En julio hizo diez años que abrieron el local en A Coruña, donde trabajan mano a mano. Se ven 20 de las 24 horas que tiene el día, pero lejos de pasarles factura, ocurre todo lo contrario. «Yo no trabajaría sin él», dice Ana, la jefa de sala
01 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.A? primera hora de un martes, mientras la ciudad se despierta y las calles poco a poco empiezan a recuperar la actividad frenética del día anterior, Ana y Quique ya están en marcha dentro de O Terreo. En la cocina, ambos, se encargan de poner a rodar de nuevo el local después de dos días libres. Entre risas y miradas cómplices, repasan la jornada que les espera. No es solo un restaurante lo que dirigen en A Coruña, sino un proyecto de vida compartido: un lugar donde el amor se cocina al mismo ritmo que los platos que conquistan a diario a decenas de comensales.
«Yo no trabajaría sin él. O Terreo no sería lo mismo con otro cocinero. El concepto cambiaría, la cocina sería diferente, y al final los clientes vienen un poquito por todo, porque se sienten bien en la sala, pero también porque la cocina es genial», dice Ana, que cree que el éxito es 50-50, mientras Quique asegura que el ser pareja te da una confianza que no encuentras en otra persona. «Yo de lo de fuera no me preocupo, sé que el trato con el cliente va a ser bueno, de la parte económica tampoco, sé que está salvaguardada con Ana. No es lo mismo que tengas socios o empleados con los que no tienes toda la confianza. Al final, seremos mejores o peores, no digo que no haya cocineros ni metres mejores, seguro que sí, pero al final es tu casa, y como por tu casa no va a mirar nadie mejor que tú. Por lo que sí, yo creo que es una de las partes del éxito», dice Quique, que conoció a Ana trabajando en hostelería, y después de tres años de relación, le propuso si quería irse con él a montar su propio negocio.
Cada uno tiene su espacio bien definido: Quique manda en la cocina, y Ana en la sala. Y procuran no meterse en el terreno del otro, porque, como dice Ana, nadie mejor que él va a hacer la compra. Pero las decisiones se toman de forma conjunta. «Cuando hay un cambio yo se lo voy soltando poco a poco, en plan “quiero hacer esto o lo otro”. Ella me va diciendo: “Pues sí, o no…”. Vuelvo a insistir hasta que la convenzo». «A ver —interrumpe ella—, si es para comprar una máquina de helados, lo hablamos, claro, implica un gasto común y el dinero es de los dos». «Al final, me dice: “Bueno, venga, vale”. Pero me lleva un tiempo». «Si no involucra un gasto, que haga lo que quiera, pero si supone un gasto de la empresa, aunque seamos pareja, somos socios en el trabajo y hay que hablarlo. No hacemos lo que nos da la gana. Yo tampoco puedo aparecer aquí y comprar, imagínate, un cuadro de 10.000 euros».
El diálogo es una de las máximas de este tándem tan exitoso en lo personal y profesional. «Yo sí les tengo que decir algo a los chicos de sala, primero se lo digo a ella. Le pregunto cómo lo ve, qué opina, porque intentamos hablarlo todo». Y aunque tienen claro que el arco de la puerta de la cocina separa sus espacios, no dudan en cruzarlo si es por el bien del equipo. Ana por las mañanas les echa una mano en la cocina, porque todo es elaboración propia y supone una carga de trabajo importante. Y lo mismo sucede al revés. Si los camareros van apurados, o como hace unos días que eran uno menos, porque una compañera estaba de permiso, él no tiene problema en llevar los platos a la mesa.
