilidades; nos pone ante el espejo de algo que ocurre en realidad», expone el autor de Paternidad aquí y ahora.
Hay, dice el experto, una oleada de padres en los que cualidades como la sensibilidad y cosas como mostrar los sentimientos y ocuparse de cambiar pañales, poner lavadoras y limpiar baños o cocinas ya no son sospechosas o, directamente, «cosas de mujeres».
«El cambio está ahí —concluye Máximo Peña—. Hoy no hay una manera de ser hombre. Vivimos una revisión total de la masculinidad, de lo que significa ser hombre. Es tan hombre el que cambia pañales y limpia baños como el que se curte en el gimnasio. Lo que viene es una riqueza emocional para los padres». Hay trama.