Martes negro. Galicia está de luto. Los gallegos estamos hechos a buscarnos la vida en cualquier rincón del planeta, a miles de kilómetros, a miles de millas marinas. Somos un pueblo emigrante, y orgulloso de serlo. Así es que hemos aprendido a contar los peldaños a mitad de la escalera. A apretar los dientes. A sellar la verdad con una mirada. Somos un pueblo del Oeste, una tierra gris al norte. Pero, además de debernos a la tierra, nos debemos al mar, al mar nuestro de cada día. Somos tierra y mar. En el mar hemos sufrido desastres. No hay nada más difícil que arar en el mar, en el océano, en Terranova, con su leyenda negra. El Villa de Pitanxo navegaba en unas condiciones de mar pésimas. Unas condiciones del diablo. Un golpe de mar es una bofetada. La cubierta de un pesquero es una trinchera. La escala de Douglas, de mar llana a arbolada, montañosa o enorme es una escala infernal. Solo quien haya estado en un barco con temporal sabe de lo que hablo. La mar enorme son olas de más de 14 metros, olas que son montañas, que son edificios, que te elevan y te bajan como si fueses una mota de polvo. Así se ganaban la vida estos hombres, como para que luego diga alguien que el pescado está caro. No tiene precio lo que hacen. Peor, una vez más, ha tenido el precio de sus vidas. Las condiciones han mejorado en el sector, pero toca aprender y mejorar mucho más. La seguridad tiene que ser el primer requisito siempre para nuestros mineros de la mar. Si el pronóstico del tiempo es reservado, hay que intentar huir. El silencio más duro, después del de la muerte, es el del dolor. En el dolor se escucha todo, hasta el dolor. El aparejo del dolor no se deja de oír. Un chirrido, un ruido aislado, se hacen inmensos, sobre todo si la noche ha caído tras el día espantoso en el que hemos sabido que 9 marineros se nos han ido en Terranova y 12 están desaparecidos. Cómo duele. Cómo se escuchan sus muertes. Galicia está con sus familias.