Etel y Palmira emprendieron con éxito en «el fin del mundo»: «Coñecémonos como a canción de María del Monte, de peregrinos, e coñecemos un gran segredo dos peregrinos» 

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Etel y Palmira se lanzaron a emprender juntos en Fisterra hace un decenio.
Etel y Palmira se lanzaron a emprender juntos en Fisterra hace un decenio. ANA GARCÍA

Se reinventaron hace diez años en Fisterra para darle la vuelta a más de un cliché: «Séguese dicindo ''O peregrino non gasta cartos'', e non é así», asegura esta pareja que es equipo las 24 horas del día. ¿Cuál es la clave de su éxito como taberna «riquiña»?

09 jul 2025 . Actualizado a las 11:56 h.

Más que de Fisterra al mundo, es una parte creciente del mundo la que se mueve a Fisterra para darle el mordisco a los bocatas de una taberna que puso en marcha hace diez años una pareja de gallegos que llevan once juntos y concilian y reconcilian lo personal y lo laboral las 24 horas del día. Esta pareja-equipo son Etel, de Ourense, y Palmira, de Sardiñeiro, autores del elegido el segundo mejor bocata de Galicia en el 2025, dos emprendedores en el fin del mundo. ¿La clave del éxito que les va agrandando la sonrisa desde hace una década? «A localización é moi importante. Estamos no fin do mundo, e moita xente que fai o Camiño de Santiago ultimamente non remata en Santiago, senón que o fai en Fisterra, coa recuperación dese camiño ancestral», piensa Etel. Lo cierto es que donde ellos medran hay tabernas y locales que tienen una suerte desigual. «Eu creo que a clave estivo en que hai dez anos, cando abrimos, marcamos a diferenza, tanto esteticamente do local como co que ofreciamos», suma Palmira. Los dos eran conscientes del tipo de hostelería que había cuando se lanzaron a emprender sirviendo «produto galego de calidade». «Sempre diciamos que se trataba de ofrecer o mellor de Galicia para que a xente que vén, e sobre todo a xente que fai o Camiño, non marchara con sensación de ‘‘menú peregrino’’», añade la parte Pan de Etel&Pan.

En los paladares que conquista y los likes que se gana en redes sociales este local de «comida riquiña» tiene algo que ver el dominio de las lenguas que tiene Etel. Él dice que no es propenso a contarlas, pero hablar, aparte de castellano y gallego, habla portugués, checo, eslovaco, bosnio... Y parece que se ruboriza al decir más.

«Vimos do social. Ela é educadora social e eu son politólogo —explica Etel—. Temos o social metido nas veas. Fagamos o que fagamos, tiramos pola transformación social».

El mundo del peregrino les atrajo en el 2015, cuando echaron a andar como socios, en un momento en el que prevalecía la visión de ese tipo de viajero como «un tipo de turista low cost de mochila que non gasta». ¿Y tiene ese cliché idea algo de cierto? «Sigue existindo», asiente Etel. Y dice Palmira: «Persiste o clixé, séguese dicindo: ‘‘O peregrino non gasta cartos’’. E para nada é así...».

Ellos lo detectaron pronto, en Erasmus que hicieron y otros países que conocieron antes de lanzarse a la aventura de emprender en Fisterra. «Sabiamos que se ofreciamos outras cousas diferentes do ‘‘menú peregrino’’ ían recibilo moi ben», dice Palmira.

Al rico producto gallego que se cuidan de ofrecer en su pequeña taberna se suma un precio que ponen en base a «un cálculo estritamente empresarial de coste-beneficio». «Pero o peregrino que está chegando a Fisterra non é que mire gastar pouco», cuenta Palmira. «Hai que quitarse xa da cabeza que os peregrinos son xente sen cartos! E ademais hai un factor determinante: cando estás facendo 20 ou 30 días o Camiño, día a día mides o gasto, pero Fisterra é o fin do Camiño. Cando remataches, quéreste dar un pequeno autohomenaxe e disfrutar. É a supervantaxe», argumenta Etel.

