Una familia madrileña integrada en el mundo rural coruñés es la artífice del pequeño milagro
26 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.La estrecha y poco grata pista de llegada al Pazo Santa María, en las afueras de Arzúa, no es digna de fotografía, pero esos 150 metros hacen resaltar más, por contraste, la magnificencia del edificio de mediados del siglo XVIII. «Esto no era más que una ruina, toda tirado, solo había unos muros y poco más», recuerda Juan Manuel, otrora alto ejecutivo en un Madrid que cambió por estas tierras coruñesas tras invertir no solo dinero (es uno de los propietarios del negocio) sino también mucho tiempo, ansias e ilusiones para devolver la vida a algo que estaba llamado a desaparecer. No resulta exagerado afirmar que el desafío no era de los pequeños. Familia de la capital española, sin raíces gallegas, que de una manera casual viene a Arzúa por trabajo y descubre el futuro, su futuro.
De manera que Juan Manuel compra esas piedras, en la cabeza le da vueltas un proyecto, sale a relucir su admiración por el patrimonio gallego, papeles, búsqueda de socios, burocracia, planos, obreros y año y medio de trabajos de rehabilitación, más el esfuerzo de la mujer del propio Juan Manuel: «Aquí no entró un decorador, todo lo pensó e hizo ella». Ese es el resumen que este hombre -hoy jubilado- y su hijo Miguel no recuerdan como un calvario, ni mucho menos. Y ahí, con el calendario marcando el año 2006, empezó otro desafío: hacer funcionar el negocio, mover un pazo de turismo rural en una zona en la que ya abundaba (y abunda) la oferta, pero sin duda no de este nivel. Es decir, tocaba remar. Se partía de cero, y ambos reconocen que fueron meses que se hicieron muy largos. Pero constancia por un lado y calidad por otro permitieron dejar aquella etapa muy atrás. Ahora es un mero recuerdo. En fin, el aparcamiento, muy amplio, invita a caminar por algo que incluso parece una calle pero que, obviamente, no lo es. La gata María anda por allí a su aire, y Miguel se encarga de recibir a los recién llegados.
«Recuperamos todo, pero con solo 16 habitaciones era difícil rentabilizar el negocio, así que abrimos el restaurante, que llamamos Fonte do Picho», recuerda Miguel, quien asegura que ni a él ni a su familia, esposa incluida, le costó trabajo integrarse en Galicia, algo que confirma con su propio testimonio el camarero, de Ciudad Real, y que lleva tres años por el noroeste y bastantes más por el norte de España, bien lejos de su tierra. Y todos parecen felices.
El restaurante tiene un toque de distinción e incluso lujo. Estancia muy acogedora, con una decoración abundante pero no recargada, con muchos detalles y con capacidad para 40 personas. «¿No es una molestia para los que están aquí hospedados?». «No, en absoluto, son edificios separados y además a las 10 de la noche cerramos», precisa el propietario. Entrar en el pazo en sí es entrar en pleno siglo XVIII con electricidad. Un trabajo artesano impresionante que ratifica Juan Manuel, señalando las magníficas vigas del techo.
En la planta baja, además de la discreta recepción que pone el toque moderno, varios salones, amplios, cómodos e invitando a la conversación íntima. Ahí estaban las cuadras, porque los señores vivían en la primera planta, donde esperan cinco habitaciones, todas ellas con decoración a tono con el resto del edificio: nada chirría. Hay tres tipos de habitaciones: clásica, superior y suite (estas últimas, con jacuzzi incorporado). Juan Manuel abre la puerta de la número 5. Resulta difícil no admirarse ante la que se puede definir como un auténtico espectáculo ornamental con una gran cama con dosel. El propietario cierra la puerta y luego encamina sus pasos hacia un balcón, y ante los ojos aparece la notable entrada principal, la histórica, hoy en desuso y mucho más corta que lo que fue porque la ampliación de la carretera se llevo un trozo por delante.
El Pazo Santa María está en pleno mundo rural, cerca de una villa que se expandió algo en esa dirección pero que parece haber parado a tiempo para no llegar a las cercanías del edificio. Pero, ¿quién es el cliente? Miguel (responsable de la comercialización junto con su mujer, Elena) lo tiene tan claro que responde muy rápido y con rotundidad: «En el hotel vivimos en un 90 % del peregrino». En una furgoneta Toyota alguien va a recogerlos a Arzúa, a un par de minutos. Y haberlos, haylos, porque en la antigua Araucaria confluyen el Camino Francés y el Camino del Norte, uno y otro patrimonio de la humanidad. Si hubiera que definir con pocas palabras el Pazo Santa María, sin duda serían elegancia, respeto por el patrimonio, calidad en la oferta y paisaje. Que desde luego no es poco.