
En un determinado momento se detiene. Contempla el paisaje que divisa desde su casa y señala con el dedo. «Esto es el paraíso, y no hay un día igual a otro. La postal va cambiando y siempre es la mejor», afirma Martín Senande Vázquez, uno de los últimos carpinteros de ribeira que quedan en la costa gallega. «Dentro de un mes más o menos me jubilo. Creo que a finales de septiembre, o sea, ya. Tengo 64 años y dentro de unas semanas cumplo 65, y llevo toda la vida cotizando», confirma. Su casa está al lado del astillero que fundó su abuelo a principios de los años 30 del siglo pasado. Al punto exacto donde está se le conoce como O Baladiño y, de hecho, la carpintería está registrada con este nombre. Canduas es la parroquia y pertenece al Ayuntamiento de Cabana de Bergantiños. Desde el lugar donde los troncos se convertían en barcos de madera se ve la desembocadura y el estuario del Anllóns, de donde proceden unos berberechos y unas almejas difíciles de superar. Pues en este punto maravilloso de la Costa da Morte, Martín quiere dar forma a un museo. «Quero [cambia del castellano al galego constantemente] facer un pequeno museo en recordo dos carpinteiros de ribeira, que houbo moitos pola zona. Agora só quedo eu, son o último. Todos foron pechando porque a madeira a fixeron obsoleta, e agora todo é fibra», analiza.
HERRAMIENTAS Y PIEZAS
La construcción de madera del astillero recuerda a los países nórdicos. A su lado, los varaderos, que ya hace tiempo que no se utilizan y que nos ayudan a entender lo que debió de ser este lugar en pleno rendimiento. «No proxecto do museo quero ter un barco para colgalo da parede e que a xente aprenda como se facía», avanza Martín, que habla con sabor a salitre. «Éramos moitos irmáns, e eu saín da escola e púxenme a traballar no estaleiro, e quedeime aquí», resume. Se le ve feliz. Es consciente de que está a punto de cerrar una historia empresarial, artesanal y vital de casi un siglo de vida, pero está ilusionado pensando en la gente, niños y mayores, que podrán aprender parte de sus conocimientos cuando su casa sea un museo. «Veñen curiosos, xente que vai polo Camiño dos Faros e venme a facer unha visita. Tamén Rafa Varela, do Hotel Balarés, que está ao outro lado do río, mándame xente. Outro día estiveron uns americanos de Detroit», relata. Ciertamente, el espacio es único y el enclave un paraíso. Martín es la guinda. Con su particular estilo y sin dejar de hablar en ningún momento te explica para qué servían cada una de las herramientas y piezas que exhibe, como las trenchas o gubias o sierras que ayudaban a dar la forma redondeada a las cuadernas de las embarcaciones. Son de los tiempos en los que «un barco empezaba cun tronco de madeira», apunta. Hace poco hubo un incendio en la zona de Monte Branco, que forma parte de la postal que ve cada mañana desde su casa. «Estaba todo cheo de fume, pero a nós non nos afectou directamente», comenta con tristeza al ver su paraíso amenazado. Ya no se construirán más barcos en O Baladiño y tan solo una vieja embarcación espera en el agua el permiso para empezar a ser desguazada. Pero gracias a la ilusión de esta carpintero de leyenda su museo servirá para recordar un oficio que se pierde.