«Moitos cren que o peregrino non volve, e non é certo, volve. Hai un feedback brutal en dous sentidos, no que a xente escribe en redes sociales e toda a xente que repite. Nós coñecemos xente que leva cinco ou seis anos repetindo»

UN GRAN SECRETO... 

Esto que me cuentan sobre cómo funciona el peregrino, advierten, «é un gran secreto». Porque mucha gente aún no se ha dado cuenta de que el caminante no es como lo pintan.

Que Fisterra es el paraíso, especialmente para los pies curtidos en kilómetros, es conocido. Pero quizá no tanto esta otra verdad sobre el peregrino, que no esconden: «Moitos cren que o peregrino non volve, e non é certo, volve. Hai un feedback brutal en dous sentidos, no que a xente escribe en redes sociales e toda a xente que repite. Nós coñecemos xente que leva cinco ou seis anos repetindo. Ao mellor, cambian de Camiño, pero volven. Nós temos vínculos de amizade con varias ducias de peregrinos».

Hace diez años que existe Etel&Pan y once ya que Palmira y Etel empezaron su relación, aunque se conocen desde el 2008. «Coñecémonos camiñando cara a unha romaría en Ourense, pero foron oito anos despois cando comezamos de parella», cuenta Ella. Y apunta él: «Foi simbólico, coñecémonos de peregrinos...». «Como a canción de María del Monte, iamos de peregrinos... a unha romaría en Ourense!».

Tuvieron que pasar más de unas cuantas sevillanas de tiempo para que fueran pareja. Fue en el 2014, cuando seguían caminos profesionales diferentes. Palmira estaba asentada en Fisterra, dedicada a un proyecto personal, y Etel en proceso de reinventarse tras la crisis del 2010. Al poco de conocerse, pensaron en sacar adelante el proyecto común. Durante un tiempo, Palmira compaginó la empresa recién nacida con el trabajo que ella tenía de educadora social, que fue aparcando por la necesidad de volcarse al cien por cien en la taberna con Etel. Ir por partes no es el método de esta pareja de socios, que tienen dos hijos, una niña de 3 y un niño de 8 años. «Separar é moi difícil —explica ella—. Todo vai xunto, é un conxunto. Levámonos moi ben e entendémonos moi ben. Este proxecto profesional é tamén o noso proxecto de vida».

La discusión no es un plan. «Coñecémonos tanto que sabemos cales son os puntos fortes e débiles o un do outro. El ten erros, eu tamén, pero perdoámonos e xa está. O negocio é parte da nosa vida. Para min, persoalmente, isto é un todo: a parella, o negocio, a familia, e é de largo percorrido», explica Palmira, que tampoco cierra la puerta al cambio de lugar o de trabajo.

«Loitamos por todo xunto: o negocio, a parella e a familia», sigue la emprendedora, que recuerda la dureza de los inicios por lo que su concepto supuso de cambio de mentalidad. El comienzo en Fisterra «foi polémico». «O proceso foi: primeiro desconfiaron; despois, ao ver que ía ben, foi ir a por nós, e ao ver que non podían, foi ‘‘entón lles copiamos o modelo!’’. Agora estamos na cuarta fase: na que nos deixan en paz», comenta Palmira, feliz de ver que la calle por la que apostaron para emprender fue creciendo en negocios, en gente y vida.

Ellos son la muestra de que se puede emprender con éxito —que para la pareja significa mantenerse de manera sostenible— en el fin del mundo. ¿Miedo a morir de éxito? No. Hoy son siete personas trabajando en la empresa y no tienen por objetivo crecer más ni aumentar horarios o terraza.

Fisterra sí aumentó como polo de atracción para el turismo en los últimos años, en especial tras la pandemia. «Hai moito turismo internacional, que segue medrando. Non sei canto máis pode medrar...», vacila Palmira. Pero el lugar no tiene las infraestructuras para acoger grandes masas, una limitación que es una ventaja.

La temporada de trabajo de la pareja va de marzo a noviembre. «A iso nós lle chamamos temporada de verán!», dice Palmira. «Empezar como parella tarde» es una de las razones que, según ella, explican su éxito tras vivir en otros países y tener distintas experiencias personales y profesionales. Ya tenían 34 y 39 años cuando empezó la relación. «E compartimos obxectivos e valores que son piares de Etel&Pan», concluye Etel, que empezó, por amor, junto a Palmira en el fin del mundo.