«Yo querría que saliera mucho más, porque a la gente le gusta ver al chef, pero es que no hay tiempo», señala Ana, que por su carácter abierto y extrovertido encaja a la perfección en esa figura de relaciones públicas que hace en el restaurante. Muchas veces, asegura, los clientes le preguntan por él, y si ella ve que puede hacer una pausa, lo avisa para que se acerque a las mesas, aunque, aclara, no a todo el mundo le gusta. «Hay algunos que te están mirando, y te pasas a saludar, y encantados, pero otros que están a su rollo, con su película, y no les apetece. De hecho, les preguntas: “¿Qué tal todo?”, y te contestan: “Sí, sí, todo bien”». La curiosidad de algunos incluso va más allá del saludo, y preguntan si pueden entrar a la cocina a saludar al chef, algo que Quique recibe como un halago. «Que vengan a saludarte, a decirte que todo ha sido maravilloso, que han comido muy bien, en un trabajo tan subjetivo es muy bonito».
COMUNICACIÓN, LA CLAVE
A veces, pocas, también es Ana la que entra para hacer alguna advertencia. Porque la comunicación entre sala y cocina, y entre empleados, indica Quique, es «importantísima» para un buen funcionamiento. «Depende de lo que sea, valoro si se lo tengo que decir en el momento, porque le va a ayudar en algo. Si no, tampoco lo molesto, y se lo cuento después. No le voy a tocar las narices con una chorrada, cuando está atendiendo a 50.000 historias», comenta la jefa de sala, que añade: «Hubo una época que cambiamos a la persona que estaba con los arroces y salían con mucha sal. Con el primer cliente pensé que comería con poca, y le parecería mucha, pero cuando ya me lo dijeron tres mesas, sí que entré. Y él lo prueba, porque no puede estar tampoco encima de todos los platos que salen, a veces solo ve la estética».
No ocultan, sin embargo, que esa confianza que se percibe al instante entre ambos también puede propiciar más roces de los que a lo mejor tendrían, si no tuvieran una relación más allá de lo profesional. «Hay pequeños roces, que son fastidiosos porque a veces los tienes fuera, los tienes dentro, y son incómodos porque claro, de otra manera, llegas a casa y te quejas un poco de tu socio a tu pareja, te aguanta y tal, pero de esta forma no te puedes quejar de tu socio, porque te encuentras con tu socio, y te vuelves a encontrar con tu socio… Esas son las partes negativas, pero hay que minimizarlas, y quedarse con las positivas», sostiene Quique. Y también lo positivo es aprender, como dice Ana, de esos pequeños desencuentros para mejorar, porque, al fin y al cabo, «la otra persona es tu pareja, la persona que quieres», y tiene que poder más eso. «A veces se discute con un amigo, hasta con un hermano, que igual no ves tanto… ¿No vas a discutir con la persona con la que trabajas? Seguramente, si tuviera otro socio, también pasaría lo mismo».
Cuando sus amigos les preguntan por todo el tiempo que pasan juntos, ellos siempre dicen: «Nosotros no llevamos 10 años, llevamos 30, porque el estar 24 horas es el triple de una relación». Viven juntos, trabajan juntos: se ven 20 de 24 horas al día. «Quizás por la tarde, entre las 6 y las 10 que tenemos algo de tiempo libre, cada uno sí que va un poquito a lo suyo», dice ella, aunque él no tarda en matizar. «Pero a veces también coincidimos, porque vamos al mismo gimnasio»… Un tiempo al que se suman vacaciones o libranzas. «Hay días, momentos malos y buenos, pero intentamos que los malos sean los menos, y también cerrar la puerta y no llevarlo al tiempo de descanso, porque si no, puede ser una tensión. Pero el estrés del trabajo y la confianza muchas veces te llevan a frustrarte, y no le vas a hablar mal a un compañero, igual le hablas a él, o él a mí», dice Ana. Y aunque es difícil no arrastrar lo que ha pasado en el trabajo a casa, más cuando son los mismos, saber cómo se encuentra el otro, cómo se ha levantado o cómo ha ido el día, ayuda mucho a diferenciar espacios. «Yo no soy rencorosa, intento separar, pero no todos somos iguales, hay a quien le cuesta más y a quien le cuesta menos. Entonces si mañana tengo libre, intento que el caprichito dure un día, no tres. Sobre todo, cuando son tonterías». «Vale más el proyecto y la pareja que esas tonterías —apunta Quique—, intentas hablarlas, poner un poco de consenso y tal. Hasta ahora todo ha ido bien, igual un día tiramos la toalla, pero de momento son cosas pequeñas, roces de trabajo».
