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Secundino Lestón: «Es terrible recoger a niños del mar»

Antón l. lago CARBALLO / LA VOZ

SOMOS MAR

Ana García

Después de 45 años embarcado, este corcubionés vivió unos meses inolvidables en el Aita Mari, donde experimentó la falta de humanidad de muchos gobiernos

12 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuarenta y siete años trabajando en el mar dan para mucho, pero es difícil encontrar a alguien que haya alternado tantas experiencias embarcado como Secundino Lestón, Ino (Corcubión, 1960). A sus quince años comenzó a trabajar en Vilagarcía de Arousa, en los barcos que tenía la flota de la familia, conocida en la zona como los Pardiñas por el apellido del creador de la compañía, Secundino París Pardiñas, que además había sido uno de los fundadores del Círculo de Recreo Náutico Muradano, en 1895. Comenzó de grumete en buques que se dedicaban a la batea o al transporte de otras embarcaciones, pero pronto le llegó la oportunidad de probar en aguas más lejanas trabajando para Pescanova en un barco refrigerador en lo que antes se conocía como Villa Cisneros y ahora como Dajla. Allí, con diecisiete años, estuvo a punto de vivir una de las situaciones más complicadas de su vida. «Tuvimos que marchar a Las Palmas a reparar una vía de agua y el barco que nos sustituyó fue secuestrado por el Frente Polisario durante varios días», recuerda.

Tras aquel viaje, probó suerte en cooperativas y en Suiza, pero prefirió seguir ligado al mar, por lo que, durante los años 80, estudió mecánica, primero, y patrón de cabotaje y pesca de altura, después, lo que le sirvió para irse a Canarias, en el Cantigas de Camariñas. Una vez allí, se quedó en las islas más de una década, en donde llegó a trabajar para el Gobierno insular como patrón de las distintas embarcaciones de rescate del 112. Una época que dejó atrás para patronear yates como el Miguel de Cervantes, de Felipe Segovia Olmo, presidente de la Universidad Camilo José Cela. Un buque, por cierto, que después sería el escenario principal de la serie El Barco, que obtuvo mucho éxito entre 2011 y 2013.

Labor en el Mediterráneo

En el 2020, Ino comenzó, según él, la aventura más enriquecedora a nivel personal de todas las que ha vivido en su larga trayectoria profesional. Lo llamaron para ser mecánico del Aita Mari, un enorme atunero vasco que ahora se dedica a las labores humanitarias en el Mediterráneo. Más en concreto, su misión era la de encontrar y auxiliar a las miles de personas que, desesperadas, se echan al mar cada año desde el norte de África en busca de una vida mejor.

El modus operandi no era sencillo, debido a las restricciones impuestas por la mayoría de países destinatarios. «Una ONG alemana tenía aviones que peinaban la zona y nos daba avisos para el rescate», explica Ino, que ayudó a auxiliar a más de 150 personas a la deriva durante los cuatro meses que estuvo allí. Una situación triste y difícil de llevar: «Lo que más pena me daba eran los niños, eso es terrible. Y las que más se daban cuenta eran las madres, que no paraban de llorar al ser rescatadas porque ya no veían esperanza para los suyos. Eran imágenes muy desagradables de un trabajo que enriquecía cuando salía bien, pero que frustraba mucho cuando se perdía la patera». No obstante, lo más complicado se daba al llegar a puerto. Por las trabas de los gobiernos para un barco de este tipo se acercase a sus costas: «Llamabas cuarenta veces y con suerte te hacían caso una porque las llamadas se grababan y si notificábamos de alguna persona en estado grave estaban obligados a intervenir. Pero nos ponían todos los obstáculos posibles para atracar en sus puertos. Y, si lo hacíamos, sabíamos que al llegar tendríamos esperando una inspección más exhaustiva de lo normal para perjudicar nuestra labor», comenta el corcubionés. De hecho, una de esas experiencias tan tristes les sucedió poco después de abrirse el primer confinamiento: «Por fin nos dieran permiso para volver a España y cuando salíamos, nos avisaron de una patera a la deriva, con cien personas a bordo. Las rescatamos pero ni Lampedusa ni Malta aceptaron la petición de desembarque, por lo que tuvimos que ir a Palermo, donde ya nos esperaba una inspección por orden del gobierno que detuvo el barco totalmente. Lo mismo le sucedió al Alan Kurdi, nos querían quitar del medio», indica.

Sin vivir situaciones límite

Por extraño que parezca, durante más de cuatro décadas en el mar, Ino no se ha visto en peligro en ningún momento. Más allá de aquella anécdota con el Frente Polisario, solo hay dos recuerdos que le vengan a la cabeza. El primero, con el Aita Mari, cerca de Túnez, donde volvió a vivir un caso de discriminación. «Era un temporal enorme y ni siquiera así nos dejaron atracar en sus puertos. Tuvimos que contactar con el embajador para, por lo menos, refugiarnos en sus aguas porque nos querían echar fuera, donde habría riesgo de volcar», cuenta. El otro, saliendo de A Coruña en días de ciclogénesis explosivas que zarandeaban el barco durante dos o tres días de travesía. Pero ninguna situación límite.

Quizás por eso, y pese a que espera la autorización para jubilarse, una voz le sigue pidiendo embarcar: «La verdad es que me gustaría, porque cuando llevas mucho tiempo en tierra el cuerpo ya te lo está pidiendo aunque después desees volver», señala un Ino que, desde que salió del Aita Mari, trabajó en barcos de combustible y en un buque draga, tocando así prácticamente todos los palos en el mar.