A 1.200 metros de altura. Jimena ha cumplido el deseo de sus abuelos: mostrar una Galicia de vértigo. Ella ha recuperado la casa familiar para darle una nueva vida en la que manda el tiempo lento
18 jul 2020 . Actualizado a las 22:57 h.Josefina y Esperanza son dos anfitrionas muy hogareñas. Son los nombres con los que Jimena Santalices bautizó dos de las tres cabañas que restauró en lo que un día fue la casa de su familia, desde los tatarabuelos de sus tatarabuelos. La tercera es Casona Grande. Las construcciones reformadas respetando las técnicas y materiales de las originales están a 1.200 metros de altura en una aldea, Cabanas Antigas, en la que hoy solo están censados ocho vecinos. Aquí todo es bonito, desde las vistas hasta los nombres, como el de la parroquia en la que se encuentra este enclave del concello de Cervantes, Cereixedo ( Lugo).
Pero belleza no es sinónimo de postal bucólica. La despoblación que recorre la montaña lucense sigue avanzando y dejando más solitarias las milenarias colinas de Os Ancares. Las dos caras de los valles aislados. Tal vez este inevitable destino hace aún más meritorio el esfuerzo de Jimena en su particular lucha contra el olvido. En un entorno que es Reserva da Biosfera, donde comienza la popular ruta de Tres Bispos, ella ha creado un negocio de turismo rural responsable con el medio y alejado, muy alejado, de las masificaciones que ha llamado Cabañas Ancares.
EL VIAJE DE REGRESO
«La idea venía rondando mi cabeza desde hacía tiempo, pero necesité irme muy lejos para entender que realmente esto era algo importante y necesario. En el 2016 me fui a Australia seis meses después de pasar 12 años en Madrid estudiando y trabajando. Allí descubrí la manera tan especial que tienen de poner en valor la vida en entornos rurales, de compartir el amor por la naturaleza, cómo cuidan esas experiencias y cómo transmiten esa manera tan única y olvidada de vivir. Al volver, tuve claro que quería hacerlo en Cabanas Antigas, donde mi familia pertenece desde hace, como mínimo, dos siglos», recuerda.
La apuesta por el ocio de montaña que trata de rescatar convivió con ella desde niña. «Mis abuelos regentaron el Mesón Campa da Braña más de 40 años. Había restaurante y habitaciones, era una época de muchísimo turismo en la zona que se fue perdiendo. Recuerdo a mi abuela recibiendo elogios de los viajeros por su cocina. Mi abuelo era guardia forestal y amaba estas montañas, su madre y sus hermanos emigraron a Argentina durante la guerra, pero él nunca fue capaz de abandonar esta tierra, incluso llegó un par de veces hasta Vigo para embarcarse. Supongo que todo eso queda dentro, es un sentimiento profundo que hace que todo el proyecto sea tan especial. Una emoción que intento transmitir», cuenta.
No está sola. Con ella reciben a los huéspedes dos burros, un caballo y un mastín. Son, por este orden, Sancha, Fungón, Charly y León y ya tienen su club de fans en Instagram @cabanasancares.
PUERTOS SIN MAR
Próxima a la aldea de Piornedo (ambas localizaciones pertenecen a Cervantes), los planes aquí solo pueden tener un peligro: el vértigo de subir a lo más alto. «Creo que nos hemos olvidado de cómo nos sentimos en estos lugares, donde la naturaleza en su estado más puro y salvaje se impone y te devuelve el sentido. De alguna manera, te da perspectiva, te permite disfrutar de las cosas sencillas y certeras», desliza.
«Tratamos de respetar al máximo el entorno en las casas y al mismo tiempo dotarlas de detalles que hagan la estancia agradable. Restauramos también la ermita y la antigua casa del horno, donde seguimos cociendo pan, como se hacía antes. En invierno, siempre recibimos con el fuego encendido, la cocina bilbaína y las mantas maragatas de lana de oveja», enumera Jimena.
Reconoce la parte de aventura que tuvo esta empresa. «Fue arriesgado, la montaña de Lugo está muy olvidada. Las poblaciones están desapareciendo y la gente joven no ve un potencial en ellas y creo que es un error», defiende.
«Casi todo el mundo me miró con desconfianza cuando empecé. Por suerte, mi madre nunca se cansó de decirme que iba a funcionar. Albergaba el deseo de mostrar al mundo lo especial que era este lugar, era su sueño y yo lo heredé. Sin ella, esto no existiría», remarca.
Castros y pallozas no faltan en las rutas de senderismo que recomienda. En los puertos a los que se puede acceder desde Cabanas Antigas, el mar es el que dibujan las mareas de nubes que se ven una vez que se asciende a picos como el Mustallar, Tres Bispos o Cuíña.
«Desde que abrimos, antes del covid, recibimos viajeros europeos, familias y grupos de amigos de Portugal, Inglaterra, Países Bajos, Francia o también EE.UU. Muchos no sabían nada de castellano y se quedaban alucinados con que “España también sea esto”. Viene, además, muchísima gente de otras comunidades. Dentro de Galicia, destacaría A Coruña y Pontevedra. De Lugo es de donde menos recibimos», apostilla.
Si escapar de las aglomeraciones siempre fue un objetivo para muchos viajeros, este verano ofertas así cotizan al alza. «Aplicamos todos los protocolos sanitarios: una profunda higienización después de cada estancia y dejamos pasar los tiempos correspondientes. Aquí es muy difícil cruzarte con otras personas, la gente viene a huir, a disfrutar de un paraíso escondido».
Tal vez sea cierto eso que escribió en uno de sus libros Paolo Cognetti: «Cada uno de nosotros tiene una cota predilecta en la montaña, un paisaje que se le parece y en el que se siente bien». Habrá que hacer la mochila.