MARCOS MÍGUEZ

Andrea y Rodrigo, pareja de socios: «Somos mejores amigos. Ocho años después, no perdonamos el paseo de tres horas hablando de nada»

«Emprender en España es otro cantar. Los dos primeros años y medio fueron durísimos. Era cerrar a cero todos los meses. En el 2017 ya empezó a mejorar», asegura esta pareja-equipo de emprendedores gallegos.

 

A primera vista pero en secreto se prendó Andrea de Rodrigo, que se conocieron trabajando cada uno por su lado, pero los dos en el mismo centro comercial de A Coruña. Así se hicieron desconocidos amistosos, que se veían a la hora de comer. No es que empezasen quedando, pero él, que trabajaba en una óptica, iba al local en el que ella estaba empleada a por el bocata del almuerzo, que salía rico y bien de precio. «Yo le veía y pensaba: “Qué chico más guapo”», confiesa Andrea.

Decir que esta chica tiene la vista perfecta no es una verdad subjetiva, sino contrastada por su pareja, que le hace las revisiones como optometrista. De lo bien que lo miraba Andrea, Rodrigo se dio cuenta después, años más tarde. No tuvo tan buen ojo para captar esa impresión que hizo que su actual pareja y socia se quedase con él. Hoy los dos se dejan ver y querer en Instagram como Visual Ópticos, que amplían su campo de visión profesional con toques de humor matrimonial.

Cuando se conocieron, ella tenía 18. Él tenía 25, y pareja. «Yo cuando lo vi ya estaba ‘‘in love’’», confiesa riendo Andrea. «Yo no me fijé, porque soy de estar con mi pareja», repone él, que no la impresionó por sus gafas. «Fue por los ojos», sonríe. «La modernidad en gafas la gané con ella», admite él.

No hubo más relación que la de esos minutos entre pedir el bocata y esperar su entrega. Ni siquiera se conocían de nombre, solo de caras. Y se dejaron de ver, sin más, sin drama. Ella se fue a Francia a trabajar como au pair hasta que la fuerza del destino, esa vieja amiga de Mecano, les hizo darse una oportunidad. «No nos volvimos a ver hasta que el destino nos juntó —explica Andrea— en la zona de Os Castros». Él vivía en la Merced y ella en «la calle de abajo».

Fue en ese momento cuando él se convirtió en emprendedor. Emprender en España «es otro cantar», según esta pareja 24/7. Rodrigo se lanzó en el 2015, cuando el de óptico era un oficio demandado, pero en el que el recorrido profesional se bifurcaba solo entre trabajar en una gran cadena o montárselo uno por su propia cuenta.

Este optometrista que nació en Venezuela, emprendió más de diez mudanzas e hizo la carrera en Santiago, no olvida los duros comienzos de Visual Ópticos. «Los dos primeros años y medio fueron durísimos. Era cerrar a 0 todos los meses. En el 2017 ya empezó a mejorar... Y hasta hoy», cuenta.

En lo personal también fueron a mejor. Rodrigo pasó un tiempo sin pareja y en ese lapso de soltería surgió la chispa con la que es hoy su socia y mejor amiga. No se cruzaron por la calle, sino en el Facebook mirándose con palabras. «Yo le contacté por Facebook, le escribí y quedamos ese mismo día», resume Andrea.

Polos opuestos

La primera cita no fue en una óptica, aunque el ojo echado ya se lo tenían... Y en un par de cafés se pusieron al día.

¿Polos opuestos? «Sí», coinciden en su diferencia, que manifiestan con humor en vídeos en redes. Andrea es el temperamento, carácter. «Emocional, dramática... ¡Yo siempre digo que podría ser artista! Soy Piscis», se ríe. «Todo lo que tiene que ver con arte se le da bien, no como a mí», opone Rodrigo, Escorpio. «Se supone, por el signo, que tengo mucho carácter», pero no se ve explosivo. «Él saca el carácter cuando lo tiene que sacar, pero no es muy de discutir», argumenta Andrea.

