Íñigo Escrivá triunfa en redes como Cuarentón en crisis: «El día que pueda vivir de hacer reír a los demás dejo mi trabajo, y tengo muy buen puesto»
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A pesar de llevar más de 15 años dedicado el márketing deportivo, el humor es el verdadero motor de su vida, y hace un par de años decidió abrirse un perfil en Instagram para hacer lo que mejor se le da
02 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Después de 15 años en un trabajo que ni le iba ni le venía, un día Íñigo Escrivá se replanteó realmente qué estaba haciendo allí teniendo en cuenta que aún le quedaban por delante 25 años de vida laboral. Ese pensamiento le desató unas turbulencias internas por las que acabó visitando a una coach, a la que contó que «se le daba bien hacer reír a los demás, pero que desconocía cómo monetizarlo». Le recomendó abrir un perfil en redes sociales, al igual que tenía otro en LinkedIn para su primera profesión, para ver si empezaba a ganar algo de dinero. Dicho y hecho. Hace un par de años se presentó como «lo que soy», un Cuarentón en crisis, y empezó a colgar vídeos riéndose «de esas mierdecillas que sufrimos la gente de mi edad, que lleva un tiempo casada, que tiene varios hijos...». Escenas de la vida misma como subirse a la báscula a la vuelta de las vacaciones, que te llamen señor sin merecer la categoría o recoger a los niños el último día de cole. Sin embargo, Íñigo reniega de la crisis de los 40. «Eso es una gilipollez. Es una frivolidad. Con un niño ingresado, nadie piensa en la crisis de los 40. Eso no es crisis ni es nada. Y a partir de ahí vamos a reírnos de esto para desdramatizar», dice este madrileño nacido para ser showman a la vez que sienta las bases de la filosofía de su perfil y deja claro que él está disfrutando más esta década que la anterior. «Es que yo en los 30 no paré de tener hijos. Y la paternidad es muy difícil, sobre todo, con cuatro. Yo con dos me cagué, se montó un pitote en casa... Nunca hemos pasado un bache peor mi mujer y yo. Luego tuvimos otros dos, porque en hijos, cuatro no es el doble que dos. El caos no se expande proporcionalmente, hay ya tal caos que metes un tercero o un cuarto y no se nota. Yo la cuarta no sé ni como se llama», bromea Íñigo, que es padre de cuatro niños de 12, 10, 8 y 4 años.
Aunque no tenía muchos seguidores, crecían como la espuma, y una agencia de representación de influencers llamó a su puerta. «Me empezaron a hablar que si de engagement, que si tenía que ir a otros eventos de creadores de contenido... Yo les dije: ‘Millones de gracias, es superhalagador, pero esto no es una finalidad en sí misma. O sea, yo no quiero ser influencer, es solo una herramienta para contar mis pinitos en esta segunda profesión. Lo que quiero es escribir libros, subirme a un escenario a contar chistes, a hacer monólogos... A mí la palabra influencer me ataca los nervios». Pero esa llamada fue clave en el devenir de su futuro. Una de las ejecutivas de la agencia le comentó que su madre era asesora en una editorial y que le interesaba su perfil. Se pusieron en contacto, y ella le comentó si se veía capaz de escribir en un libro «todas esas tonterías que decía en Instagram». Le dio una semana para enviarle una propuesta. Y la respuesta fue un contrato para editar Cuarentón en crisis: manual de supervivencia para hombres del siglo pasado (Plaza & Janés), que salió a la venta a principios de verano. El consejo de la coach, de intentar canalizar su segunda profesión, empezaba a dar sus frutos. «Aunque hay una base, todo está exagerado para convertirlo en parodia». Por ejemplo, su vídeo más visto es un sketch con su mujer sobre cómo las parejas gestionan el tiempo libre personal a través de puntos. «Esto nace porque mis colegas me empiezan a hablar de puntos. Organizamos un entrenamiento de hockey, nos apuntamos cinco amigos, y de repente, dice uno: ‘Mejor cancelamos, y así no gastamos los puntos'. O se va pronto de una cena para no gastar puntos. O al revés, hay quien dice: ‘Mi mujer se ha ido de despedida de soltera y estoy nadando en puntos. Hacemos lo que queráis'. Yo cogí esa semilla de verdad, y a partir de ahí me monté un vídeo». «Obviamente —aclara— nadie los imprime, estoy exagerando, pero sí que ves que es algo que se hace, solo hace falta ver los comentarios, uno de ellos decía: ‘Ay, los family points, pero no los imprimimos'. Ya, yo tampoco. Es una parodia. Y esto es algo que quiero dejar muy claro, por que si hay algo que me preocupaba era la falta de humor».
