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Pablo Rivero, actor y escritor: «Me aterra que nunca llegamos a conocer a nuestros hijos»

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Fernando Sánchez | EUROPA PRESS

Un crimen en el colegio y unos padres histéricos son el punto de partida de la séptima novela de Pablo Rivero, «El Rebaño», que plasma su peor temor: «Lo que me da miedo es hasta qué punto los hijos pueden sufrir o ir por el mal camino, y me pregunto si el mal se hace o si se nace con él»

01 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace mucho que dejó de ser el emblemático Toni Alcántara de Cuéntame. Desde entonces, Pablo Rivero (Madrid, 1980) ha seguido cultivando una fructífera carrera interpretativa tanto en pantalla como en el teatro y una vida personal plena junto a su pareja y su hijo, pero también una trayectoria como escritor que no tiene pinta de tocar techo. En su séptima novela, El rebaño (Suma), Pablo se mete en su mejor papel, el de padre, para contar una oscura historia con la esencia misma del fenómeno de la temporada en Netflix, Adolescencia. ¿Hasta dónde llegarías para proteger a tu hijo? Esa es una de las preguntas que plantea un libro inspirado en ese rebaño que forman los padres a la salida del colegio, con sus temores, sus filias y sus fobias. «No hay nada más aterrador que un grupo de padres presa del pánico», señala el autor, que también padece estoicamente los chats del colegio y que se inspiró en su propia experiencia.

—Empiezas el libro con una dedicatoria a los profesores, dices que su esfuerzo y dedicación no están pagados.

—Claro, tienen su cuota de responsabilidad en la educación de los niños, por eso creo que se tiene que pagar más. Igual que con todos los sanitarios, por ejemplo. Hay profesionales que socialmente son los que nos cuidan, los que nos forman, y dependemos mucho de ellos. Muchas veces nos acordamos para echarles la culpa, pero de las cosas buenas, no.

—¿En «El rebaño» plasmas tus miedos como padre?

—Lo que intento es crear debates sobre cosas que a mí me interesan, que me inquietan, que me dan un poco de miedo. Como padre, lo que me da miedo es hasta qué punto los hijos pueden hacer cosas o se pueden ir por el mal camino. O cómo pueden sufrir, ser agredidos... Toda esa serie de cosas que vemos, por desgracia, en los telediarios. Y ahí entra el debate de si el mal se hace o si se nace con él, de que, por mucho que lo queramos los padres, no lo vamos a poder controlar. Por mucho que tú te esfuerces en hacerlo bien, el 70 % del tiempo los niños están en el colegio, o fuera de casa. Ahí entran los profesores, pero también entran las compañías. Algunas de ellas las eliges, pero también te relacionas con la gente que te ponen en clase. ¿Los profesores pueden o no hacer milagros? Se lo podemos exigir, ¿pero qué hacemos en casa nosotros? ¿O les exigimos que arreglen lo que no hacemos? A veces desde el colegio se ha fallado y los padres entramos en pánico, pero también es cierto que a veces como padre te relajas y pasan cosas. Eso es lo que da miedo, que no hay una respuesta.

—Y eso plantea también la serie «Adolescencia», es un tema que conmociona al espectador que como padre o madre teme verse ahí.

—Sobre todo, hay algo que a mí me aterra y que también está en Adolescencia, y es que nunca llegamos a conocernos, a conocer a los que nos rodean. Y ahí están incluidos nuestros hijos, que a su vez tampoco terminan de conocer a sus padres. En el fondo estamos viendo un thriller que nos parece terrible, pero nos sentimos identificados, porque quién te asegura a ti que no vas a estar ahí? Pues ojalá que no, pero es que la realidad supera la ficción. Me lo dicen mucho y me lo tomo como un halago, claro.

—¿El libro no te hizo plantearte hasta dónde podrías llegar tú? Plantea escenarios tan extremos como cotidianos. ¿Y si eres el padre del agresor?

—Es que de eso nace el libro. Ocurrió un conflicto menor, pero me hizo darme cuenta de hasta qué punto estaba tan sugestionado por mi entorno, mi contexto y todo eso que leo o de lo que me avisan los demás. Eso hizo que yo entrase en pánico, es un poco esa idea del rebaño también. Tiene que ver con los grupos de chats, con los padres, con cómo nos sugestionamos, cómo intentamos que todos tengamos las mismas cruzadas y con cuánto miedo reaccionamos. Y ante los hijos muchas veces sacamos las garras e intentamos sobreprotegerlos. Cuántos padres no han ido a los parques a plantarse delante de un niño y decir: «Como vuelvas a tocar a mi hijo...». Y dices: «Ostras, estás delante de un niño de 5 años y te estás poniendo a su nivel». Porque tenemos ese instinto de manada, protegemos y nos cegamos. Muchas veces también nos alineamos con ellos tengan razón o no la tengan, porque si no la tienen, darse cuenta y verlo tiene que ser tan duro...

