Cinco años del primer caso de covid en España: «Lo vimos como una anécdota»

Cristina Magdaleno / Jorge Morales / Adaya González SANTA CRUZ DE TENERIFE / MADRID

SOCIEDAD

CAPOTILLO

Un turista alemán en La Gomera fue el primer contagio antes de que el coronavirus llegara la península para convertirse en un «tsunami imparable»

31 ene 2025 . Actualizado a las 12:50 h.

Test PCR, rastreos, contactos cercanos, convivientes, confinamiento, EPI, mascarillas... toda la terminología que fue de uso masivo a partir de la declaración del estado de alarma el 14 de marzo del 2020 se había utilizado cerca de mes y medio antes en La Gomera, la isla canaria de apenas 20.000 habitantes que certificó el primer caso de covid-19 en territorio español.

Este viernes se cumplen cinco años desde que Canarias se convirtió en el escenario piloto de la pandemia en España y lo fue no solo por ese primer caso de un turista alemán sino porque tan solo tres semanas después se desplegaría en Tenerife el primer confinamiento masivo tras dar positivo un turista italiano que se alojaba en el hotel H10 Costa Adeje, con cerca de 1.000 personas, entre huéspedes y trabajadores, en su interior.

Sobre ambos momentos, muchos de sus protagonistas coinciden en destacar el desconocimiento y la inconsciencia sobre lo que llegaría a representar un virus al que todavía se llamaba «de Wuhan», la ciudad china donde empezó todo.

«Como una anécdota»

«El primer caso lo vivimos como una anécdota, como una experiencia que podría servirnos incluso en positivo y con algo de risas sobre la casualidad que suponía que precisamente hubiese sido en un lugar como La Gomera», relata a la agencia EFE la entonces directora del Servicio Canario de la Salud (SCS), Blanca Méndez.

«Ahí no sentimos presión más allá de los nervios iniciales para garantizar que el afectado estuviera bien atendido en un hospital que era de tercer nivel. Nos preocupaba que no hubiese respiradores o especialistas, pero previmos el traslado de efectivos desde Tenerife por si empeoraba», rememora Méndez, quien también alude a las dificultades iniciales para el traslado de las muestras, cuyo análisis solo podía hacerse en el Instituto de Salud Pública Carlos III de Madrid, pues «había miedo» entre los profesionales que debían mover los hisopos.

Aunque entiende que «anecdóticamente» hubiese «reticencias», el médico responsable del laboratorio de La Gomera, Jesús Grande, recuerda que las pruebas iban dentro de un triple contenedor que a su vez iba en otro contenedor de residuos biológicos que hacían «imposible» el contagio.

También resultó compleja la labor de localizar al turista en un primer momento —se hizo visionando las cámaras de seguridad del aeropuerto de Tenerife sur y del puerto de Los Cristianos sin tener certezas sobre su apariencia— y rastrear sus contactos cercanos, a los que también se confinó de manera preventiva en la casa rural que compartían en la isla.

De hecho, la Policía Canaria llegó a enviar a La Gomera a cuatro agentes para tener a los cuatro turistas vigilados las 24 horas, con la peculiaridad de que todos ellos hablaban alemán. «Sabíamos que en el futuro inmediato iba a haber más contagiados», cuenta el ex director general de Seguridad y Emergencias Gustavo Armas.

Tres semanas después, con los nervios ya a flor de piel en el sector turístico, que en Canarias tiene su temporada alta en invierno, hubo que afrontar otra prueba de estrés: un positivo, el de un viajero italiano de 61 años en un hotel que el Ejecutivo regional, en base al criterio de los expertos epidemiológicos, tuvo que cerrar.

Para evitar que nadie saliera del hotel se establecieron tres cordones de seguridad: el primero controlado por la Policía Canaria, el segundo, por la Policía Nacional, y el tercero, por la Policía Local de Adeje.

Además de un control exterior hubo vigilancia muros adentro, con policías infiltrados, ataviados con los EPI, que se encargaron de ver cómo era la convivencia de un grupo tan amplio y variado de personas, entre ellas unos 200 niños, detalla el ex director general de Seguridad y Emergencias.