En el libro combina capítulos que nacen de anécdotas de su círculo más cercano, que enseguida le inspiran un chiste o un vídeo, con otros que son puramente de ficción, por ejemplo el del deporte, porque le advirtieron que era un componente importante en la crisis de los 40, ya que a la gente le daba por hacerlo de manera compulsiva. «A mí no me ha pasado», aclara. Sin embargo, muchas de las situaciones que refleja en sus redes son compartidas por muchos seguidores. «Hubo una cosa que me encantó, que una madre del cole un día me dijo: ‘Es que me parto con tus vídeos, no sabes cómo me reconfortan, porque veo que no estoy sola'».
EL DETONANTE
Íñigo suele revisar en septiembre lo que ha pasado a lo largo de los 365 días anteriores, y en uno de esos balances le «mató» pensar que tenía el trabajo que tenía gracias a que su prima lo había enchufado en esa empresa, pero que si llega a hacerlo en otra, allí estaría. Esa sensación de haberse dejado llevar por completo despertó algo, que no crisis, en su interior. «Yo curro en márketing deportivo, mi curro es una jaula de oro, el deporte me flipa, tengo un buen salario, tengo un jefe que a lo largo de los años se ha convertido en mi socio y nos llevamos muy bien. No es que esté amargado, porque hubiera dado el paso antes... Pero no es lo mío. Me trae sin cuidado el márketing deportivo», confiesa Íñigo, que a día de hoy, sigue en ese trabajo, entre otras cosas, por otro consejo de su coach, que le dijo que hiciera el favor de venerar su primera profesión, porque es la que «le paga las facturas y le ha permitido tener cuatro hijos». Esas palabras lo pusieron en su sitio, y empezó a ver su trabajo con otros ojos. «Entré de becario, y ahora tengo un buen puesto, un buen salario, que me permiten hacer mis pinitos en mi segunda profesión. Yo no puedo, en plan película americana, coger la caja de cartón de la oficina, y empezar una nueva vida», indica Íñigo, que tiene claro que «el día que pueda vivir de hacer reír a los demás, lo que más feliz le hace en el mundo», dejará su primer trabajo.
«Hay una obsesión en la gente, y yo la he sufrido — apunta— en pensar que lo que más te llena en la vida, tiene que ser necesariamente tu profesión, y no es así. Imagínate que te encanta jugar al fútbol, es muy difícil que llegues a ser futbolista profesional. Tu pasión no tiene que ser tu profesión», indica Íñigo, que en el primer capítulo hace el cálculo de las horas que nos pasamos trabajando. «El 10 % de nuestra vida», un dato que les va a remarcar a sus hijos cuando se empiecen a preguntar qué van a ser de mayores. «A mí toda la vida me dieron el coñazo con la vocación», cuenta Íñigo, que reconoce que tuvo una adolescencia muy complicada no precisamente por rebeldía, sino porque estaba muy «perdido». «Yo he sido una persona tremendamente insegura toda la vida, con muchísimos complejos, hacía las cosas por llamar la atención, por ser el protagonista, muy mal, muy mal. Luego he comido mucha terapia desde muy pequeñito, que es otro de los tabúes que quiero romper con el libro, que me ha amueblado la cabeza, y me ha ayudado a ser quien soy», indica Íñigo, que confiesa que su mujer, Marina, «que no se ha leído ni una coma del libro», algo que le da mucha rabia porque cree que lo que ella se imagina es mucho peor de lo que realmente es, es la que le sube los seguidores. «Los vídeos en los que aparece son los más vistos, porque la gente lo que más valora son esas escenas de matrimonio cotidiano, y porque el contenido que mejor funciona son los que generan algo de polémica», apunta Íñigo.
Uno de sus miedos era la reacción del público femenino, y muchas de las mujeres que se lo han leído le han dado la enhorabuena y se han partido de la risa. «La visión es muy de un cuarentón en crisis, pero yo siempre lo digo, yo de quien me río en este libro es de los hombres, no de las mujeres. Solo hace falta leer la solapa del libro», dice este padre de familia numerosa que deja para los vídeos el humor y se vuelve serio cuando se trata de ejercer la paternidad. «Yo odio la figura del profesor colega, a mí me fliparía con mis hijos ser el payaso que soy con mis amigos, pero no puedo serlo. Necesitan un referente. Y también por empatizar con mi mujer, no le puedo dejar toda la carga negativa de la educación. Hay momentos que me lo puedo pasar fenomenal, y otros en los que tengo que ser serio, porque si no, sería una casa de locos». Eso no, pero seguro que unas risas se echan con él en casa.
Los vídeos que mejor funcionan son en los que sale mi mujer, porque la gente valora las escenas de matrimonio cotidiano”