Hosteleros de toda la vida en Santiago opinan sobre las reseñas que les dejan en internet: «Parece que interesa más el buen trato que el plato»
VIVIR SANTIAGO

Hacen hincapié en que ellos deben aguantar también muchos comportamientos inapropiados por parte de algunos clientes y dan las claves para llevarlos de la mejor manera posible
30 ene 2023 . Actualizado a las 12:34 h.Lo que para muchos gallegos y gallegas es el culmen de la mejor hostelería y gastronomía, para algunos de nuestros visitantes supone casi una falta de respeto. Las redes sociales han dejado en evidencia ese fenómeno: los comentarios que tienen nuestros bares, restaurantes, pulperías o churrasquerías favoritos los ponen a caldo en muchas ocasiones. Siempre por el carácter, que tildan de seco y arisco, pero pocas veces por la comida.
Bien es cierto que muchas críticas tendrán razón, pero cada vez se hacen oír más hosteleros que las rechazan por no tener ni pies ni cabeza. Ellos denuncian que, en muchas ocasiones, también han de aguantar comportamientos que rozan lo grosero por parte de su clientela. «Hainos que chegan ameazando aos restaurantes, dicindo que son deses que escriben críticas nas páxinas especializadas», dice José Antonio López Villar, que a sus 68 años ha dirigido tres negocios diferentes y que asegura haber organizado las comidas de más de mil bodas.
Su perfil es de lo más polifacético. De joven se dedicaba al fútbol, llegando a jugar en el filial del Deportivo, el Fabril. Luego dio el salto a la hostelería, gestionando el afamado restaurante Casa Elías, en Buño, en el concello de Malpica, donde también fue uno de los impulsores de su Mostra de Olaría. En sus últimos años de carrera se instaló en O Asador de Roxos, donde ejerció como jefe de cocina, que ahora abandona porque se jubila. El negocio continúa, pero con otras manos.
Desde allí tuvo que aprender a lidiar con las críticas. «Os comentarios hai que saber lelos, nin ten razón o que fala marabillas nin o que bota todo polo chan», manifiesta el hostelero. En la misma línea se muestran en O Mesón do Pulpo, en el compostelano barrio de Vista Alegre, donde también están acostumbrados a recibir críticas. Hay que saber a dónde se va a comer, pues la gerente de este emblemático local, Ana María Pazos Méndez, comenta que, una vez, un peregrino se intentó colar por delante de todos los demás comensales por decir que, al haber hecho el Camino, tenía preferencia. «Yo misma le dije que mi restaurante seguía el orden de llegada de los clientes y que esa regla no existía, por lo que me montó un follón y me llamó antipática, aunque esperó para comer y al final se fue encantado».
Pazos tiene claro que hay que leer esos comentarios, aprender de ellos lo que se pueda, pero tampoco obsesionarse. Reconoce que hasta se tiene reído con alguna reseña, aunque otras le hayan hecho apenarse o enfurecerse. Es como el día a día en la sala, «si en un servicio tienes mucha gente esperando, tendrás que moverte más rápido, y si no se le puede sonreír a todos los comensales, pues no se puede, que parece que interesa más el buen trato que el plato».
Sobre las quejas de los turistas, tanto Pazos como López aseguran que, por supuesto, hay que tratar a todo el mundo por igual, «pero tampoco pueden llegar exigiendo ser invitados a los cafés porque sí, que yo eso solamente se lo hago a clientes de siempre o a mesas grandes, y me parece un razonamiento más que comprensible».
Irrumpe José Antonio López con una nueva arista en esta cuestión: la fiabilidad de las opiniones. «Xa non é que en moitas redes sociais eu teña a capacidade de convencer aos meus amigos para que escriban todos unha crítica positiva do meu establecemento, ou que alguén con mala fe fale con xente para que me poñan malas valoracións, é que a min, en máis dunha ocasión, abordáronme empresas para ofrecerme cen ou douscentos comentarios positivos nestas páxinas a cambio de cartos». Para ir sobre seguro, López recomienda el uso de aplicaciones como TheFork, donde sí hay filtros que garantizan la autenticidad de las reseñas.

Lo que hay que aguantar
José Antonio López, con todas las décadas que lleva vinculado a la hostelería, lo tiene fácil para enumerar anécdotas relacionadas con malas experiencias. Él es de los que no se callan, pues intenta contestar a todas las críticas negativas que le ponían a su ya antiguo restaurante, O Asador de Roxos. «Había algunhas constestacións que non me pasaban os filtros de convivencia, porque eu teño moita retranca, e de feito chegoume a chamar unha vez unha rapaza do soporte técnico dunha destas aplicacións dicíndome que o sentía moito, que me tiña que cancelar algúns dos meus comentarios, pero que se ría moito con eles».
En cuanto a la vida real, aunque también relacionado con el mundo de las reseñas, López cuenta que una vez «tiña chea a terraza do restaurante e dime unha compañeira: “Oes, hai unha parella que me di que se non a invitamos á sobremesa van deixar unha mala nota en internet. Eu saín para fóra, sen pensalo, e dixen en alto, para que me escoitasen en todas as mesas: “Esta parella estame ameazando cunha mala crítica nas redes se non a casa non os inivita á sobremesa. Pois, señores, poñan vostedes o que que queiran”».
En otra ocasión, un hombre lo llamó para decirle que todo muy bien, pero que los chipirones que le había servido eran congelados y que él era «un deses que escribía… Xa me entendes». López, tranquilamente, le contestó que añadiese en su valoración que había pagado nueve euros por ese plato, «que as luras frescas a eses prezos non as hai».
En O Mesón do Pulpo, más allá de la del peregrino gorrón, también tienen otros momentos que les dejaron contrariados. «Como aquella vez que un turista le dijo a uno de nuestros camareros: “Gallego, cuéntame un chiste”. Cuando acabó la historieta, que le obedeció sin rechistar y se lo contó, al señor que lo pidió pareció hacerle gracia, aunque a la mujer que lo acompañaba no. Nuestra sorpresa fue cuando leímos una valoración sobre nuestro bar hablando de ese momento como una situación grosera y que les faltaba al respeto, por el tema del chiste… Si no le hizo gracia, lo siento, pero es que lo pidió usted».
Se ha llegado a leer, en alguna reseña de la ilustre Casa da Tortilla de Armando Blanco, en Cacheiras (Teo), que los gallegos «viven en un funeral constante». También, en este mismo lugar, hay quejas porque «uno de los camareros arrastró una silla» o porque también uno de ellos le dijo a este cliente crítico que todavía no tenían abierta la cocina «sin ni siquiera mirarnos a la cara». ¿Qué tienen que decir desde la gerencia de este establecimiento, que tantos ratos inolvidables ha dado a los paladares de toda la comarca compostelana? «É mellor non opinar nin mirar nada diso, porque cada un pon o que lle da a gana e non vale a pena nin molestarse». A palabras necias, oídos sordos, que dice el refrán.