 «Nacer en Venezuela es diferente. Allí cuando la gente te pregunta “¿qué tal?”, dices “bien”. Eso de “bueno, vamos tirando” es de gallego cien por cien...»

Con cómo fueron criados uno y otra también, en países diferentes, tiene que ver sus formas de ser, de expresarse y de estar en la relación, opina Rodrigo. «Nacer en Venezuela es diferente. Allí cuando la gente te pregunta “¿qué tal?”, dices “bien”. Eso de “bueno, vamos tirando” es de gallego cien por cien. Allí, en Venezuela, ya puedes tener el peor día del mundo que siempre dices “bien”, por cortesía», considera él. Andrea, en cambio, lleva los malos días a flor de piel, con dificultades para disimular. «Ella es auténtica, lo que te tiene que decir te lo dice a la cara, aunque te siente mal. Ella lo arregla todo, yo soy más la otra mano...». La mano izquierda es Rodrigo, que entra ahí donde hay un cliente complicado, «que son muy pocos. La mayoría de la gente es maravillosa».

Nueve años de pareja y ocho de socios queridos por los vecinos del barrio llevan en el contador Andrea y Rodrigo. En sus inicios, miedo. «Ella no venía del mundo de la óptica, pero cuenta con una ventaja, tiene esa sangre que no tiene a la gente a la que le falta interés por aprender. Andrea aprende cualquier cosa en el momento en que se la enseñas», dice Rodrigo.

«De partida puede no caer bien... Es un poco croqueta, como dice una de sus amigas, blandita por dentro y durita por fuera», se moja él, que se revela como más «adaptable, pero también muchísimo más desconfiado».

Con las redes amplía su red de influencia esta pareja. La parte, «exigente», de trabajo virtual la lleva Andrea. «Somos un equipo hechos para estar todo el día juntos. Hasta jugamos al pádel, bueno, al pádel juntos ¡no tanto!», dice Rodrigo. «Juntos pero no siempre revueltos», volea de Andrea.

Claro que tienen sus momentos de ir por separado. «Yo me voy a ir tres días de vacaciones con mis amigas, pero también lo echo de menos», cuenta Andrea. «En el trabajo, yo hago unas cosas y ella otras. A veces ni nos hablamos. El trabajo te lo pide, dividir las tareas. No vamos a estar los dos atendiendo a la misma persona, si no incluso puedes generar un conflicto con el cliente», asegura Rodrigo.

En el trabajo están juntos, pero no revueltos. Y en casa, juntos y revueltísimos. Lo que no perdonan es la dosis semanal de paseo con palique. «Nos vamos a pasear juntos dos o tres horas, desde Matogrande hasta la Torre. Hablamos horas y horas no sabemos bien de qué. Me parece increíble que después de ocho años pasemos tres horas seguidas juntos sin parar de hablar», comparte Andrea.

La amistad es la base de esta pareja-equipo en que él gradúa y ella pone la moda. «Él es mi mejor amigo. Conmigo es cien por cien Rodrigo», declara ella. A lo que corresponde él. «Ella dice que con mis padres y mis amigos soy yo un 80 %», añade.

Donde no pueden ser pareja es en el pádel. «Cada uno tiene su nivel y va a clase por su cuenta. Ella tiene sus amigos para jugar, y yo los míos. Nos peleamos más por el pádel que por cosas del trabajo o de casa», concluye Rodrigo. Andrea: «Yo en el pádel lo doy todo, ahí me desahogo». Rodrigo: «Yo soy de ir a pasarlo bien, no a competir. En el pádel tienes que entenderte jugando. Si tú eres competitiva y el otro no es muy fácil chocar».

En gafas pegan fuerte los extremos, dicen, las gafas muy grandes y las microgafas. «Pero lo importante son los cristales, no tanto las gafas», advierte Andrea, que tiene la vista perfecta, según el que es su pareja las 24 horas.

Los dos ven crecer su empresa «cada año un poco más» gracias a sus clientes, a los que miran con los buenos ojos del optometrista.