Aunque el país comienza a recuperarse de la crisis, la brecha social existente entre las áreas que rodean las grandes ciudades del eje atlántico y las zonas del interior aún es profunda
25 ene 2018 . Actualizado a las 18:21 h.Portugal, como Galicia, está en el oeste de Europa. Sus 92.225 kilómetros cuadrados de superficie podrían dividirse, al menos en el norte, en una especie de autopista circular de tres carriles. La economía fluye por ellos a diferentes velocidades. A la de un Bentley en la cosmopolita Oporto, en la floreciente región del Douro, o en localidades de su área metropolitana con gran tirón industrial, como Sao João da Madeira, en el distrito de Aveiro; Santa María de Lamas, en el municipio de Santa María de Feira; o Guimarães. Ahí es donde se concentran la mayor parte del flujo turístico del país -junto con el entorno de Lisboa y el Algarve- y las fábricas de calzado, corcho o textil, que producen para grandes marcas de todo el mundo.
En ciudades medianas como Braga, cuyos motores son el comercio, el turismo religioso y la Universidade do Minho, la velocidad se reduce a la de un coche de gama media que empieza a apretar de nuevo el acelerador por la confianza que han comenzado a recuperar los portugueses.
En áreas como la que bordea la tortuosa carretera que escolta al río Cávado o la albufeira de Venda Nova, la fuerza con la que se mueve la economía es, en cambio, como la de un ciclomotor que trata de escalar una montaña con el viento de la emigración en contra.
Poder de compra
Los últimos datos sobre el poder de compra de los portugueses, hechos públicos durante los primeros días de este mes por el Instituto Nacional de Estadística luso, describen cómo este se concentra en 23 de los 308 concellos que componen el país. Solo los del entorno de Lisboa y Oporto suponen el 51 % de ese valor. En el otro extremo, quedan áreas como el Alto Támega, la Beira Baixa, las Terras de Trás-os-Montes o, ya más al sur, el Alentejo. Quedan también Madeira y Azores, aunque esa es otra historia. Pero la estadística dibuja el país del 2015, año en el que comenzaron a rodar algunos de los proyectos que ahora empiezan a dar frutos.
«Desde el año pasado se nota que hay más trabajo. Está mucho mejor que en el 2016» La realidad empieza a ser otra. La desigualdad existe. La imagen de tiendas como la de las famosas cerámicas de Vista Alegre que un turista puede tomar en las calles de la rehabilitada Baixa o las de los lujosos locales de ropa de la avenida de Boavista, en Oporto, nada tienen que ver con las de los locales de saldos que aún hay en avenidas tan céntricas como Aliados. Tampoco guardan nada en común con la foto que quedará congelada al apretar el disparador de la cámara en los pueblos que abren la ruta de O Xurés o en las laderas plagadas de viñedos u olivos que custodian el camino a Régoa, en los cañones de la ribera del Duero.
El valor de un café
El sueldo medio que gana un profesor de primaria en un concello del cordón de influencia de Oporto (unos 1.200 euros) es seis veces más de lo que recibe una jubilada de un pueblo del interior como Penedones, cerca de la fronteriza Montalegre, que ha dedicado su vida a trabajar el campo. Aunque el coste de la vida es muy distinto en cada uno de esos territorios, el aluvión de extranjeros que están asentándose en las grandes urbes o que van en los cruceros que remontan el Duero parece estar disparando la inflación en cosas tan imprescindibles para un portugués como el café. Los dos euros que pueden llegar a pagarse por un medio de leite en un local para turistas de la Ribeira de Oporto son más del doble de los 80 o 90 céntimos que cuesta un pingo (cortado) o uno con leche en buena parte de las cafeterías de los locales a los que va el portugués medio en el país.
La nave va, pero aún no boga con la fuerza de antes. Hay quien cree que puede haber un exceso de optimismo, pero la verdad es que la economía no va mal porque empieza a remontar. Buen ejemplo son los médicos funcionarios, una clase con caché en Portugal. Comienzan a recuperar su salario, pero no es todavía como el que tenían antes de que Portugal tuviera que ser rescatado por la UE.
Pese a todas esas diferencias, hay alegría en las calles. Porque, como explica Juan, o João, «se nota que hay más inversión, que las empresas quieren invertir aquí. Desde el año pasado hay más trabajo. Todo está mucho mejor que en el 2016 y que en el 2015».
Movimiento en los polígonos
Este empleado de una empresa de construcción metálica acaba de comer con sus compañeros de faena en un restaurante ubicado frente al parque empresarial de O Fulao, en Vilanova da Cerveira. Está a unos 300 kilómetros de su casa de Leiría, una ciudad a poco menos de dos horas al sur de Oporto donde prima el sector de la metalurgia. No le queda lejos. No tanto como otras veces. Su empresa desarrolla proyectos en Angola, España... Ahora levanta naves en esta área industrial del norte, la misma donde en breve abrirán su factoría de lomos cocidos de atún las empresas gallegas Marfrío, de Marín, y Atunlo, de Vigo.
Juan, o João, aprovecha el descanso para echar un cigarro fuera antes de volver al tajo. Dentro del bar algún cliente pide una raspadiña (una lotería instantánea). Prueban suerte, pero no dejan ya el futuro en sus manos.
Hay barrios de Oporto que han triplicado el precio de la vivienda
Cerca de la Facultad de Bellas Artes de Oporto hay calles donde se levantan edificios de aire inglés. Fue en esa parte de la capital norteña donde, en su día, se instalaron los trabajadores de las bodegas de la Ribeira. Es un barrio tranquilo, a poca distancia del centro y del restaurante donde despachan los mejores pregos de pao (pepito de ternera con queso montañés) de la ciudad. Puede que por esa razón se haya convertido en un bocado suculento para los extranjeros que quieren vivir en Portugal.
Cuenta uno de los vecinos del barrio (profesor, artista y dueño de varias propiedades) que una mujer francesa tocó un día en su puerta. «Quería comprar una casa y traía una relación de inmuebles del catastro donde ponía quién era el propietario de cada uno. Como vio que tenía varios, estaba interesada en hacerse con uno. No lo vendí», recuerda. Uno de los últimos que adquirió (un edificio de varias alturas), lo compró por poco más de 100.000 euros hace unos años. Ahora le ofrecen 300.000. Alquilar un apartamento de una habitación cerca de la Facultad de Bellas Artes, justo en la misma zona, ronda los 300 euros.
Demanda de extranjeros
Lo que ocurre en este barrio sucede en otras partes del pujante cordón atlántico del país. El creciente interés de los extranjeros por mudarse a Portugal ha disparado la cotización de la vivienda, sobre todo en ciudades como Oporto, Lisboa, zonas del Algarve o antiguas villas de pescadores como Ericeira.
Los beneficios que ofrece la Golden Visa a los ciudadanos no comunitarios tienen mucho que ver. Los últimos datos sobre comercialización de viviendas publicados la semana pasada indican que un 25 % de las adquiridas el año pasado pasaron a ser propiedad de extranjeros. No cabe duda de que hasta que la demanda no frene el valor de continuará subiendo.