Armas recuerda que, en general, el comportamiento de los huéspedes durante los catorce días que duró el encierro «fue perfecto» pese a que hubo algún intento de fuga que no acabó fructificando.

Amós García, por entonces jefe de la unidad de Epidemiología en Canarias, admite que la decisión de cerrar el hotel fue «muy difícil de tomar» en una comunidad que vive del turismo, aunque desde el punto de vista sanitario «lo teníamos claro: era la mejor manera de que el brote no saliera de allí».

Y eso que a esas alturas, admite, «muchos pensábamos» que el covid-19 «era como una gripe» y «no por frivolizar», sino porque la información procedente de China «era de ese calibre».

A Gustavo Armas esa medida le costó personalmente recibir varios mensajes amenazantes, algunos de muerte, a su teléfono personal, mientras que la entonces directora del Servicio Canario de Salud, Blanca Méndez, cuenta que había voces dentro del Consejo de Gobierno que la acusaban a ella y a la consejera de que con esa medida se «cargarían» el turismo. «Pero el tiempo acabó dándonos la razón», concluye

Tampoco se equivocaron los que vaticinaban que los contagios iban a ir a más. Pero pocos preveían la magnitud que el virus de China iba a ocasionar y mucho menos que fuera a convertirse en una pandemia mundial. El 24 de febrero el patógeno llegó a la península y a partir de ahí la irrupción de una pandemia para la que ningún país estaba preparado y que dejó más de 120.000 muertes en España.

«Nos pilló, en general, desarmados a todos», rememora Pedro Gullón, director general de Salud Pública y por entonces profesor e investigador del área de Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de Alcalá.

La peor parte se la llevó la asistencia primaria, que asistió, sin medios, al 90 % de los pacientes de aquel «verdadero monstruo, invasivo, peligroso y contagioso» que fue el coronavirus, según recuerda el médico lucense Lorenzo Armenteros. «Estuvimos totalmente abandonados y olvidados. Nos tuvimos que buscar la vida, lo poco que había se iba para los hospitales», rememora.

De improvisarse pantallas con armazones de impresoras a fabricarse los trajes de protección con bolsas de basura. El suyo en concreto se lo confeccionaron unas vecinas de Lugo.

Con esas armas, que a veces se les recriminó que usaran porque infundían «miedo» a los pacientes, tenían que atender en consulta o hacer la vigilancia en domicilios donde se confinaban grupos enteros de contagiados. «Se minimizaba por parte de la autoridad sanitaria y se nos intentaba ocultar. Lo vivimos con muchísimo temor e incertidumbre».

«La primera ola es para olvidarla», prosigue. Quienes no la olvidan son los 4 millones de personas que viven hoy con covid persistente.

Uno de los recuerdos que más desazón le genera, además de los compañeros que murieron «solos y abandonados», son los pacientes que, atemorizados, no querían ir al hospital pese a requerirlo. «Eran una preocupación inmensa».

La ola que sí le gusta mencionar es la de la inmensa solidaridad del conjunto de la ciudadanía, aunque ahora aquellos aplausos se hayan convertido en muchas críticas. «Creíamos que éramos la mejor sanidad del mundo, y si algo nos hizo ver aquello es que no lo éramos», concluye Armenteros.

El coordinador del Servicio de Urgencias del Hospital del Henares y miembro del Grupo de Infecciones de Semes, Martín Ruiz Grinspan, recuerda que el primer caso llegó a su hospital el 4 de marzo. «Estábamos en pleno invierno como ahora, con las infecciones respiratorias en auge pero funcionando con normalidad», relata. «Sí que había sensación de muchos casos y se presumía que quizá podía ser por aquel virus de China que traían las noticias, pero claro, no había test para averiguarlo», dice.

«Todo se precipitó de repente» cuando la cosa empeoró en Italia a mediados de febrero. «Si ya estaba allí, estaba claro que estaba en todas partes, y si no lo estaba, iba a estar en muy poquito tiempo», advierte. Y concluye: «Fue como un tsunami. Es la descripción».