—Lo obvio es ponerse en el lugar de los padres de la víctima, pero tú te pones en el lugar de los padres del culpable.

—Sí, es otro de los temas del libro. Los protagonistas son los padres, pero también son los hijos como reflejo de ellos. Y siempre se aborda desde la ficción el bullying en los niños, pero no se trata el de los mayores. ¿Qué pasa con la familia si te toca un niño problemático, diferente, o que es señalado directamente? He intentado que el lector se sienta identificado, y sobre todo que le inquiete, que cualquiera haya podido ser el responsable de lo que pasa.

—¿Y cómo escapar de ese rebaño de padres en la puerta del colegio?

—Es muy difícil conseguir no dejarse llevar por esa corriente, porque cuando afecta a los niños, todos enseguida nos intentamos sobreproteger y cuidarnos. Pasa también que empiezas un curso y te dicen: «Tal profesor es no sé qué», «cuidado que como te haya tocado este...». Es que como sociedad somos así, sentenciamos, necesitamos etiquetar y tener una opinión sobre algo, crear una idea. «Y esta familia tal, cuidado con este chaval»... Y con las redes sociales, ya ni te cuento. El ciberbullying también es un reflejo de todo esto. En las redes sociales todo el mundo habla, se calienta y dice cualquier barbaridad. Es una cadena, corre la voz y luego nadie se responsabiliza. Y sobre todo cuando suceden crímenes, como en El rebaño, nos tomamos la justicia por nuestra mano. Somos más listos que los jueces, y hay que ser muy prudentes y tener mucha medida.

—Quizás los padres de tu colegio a partir de ahora tengan más cuidado con lo que dicen delante de ti...

—Es que yo cojo cosas sobre mi familia, la casa de mis padres, mi vida... necesito reconocer los escenarios. A mí me pasó una cosa en el colegio que me hizo despertar, y creo que, como lector de novela negra, que suele ser tan efectista, tan americana y exagerada, cuando tienes algo muy realista, te impacta más. A mí una cosa que me ha impactado siempre en los colegios es ese momento de la recogida, yo tenía muy claro que lo quería ubicar en esos minutos de caos justo antes de que salgan los niños de la clase, porque es un momento en el que todo el mundo está mal aparcado o en doble fila, o no llegas a la extraescolar, o le da alguien un golpe con el coche a otro, o de repente un perro hace algo... es como caótico.

—¿Pero eso que te ocurrió fue como padre, como parte de ese rebaño?

—Empezó a haber conflictos en el colegio, digamos que yo estaba en sobreaviso de cosas que podían pasar, pero empecé a ver cosas donde no las había. Muchas veces también los padres hablamos por los hijos. Preguntan algo y respondes tú por ellos: “Es que está cansado, es que le gusta más tal cosa”. Porque estamos como nosotros por delante. Y entonces, cuando a mí me pasó, me di cuenta de que de algo que no tenía ninguna importancia era yo el que estaba dirigiendo todo y el que estaba tan sugestionado que veía cosas que luego no eran en absoluto. Si yo entro tan en pánico, ¿qué no hará otro?

—Es tu séptimo libro, estrenas en abril «La huella del mar», estás de gira con el teatro... ¿Qué tal llevas la conciliación?

—Yo soy muy privilegiado, tengo la suerte de que puedo decir que no. También tengo la mala suerte de que me pierdo cosas, precisamente porque quiero estar. Aunque soy consciente de que no se puede estar todo el tiempo, y creo que como padre no hay que andar superencima siempre. A veces, somos los primeros que queremos que nuestros hijos dependan de nosotros, que nos echen de menos, ser el más especial... Hay mucho de vanidad. Y conseguir que tu hijo esté bien sin ti, para mí, también es un logro. Yo para conciliar me voy organizando, puedo escribir en casa, luego los ensayos de teatro los suelo tener por la mañana, con lo cual por la tarde estoy libre. Y de gira me voy tres días, entonces yo en general no sacrifico ni siento que falte. Creo que lo más largo que he estado fuera de casa fue cuando hice el programa de Bake Off, y porque además creí que me iban a echar muy pronto, ja, ja. Íbamos de lunes a viernes, y ya lo viví un poco con culpabilidad, tortura y demás. Recuerdo que de la primera novela a la segunda tardé tres años precisamente por eso. Tuve que dejar a mi hijo más tiempo en la guardería y lloraba por las esquinas, me sentía culpable.