Casi el 10 % de la producción de patatas que esta empresa elabora en Arteixo acaba en Corea. En Seúl es habitual ver a consumidores tomándolas con palillos y aderezadas con extravagantes salsas
10 feb 2020 . Actualizado a las 11:51 h.Es poner #BonillaalaVista en Instagram y entrar, inmediatamente, en una dimensión inesperada. Como queda patente en la gran triufandora de los Oscar Parásitos, las patatas fritas gallegas son todo un emblema en Corea del Sur. Tal es la sensación que, de todas las fotos que uno puede encontrarse bajo el paraguas de este hasthtag, la mayoría corresponden a coreanos que posan mezclando su aperitivo favorito con curiosas salsas o chocolate. Y algunos de ellos incluso siguen la prudente práctica de llevárselas a la boca con palillos: siempre de la famosa lata (ni rastro de las pequeñas bolsas que matan más de un antojo en la esquina noroeste peninsular; no las exportan).
Pero más de allá de anécdotas varias, lo que subyace es un fenómeno sin parangón. Porque, ¿cómo consiguió una empresa familiar con sede en Arteixo hacer de una patata con aceite y sal un objeto de culto en el otro lado del mundo?
No es ninguna hipérbole esta apreciación, ya que cuando aterrizaron por primera vez en Seúl las existencias se agotaron en dos horas. A partir de ahí el suma y sigue fue desorbitado, hasta llegar al punto de que, como comentan fuentes de la compañía, hoy en día cerca del 10 % de la producción de patatas fritas de Bonilla va destinado al país asiático. «En el 2013 empezamos a trabajar con el Reino Unido y Estados Unidos, que son mercados que pensamos que nos podían funcionar; pero el éxito total llegó tres años después gracias a un distribuidor coreano que se puso en contacto con nosotros porque quería importar patatas fritas y estaba indagando sobre cuál le interesaba más. Al final contactó con nosotros y, con una buena campaña de márketing y suerte, conseguimos crecer muy rápido», comentan desde el seno de una compañía que empezó su andadura en una churrería de Ferrol en 1932.
En Corea del Sur, explican, solo consumen el formato en lata porque es el que permite una mejor conservación del producto. Pese a que en Galicia las bolsas son casi un ornamento más en bares y cafeterías, que hacen el tándem perfecto junto a una cerveza bien fría, los seguidores de las patatas fritas en Seúl, mantienen desde Bonilla, suelen usarlas para dippear con salsas. No es esta la única diferencia con respecto a un alimento que, según mantiene la compañía, triunfa porque no engaña: solo lleva patata, aceite de oliva y sal. El precio para nada es comparable. Mientras en la comunidad gallega la lata de 500 gramos cuesta 11 euros, en Corea el precio se eleva hasta los 25 euros. Poco parece importarles el gasto.
A la pregunta de si el bum coreano se ha replicado en otros puntos del globo, en Bonilla comentan que, desde luego, el sueño asiático es único. «Aunque sí es cierto que cada vez funcionan mejor en países como Bélgica y Suiza». No obstante, y pese al buen hacer de la empresa, también explican que, por raro que parezca, Corea es uno de los principales consumidores de patatas fritas del mundo. ¿Y si funciona bien este producto no existe la posibilidad de que comiencen a verse churrerías Bonilla por el mundo adelante? «Nunca se sabe, pero de momento no», mantienen.
Quizás haga falta que un gigante del cine ponga el foco en el otro producto estrella de la compañía para cambiar el prisma. Sobre todo si surge de la manera tan natural como ocurrió con el film de Bong Joon-ho. «No fue un product placement al uso; nos enteramos de que la lata salía en la película porque conocidos nuestros fueron al cine y nos lo comentaron asombrados, pero no fue ni deicisón propia ni llegamos a ningún acuerdo con los responsables de Parásitos», aseguran.