A estas alturas, cuentan que separar lo personal de lo profesional no es tarea sencilla, y dicen que la línea no existe, y aunque intentan no discutir, se pueden dar minidebates con el equipo delante. «Ya nos conocen. A veces es como un show de matrimonio, ya nos vacilan… Y nos dicen: “Ya están estos… “. Y yo les digo: “Si tuvieras que estar con tu pareja 20 horas al día, a ver cómo ibas a trabajar…”», señala Quique, que aclara que más que enfados son vaciles. Pero es todo tan natural que lo mismo por la mañana los ven discutiendo y al rato dándose un beso. Un detalle más de que están en familia, en la que incluyen a sus compañeros. «Nos llevamos todos muy bien, de hecho, muchos fines de semana salimos con algunos de ellos a comer», cuenta Ana. Una suerte de la que presume Quique. «Es que somos una familia. Hemos tenido mucha suerte, porque lo que intentamos siempre es que nos llevemos todos bien, nos ayudamos en todo».
Son conscientes de que a día de hoy tienen un equipazo. «Es verdad que si te falta una pieza del puzle, tardas en encontrarla, ya no es como antes. Llegar hasta aquí no ha sido fácil, les ha costado. «Tuvimos un agosto pasado muy malo, se nos fue una chica de cocina justo el 1 de agosto, fue imposible sustituirla ese mes, y aun así, probamos como a diez personas en agosto, septiembre y octubre». «También porque —apunta Ana— intentamos estudiar a la gente, y si vemos que no encaja tanto a nivel de compañeros como de trabajo, no la queremos. Como haya una persona que te meta un poquito de tal, te desvalija todo el equipo. Pero ahora mismo no nos hace falta ni hablar, con mirar los dedos cada uno ya sabe lo que tiene que hacer. Y aunque tienes trabajo, se lleva mejor». Algo en lo que insiste Quique. «Hay servicios potentes, en los que dices: “Vaya paliza”, pero ves que sale, que fluye todo».
Mantienen los mismos papeles en casa. Ana siempre le dice: «Cocina tú que yo friego». «Ay, yo lo prefiero, que lo haga él a su gusto, que si no, me va a poner pegas». Intentan no llevarse el trabajo a casa, y si llega un mensaje o correo en los días libres, ambos coinciden en dejarlo para el día siguiente, o para la vuelta de las vacaciones, pero tampoco hay ninguna norma para evitarlo. Antes estaban más pendientes de la tablet, o de las reservas, y últimamente han decidido desconectar más, y exprimir al máximo esos dos días libres seguidos de los que pueden disfrutar ahora que el proyecto ya está consolidado. Aunque a Quique a veces le apetece cocinar en casa los domingos, procuran comer por ahí tranquilamente con «su botellita de vino». Van cambiando de locales para ver otros platos, qué hacen otros compañeros, algo que a Quique le resulta bastante inspirador. También las vacaciones las organizan en función de aquellos locales que tienen pendientes de conocer. Entre unas cosas y otras, apenas hacen vida en casa, van a dormir y poco más. No sorprende cuando confiesa que la nevera está «casi vacía», porque solo desayunan, y si alguna vez comen, se llevan algo del restaurante.
Dicen que no se parecen mucho en la manera de trabajar, aunque son los dos muy de recoger, de limpiar y ordenar, pero sus caracteres diferentes les hacen ser los mejores en lo suyo. Él en la cocina, y ella en la sala de uno de los mejores restaurantes de Galicia.